MADRID, sábado, 24 marzo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la nota de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid «Sobre el grave problema del aborto»
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La Iglesia, fiel al evangelio de la vida, ha proclamado siempre que sólo Dios es el Señor y Dueño de la vida y de la muerte de los hombres: «Yo doy la muerte y doy la vida», dice el Señor . Por ello, al mismo tiempo que reconoce la soberanía de Dios sobre la vida y muerte de los hombres, la Iglesia ha condenado siempre los ataques contra la vida del hombre, que en nuestra sociedad parecen haber entrado en una espiral imparable. No en vano, Juan Pablo II, calificó como «cultura de muerte» , las corrientes actuales que presentan los atentados directos a la vida como reivindicaciones modernas amparadas en «un concepto perverso de libertad» . El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la jornada de la Paz de este mismo año, presentaba los ataques a la vida humana como atentados directos a la paz que todos anhelamos: «Hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas» .
Entre estos atentados contra la vida, el aborto reviste una especial gravedad, por lo que el Concilio Vaticano II no duda en calificarlo de «crimen nefando» . En razón de su intrínseca malicia y de la injusta y terrible indefensión que sufre quien debería recibir todos los cuidados de la familia, de la sociedad y del Estado para alcanzar la meta de la gestación y ser alumbrado a la vida, la Iglesia lo condena con la pena de la excomunión de quienes lo practican y colaboran directamente en él . Los obispos de la Provincia Eclesiástica de la Madrid ya nos vimos obligados a hablar sobre este tema anteriormente . Desgraciadamente, la situación desde entonces ha ido a peor, por lo que consideramos necesario recordar el Magisterio de la Iglesia y exhortar a los cristianos y personas de buena voluntad que quieran escucharnos a tomar conciencia de la gravedad del problema. No podemos acostumbrarnos a situaciones inmorales, ocasionadas por leyes injustas; tampoco podemos pensar que nada se puede hacer por cambiar el rumbo de la sociedad en cuestiones que ponen en peligro el fundamento de la misma sociedad, como es el derecho a la vida.
1. Los datos
Queremos destacar, en primer lugar, la malicia real del fenómeno y su extensión: no estamos ya ante el aborto como un hecho inicuo que se comete de forma particular, sino de una realidad de enormes proporciones que busca su propia justificación al margen de la Ley de Dios y de los más elementales principios morales.
Hemos de tomar conciencia de que el aborto es una auténtica estructura de pecado , que «busca la deformación generalizada de las conciencias para la extensión de su maldad de modo estable» . Después de veinte años de la ley de despenalización del aborto en España (1985), se constata el ritmo constantemente creciente de los abortos llamados «legales» en nuestro país, y en nuestra comunidad autónoma. Se ha extendido la consideración del aborto como recurso fácil ante la dificultad de un embarazo no deseado.
Los datos sobre el aborto en España y en nuestra Comunidad son harto elocuentes. En España se ha llegado en el año 2004 a la cifra de casi 85.000 abortos anuales, de los cuales 16.228 se han realizado en la Comunidad Autónoma de Madrid. Sólo en cinco años se ha producido un incremento de un 45 %; una evolución acelerada que muestra una sociedad a la deriva que ha aceptado como normal una violación tan grave contra la vida humana. En estos años de aplicación de la ley de despenalización del aborto ya se han producido en España más de un millón de muertes por aborto.
En lo que corresponde a nuestra Comunidad, existe un incremento notable de los abortos tardíos (de fetos de más de dos meses -9 semanas- de gestación) que alcanzan ahora el 41% (6.619 abortos) de los totales, cuando el año 2000 eran poco más del 33%. En una sola clínica de Madrid se producen 40 abortos diarios de muy avanzado estado. La cifra de abortos realizados por madres menores de 19 años (1.765) representa ya el 11% del total. Y ha crecido el tanto por ciento de personas paradas que acuden al aborto (2.092) que suma un 13% del total e indica el aumento de número de personas emigrantes que se ven empujadas a cometerlo.
