CIUDAD DEL VATICANO, martes, 12 junio 2007 (ZENIT.org).- El diálogo intercultural con el islam se ha concretizado artísticamente en el Vaticano con una danza de derviches de Konya (Turquía).
Las danzas místicas, típicas del sufismo (corriente mística del islam), pudieron admirarse el 5 de junio en una majestuosa sala en el Palacio de la Cancillería, enclave de territorio vaticano en el centro de Roma.
El acto estuvo organizado por la Embajada Turca ante la Santa Sede y por el Consejo Pontificio de la Cultura para conmemorar los 800 años del nacimiento de Mevlana Celaleddin Rumi (1207-1273), considerado como uno de los mayores poetas y filósofos de la mística sufi del islam.
Un derviche es un miembro de una hermandad sufi que además de vivir en ascetismo y pobreza, expresa su religiosidad por medio de danzas al ritmo de tambor y acompañado de otros instrumentos tradicionales con significados místicos. Su aspecto se caracteriza por unos vestidos blancos con falda y unos sombreros que se elevan en forma cilíndrica.
Dogan Akdur, embajador turco ante la Santa Sede, presentó el acontecimiento subrayando las «excelentes relaciones» que se dan entre su país y el Vaticano después de la «histórica» visita de Benedicto XVI a Turquía en noviembre de 2006.
El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, dirigió un saludó para explicar que «en el ámbito intercultural, que con frecuencia asume una dimensión interreligiosa, hemos aprovechado una ocasión significativa de encuentro: los 1.800 años del nacimiento de Mevlana Celaleddin Rumi, uno de los poetas persas más grandes, uno de los mejores heraldos del sufismo monista, y sobre todo, el fundador de la célebre confraternidad mawlawiyya, cuyos miembros en occidente son llamados “derviches danzantes”».
«Un encuentro entre culturas para celebrar al poeta Rumi y su arte sublime, capaz de transportarnos a las altas cumbres de los versos líricos, allí donde el hombre vuelve a encontrar la pureza de sus sentimientos y las preciosas palabras de un diálogo entre civilizaciones y pertenencias religiosas diferentes», explicó el purpurado, que también es presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso.
«La música y la danza, lenguajes universales que alimentan el espíritu, nos hacen experimentar la belleza del intercambio cultural y del diálogo entre civilizaciones», añadió el cardenal francés.
«El canto y la rotación, con un progresivo aumento de ritmo y velocidad, presentan a los artistas con una mano con la palma dirigida hacia lo alto y con la otra hacia abajo, como queriendo unir el cielo y la tierra: el hombre, la persona, el derviche se presenta como unión entre finito e infinito».
«El tambor marca el ritmo de manera incisiva y la flauta evoca las evoluciones y envuelve la atmósfera en un ejercicio espiritual orientado al contacto con lo divino», ilustró Poupard.
«Rumi define el papel del poeta místico comparándolo a la flauta: la boquilla es la boca de Dios; el soplo divino pasa a través del cuerpo de la flauta, es decir, del cuerpo del poeta, y la apertura es la boca del poeta».
«Si cree que el canto procede de él, mientras este canto es el canto de Dios», aclaró el cardenal antes de dar paso al espectáculo al que asistieron miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, periodistas invitados –entre ellos Zenit– y algunos exponentes vaticanos del mundo de la cultura y del diálogo interreligioso, además de oficiales de Secretaría de Estado.