QUERÉTARO, miércoles, 13 junio 2007 (ZENIT.org–El Observador).- El padre Ignacio Larrañaga es un sacerdote franciscano capuchino, de origen español, que ha desarrollado una amplia labor animadora y evangelizadora durante más de 25 años, primordialmente a través de ese servicio eclesial conocido como Talleres de Oración y Vida, que datan de 1984, y que han beneficiado a cerca de diez millones de personas.
El padre Larrañaga es autor de más de una docena de libros que han sido traducidos a más de diez idiomas y ha tenido una enorme influencia en países de habla hispana con su pedagogía que vincula la oración con la vida concreta, especialmente, con la vida de matrimonio. Ha continuación reproducimos una entrevista exclusiva que el padre Larrañaga concedió a Zenit–El Observador.
–En su libro «Muéstranos tu Rostro», usted coloca este epílogo de Karl Rahner: «El hombre del futuro será un místico que ha experimentado a Dios o no será nada». ¿Cómo percibe el fondo de esta sentencia?
–Padre Larrañaga: Yo pienso que en general vivimos hoy día una cultura, no digo atea, pero sí pagana, donde sólo interesa el bienestar, el dinero, la satisfacción, el hedonismo; pero esto no puede de ninguna manera ir por mucho tiempo, porque si no sobreviene el vacío existencial, y esto lleva, como quien dice al suicidio, porque, entonces, si nada tiene sentido ¿para qué vivir? Frente al futuro debe haber una especie de cambio en el modo de ser y de sentir del hombre en la sociedad futura. Lo que Ranher quiere decir es que en la Iglesia católica la religión es eminentemente doctrina, dogmas, teorías, teología, y si no es mística (la religión), trato personal con Dios, y si verdaderamente no hay experiencia de Dios, no habrá nada: la religión sería palabras vacías que no tienen sentido alguno. Entonces, o será experiencia personal de Dios o sencillamente esto no tiene razón de ser, son puras palabras que se andan de boca a boca.
–Parece que el mundo moderno es un mercado de experiencias religiosas.
–Padre Larrañaga: Hay una evidencia: hoy en día se experimenta un gran vacío de Dios y va suscitándose un hambre de Dios, un deseo de Dios pero confusa y oscuramente, sin saber exactamente qué es. Entonces se está buscando algo que se asemeje a eso; de ahí vienen los movimientos como la New Age, las religiones orientales y todas esas cosas que van viniendo como una especie de sustituto de esta hambre de Dios que realmente la sociedad, sin darse cuenta, siente y piensa. No hay que especificar demasiado en la oferta musulmana o cristiana o budista, sino sencillamente «Dios», vivo y verdadero, meta final y origen original de todo lo bueno y grande, Dios meta absoluta de todo, y esto es lo que ha olvidado esta cultura. La cultura moderna está sintiendo un gran vacío y no sabe de qué, pero en el fondo es de Dios mismo.
–Usted ha creado los Talleres de Oración y Vida. En este contexto del hambre de Dios que padece el hombre moderno, ¿cómo se inserta esta experiencia de los talleres? ¿Qué le ofrecen?
–Padre Larrañaga: Este servicio eclesial, así llamado por la Santa Sede, llamado Talleres de Oración y Vida, ha llegado en estos 22 años, a unos nueve o diez millones de personas que los han recibido, y en general la impresión es que cambia la vida, y este cambio de vida significa que es una visión totalmente nueva, un modo de vivir el cristianismo la vida siguiendo las huellas de Cristo Jesús, pacientes como Jesús, bondadosos como Jesús.
–Concretamente, ¿en qué consiste la experiencia de Talleres?
–Padre Larrañaga: Es una propuesta global muy detallada. En primer lugar se trata de que los asistentes aprendan a relacionarse con Dios de una manera variada, sistemática, metódica desde los primeros pasos hasta las alturas de la oración transformante u oración contemplativa.
Otra finalidad es de qué manera evitar los traumas, las heridas de la vida, las angustias y tristezas, todo lo negativo del corazón, cómo eliminarlo y que todo esto no influya en el estado de ánimo de la persona.
También pretenden la presentación estimulante, viva, vibrante, entusiasta de Jesucristo Nuestro Señor como modelo de vida, con una pregunta que va en el fondo de todo: ¿que haría Jesús en mi lugar?
Entonces proponemos un programa fascinante: ser humildes, pacientes, bondadosos, sentir, amar como Jesús lo hizo, modelo de vida en todo; es un programa de santificación cristificante.
Finalmente impulsamos a los participantes a comprometerse en una vida apostólica: amigos de Jesús, apóstoles de Jesús; esta es la finalidad que pretendemos con todos aquellos que vienen a los talleres: los devolvemos a la vida transformados en amigos del Señor, liberados de angustias y traumas, y verdaderamente hombres y mujeres de oración.