Estas cifras manifiestan que nos encontramos de hecho ante el aborto libre, lo cual es un fraude de ley. Son datos que revelan la incapacidad de la autoridad pública de defender la vida del no nacido y una ineficacia enorme en la prevención de los embarazos no deseados. Detrás de estas estadísticas oficiales, se oculta una tremenda realidad que es necesario recordar: los dramas familiares y las secuelas enormes de las personas más afectadas, que han tomado la decisión de deshacerse del fruto de la concepción y que arrastran su culpa. El denominado «síndrome postaborto» es ya suficientemente conocido, una manifestación clamorosa de la gravedad de lo realizado y que la sociedad pretende silenciar.
2. Un creciente desprecio a la vida
Hablar del aborto en la actualidad nos obliga a denunciar nuevas situaciones donde el desprecio a la vida es especialmente manifiesto y que deben considerarse como nuevas formas de aborto. Por una parte, los efectos psíquicos del aborto tan bien comprobados han conducido a buscar un aborto menos «traumático» que los evite. De ahí la extensión de las «pastillas abortivas» en sus dos tipos principales: la primera (comercializada como RU-486), que se toma directamente tras la comprobación de un embarazo y que mediante tratamientos hormonales provoca el desprendimiento del embrión que había anidado en el seno materno. Por ser un tratamiento bastante agresivo, no ha tenido la aceptación que se esperaba, pues necesita un seguimiento médico con lo que conlleva una clara conciencia de lo que se está cometiendo: un aborto.
El segundo modo de llevarlo a cabo es la denominada «píldora del día después», que se quiere presentar como un anticonceptivo de emergencia en las denominadas «relaciones de riesgo». Es una pastilla que busca impedir la anidación del embrión en el caso de haberse producido la concepción, por lo que se induce directamente el aborto y quien la toma acepta implícitamente esta posibilidad.
Lamentamos profundamente la ligereza con que las Administraciones Públicas han procedido respecto a estos atentados contra la vida humana. Se ha permitido la comercialización de la píldora abortiva; además, se ha promocionado y facilitado gratuitamente la píldora del día después incluso a menores de edad sin informar a los padres. Tampoco se informa con rigor a quienes la piden de los graves efectos secundarios de este tipo de fármacos.
Es evidente que estas prácticas obedecen a una ética social utilitarista que, con tal de evitar la carga de un niño a una persona que no lo deseaba, no le importa eliminarlo, pensando que con ello se acaba el problema. Tiene además la ventaja política de que, con evidente incoherencia, no se cuestiona la clara ilegalidad de muchas de estas intervenciones que no se ciñen a las despenalizadas por la ley, pero que se las considera equivocadamente como un simple tratamiento sanitario que no necesitaría otra aprobación que la del médico.
Por último, hemos de lamentar la ampliación de la ley sobre técnicas de reproducción asistida (14/2006 de 26 de mayo) conducente, casi exclusivamente, a abrir el uso de los denominados embriones sobrantes a la experimentación científica.
En este punto hay que ser especialmente claros con el lenguaje. Se emplea el término «preembrión» para sugerir un estado anterior al de e
mbrión, que debería contar con una protección menor, aunque los legisladores saben que esta terminología va contra los datos científicos. La misma existencia de embriones congelados «sobrantes» muestra el criterio pragmático de producción inhumana que se aplica en estas técnicas. Según esta mentalidad, se busca el uso productivo de los embriones sobrantes: un «material biológico» para experimentación. Ésta se califica con engaño como «terapéutica» cuando todavía de ella no se ha conseguido ninguna práctica curativa y ni siquiera se prevé a medio plazo. Se dan informaciones sobre «células madres» de modo indiferenciado, sin aclarar que son las procedentes de cuerpos adultos, no las embrionarias, las que ya han dado importantes resultados curativos.
En la ley se emplean circunloquios para ocultar que se permite de hecho la clonación humana con un pretendido sentido «terapéutico» de curar a un adulto. Se trata de dejar una puerta abierta a una técnica especialmente aberrante de manipulación genética y que ni siquiera entre animales tiene ninguna aplicación terapéutica previsible a medio plazo. Se ha aprobado también la fabricación de «bebés medicamento»: aquellos que se eligen entre los demás por tener una carga genética que permite curar la enfermedad de algún hermano. Esta práctica es inmoral porque se realiza mediante un proceso eugenésico que desprecia los demás embriones producidos por considerarlos inservibles para el único fin que se busca y termina también con el seleccionado.
Hemos de reconocer en todo ello una falta gravísima de protección de los derechos del embrión al que se trata, en la cuestión del aborto, como una vida sin importancia y, en la actual ley de técnicas de reproducción asistida, simplemente como una cosa. Una falta de protección de un ser humano embrionario que contrasta cruelmente con los cuidados prestados a embriones animales, mucho más protegidas por la ley que los humanos.
3. Graves responsabilidades públicas
Ante esta situación tenemos que recordar la grave responsabilidad de los legisladores que aprueban estas leyes gravemente injustas que crean una gran violencia interna en la sociedad y con las cuales se aplasta sin más los derechos de los que no tienen voz. Es un modo totalitario de legislar que olvida el principio primero de la justicia que reside en el derecho a la vida, fundamento de todos los demás.
Igualmente, hemos de llamar la atención a los gobernantes porque en el modo de aplicar la ley vigente del aborto se lleva a cabo un enorme fraude de ley, ya que en 2004 el 96,7 % de los abortos se produjeron por peligro en la salud física o psíquica de la mujer. No se vigila entonces el cumplimiento exacto de los supuestos de la ley, con lo que la protección del nasciturus, reconocida por el Tribunal Constitucional como uno de sus derechos (Sentencia 53/1985, de 11 de abril), es nula en la práctica.
Constatamos el crecimiento de los debates en temas bioéticos y la aparición de muchos comités de ética para dar solución a estos graves problemas. En este campo se siente la necesidad urgente de una aclaración ética en el ámbito social. Corresponde a los especialistas cristianos en estos temas, entrar en ellos e influir, con fidelidad al magisterio y desde la profunda sabiduría evangélica, para recuperar la importancia de la dimensión moral propia de las profesiones relacionadas con la vida: médicos, personal sanitario, biólogos e investigadores.
A los médicos y personal sanitario, al tiempo que les agradecemos su servicio a la vida, les pedimos que no claudiquen ante concepciones materialistas de la vida y pongan todos sus esfuerzos en la defensa de la vida como don de Dios. No son meros técnicos que aplican un protocolo; deben conservar siempre las convicciones morales básicas recogidas en el juramento hipocrático. Que ejerzan, cuando proceda, la objeción de conciencia; a nadie se le puede obligar a atentar contra la vida de otro ser humano. Esto se extiende también a los farmacéuticos que no son meros comerciantes, sino profesionales al servicio de la salud. Tanto la píldora abortiva como la del día después no son medicinas; por ello, no existe obligación alguna de distribuirlas y sí el deber moral de no venderlas en una acción que sería una cooperación formal con el mal del aborto.
Nuestro pensamiento se dirige también hacia quienes se ven más afectadas por el mal del aborto: las madres gestantes. Muchas veces estas personas se ven presionadas fuertemente y sin ayuda externa, de tal modo que se sienten psicológicamente obligadas a ceder al aborto. En ese caso la responsabilidad moral afecta particularmente a quienes las han forzado a abortar . Un estudio detallado de las causas que llevan a las mujeres a tomar la decisión de abortar muestra que las razones por las que se llega a este extremo son de orden económico y de carencia de auténtica formación afectiva y sexual. Es decir, las políticas sociales se han mostrado muy ineficaces.
Paradójicamente, se gastan ingentes cantidades en «producir» niños y no se ofrecen casi recursos de ayuda a las madres embarazadas sin posibilidades. En la Comunidad Autónoma de Madrid, se ha activado la denominada «redmadre» -con una mayoría de asociaciones de inspiración directamente cristiana- para procurar una ayuda global a las jóvenes embarazadas sin recursos: el sector de población que accede más al aborto. Hemos de felicitar a los que han hecho posible esta iniciativa y esperamos que crezca, también en dotación económica, como alternativa real al aborto, de forma que nadie elija este camino por carencias económicas o de información de asistencia social.
Un fracaso notable de nuestra sociedad es el intento de reducir la tasa de embarazos no deseados entre adolescentes, que sigue creciendo. Es un indicio claro de la carencia de educación moral en nuestro sistema educativo y en la sociedad en general. Se reduce la educación afectivo-sexual a una pura información de las técnicas para evitar un embarazo en una relación sexual. Así se favorecen conductas irresponsables que terminan lamentablemente en el drama del aborto. Por el contrario, la experiencia comprobada de una educación afectivo-sexual basada en la concepción cristiana del hombre y en la virtud de la castidad tiene una eficacia muy notable en la reducción de embarazos no deseados.
4. Una llamada a defender la vida
Al describir esta situación queremos, como pastores del Pueblo de Dios, que nuestros fieles tomen conciencia del enorme desafío que suponen estos problemas ante los que no podemos permanecer impasibles. La sociedad está dañada gravísimamente por el aborto; se trata de un «peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida» .
Es preciso responder desde la fe mediante el anuncio gozoso del Evangelio de la vida, capaz de llevar al hombre a la plenitud de su existencia en la tierra, y a la participación en la vida más allá de la muerte.
La Iglesia es el lugar donde mana abundantemente la vida que procede del Espíritu Santo, el Señor vivificante. La Iglesia es el «pueblo de la vida» y el «pueblo para la vida» ; sabe reunir a todas las personas que reconocen en la vida un don precioso. Os exhortamos, pues, a adquirir un «corazón que ve» y sabe apreciar con mirada contemplativa el don de la vida que tiene su fuente verdadera en la vida de Dios y es, por ello, una realidad sagrada e indisponible. De aquí nace el anuncio del Evangelio de la vida en la enseñanza, la catequesis y la formación de la conciencia .
La Iglesia ha respondido al desafío de las distintas revoluciones sexuales de la historia con el llamamiento a una fuerte espiritualidad que reconozca la vida como un don precioso de Dios y la relación que existe entre la acogida agradecida de la vida y la vocación al amor. Por ello, gasta sus energías en una auténtica formació
n sobre el amor y la vida según el plan de Dios.
Animamos, pues, a padres y educadores, a dedicar sus mejores energías en la formación afectivo-sexual de niños, adolescentes y jóvenes. Se trata de enseñarles a interpretar sus deseos más profundos del corazón en los que existe un lenguaje del amor puesto por Dios. Sin esta educación básica difícilmente aceptarán las exigencias del Evangelio de la vida en el momento de fundar un hogar y realizar su vocación de padres cristianos. Educar para el amor y la vida es una tarea hermosa, pues de ella depende la creación de una sociedad en la que el hombre sea amado por sí mismo, como hijo de Dios, llamado a participar en su misma vida, que recibimos como don sagrado cuando el Hijo de Dios tomó carne en las entrañas de la Virgen María.
Madrid, a 25 de marzo de 2007, Solemnidad de la Encarnación del Señor.
+ Antonio María Rouco Varela, Cardenal Arzobispo de Madrid
+ Jesús E. Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares
+ Joaquín Mª Lz. de Andújar y Canovas del Castillo, Obispo de Getafe
+ Fidel Herráez Vegas, Obispo Auxiliar de Madrid
+ Cesar A. Franco Martínez, Obispo Auxiliar de Madrid
+ Eugenio Romero Pose, Obispo Auxiliar de Madrid
+ Rafael Zornoza Boy, Obispo Auxiliar de Getafe