Uganda necesita urgente ayuda pero «nadie escucha nuestro grito de socorro»

Testimonio del trabajo social y de evangelización de un sacerdote

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KÖNIGSTEIN, miércoles, 27 junio 2007 (ZENIT.org).- «El mundo no recibe noticias de nuestra desgracia, porque carecemos de medios para que se nos escuche», ha dicho el padre Thomas Achia, director del Centro de Servicios Sociales y Ayuda al Desarrollo de la Diócesis de Moroto en Uganda, en una conversación con la asociación católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN).

La pobreza en Uganda y, principalmente, en la región de Karamoya en el noreste del país, es inimaginable, asegura.

«La gente tiene suerte si consigue comer una vez al día». Peor aún es la inseguridad, pues, a consecuencia de la guerra civil, todavía hay mucho movimiento de armas. El sacerdote señala que, a plena luz del día y a la vista de todo el mundo, la gente recibe disparos al azar y el robo de coches es algo habitual. Añade que un miembro de su propio equipo ha sido asesinado, y que la mayoría de las organizaciones de ayuda ya no se atreven a enviar a sus colaboradores a esta región.

Admite que el Gobierno está intentando desarmar a los criminales, pero que, al mismo tiempo, también emplea la violencia y mata a personas, provocando así aún más violencia, enfado y frustración entre la población. Según el P. Thomas, este círculo vicioso tiene a la gente atemorizada y apiñada en poblados y campos de desplazados por miedo a ser víctimas de ataques.

La región de Karamoya es la más pobre y desatendida de Uganda. El P. Thomas señala que el Gobierno apenas está apoyándola y asegura que, además, los escasos recursos de la región van a parar, en primer lugar, a las fuerzas armadas. La falta de higiene es inconcebible: en el mejor de los casos hay una sola letrina para 3.000 personas. Como consecuencia, la situación sanitaria es atroz; apenas hay servicios médicos ni medios de transporte para llevar a la gente al hospital. Muchas personas están muriendo de enfermedades como la malaria y el cólera, y muchas mujeres mueren al dar a luz debido a la escasa higiene. La alta tasa de mortalidad de niños y recién nacidos es igualmente impactante, y la esperanza de vida sigue siendo en esta región inferior a los ya escasos 39 años de media de Uganda.

El padre Thomas explica que, gracias a que los valores tradicionales aún se mantienen en pie, el sida todavía no está muy extendido, aunque, debido a la falta de educación, mucha gente siga pensando que esta enfermedad es fruto de la brujería. Además, añade que la tradición de que una viuda se case con el hermano del esposo fallecido hace que, en ocasiones, el sida se transmita a familias enteras.

También la tasa de analfabetismo es superior a la de otras regiones del país.

El padre Thomas indica que sólo en torno a un 12% de la población sabe leer y escribir. La falta de educación no sólo priva a la gente de perspectivas de futuro, sino que, además, dificulta enormemente cualquier labor en aras de la paz y la justicia.

«Mucha gente sólo conoce la ley del más fuerte y desconoce totalmente los derechos humanos», dice el padre Thomas Achia.

La Iglesia gestiona escuelas y programas educativos con el fin de promover la autoayuda y la producción de más alimentos. Al mismo tiempo, intenta despertar una nueva conciencia.

«Nos reunimos con grupos para reflexionar sobre el sufrimiento y las medidas que podemos tomar para mejorar la situación. Dado que sólo un puñado de personas saben leer y escribir, buscamos la manera de transmitir nuestro mensaje por otras vías», precisa.

Lo más importante de todo es la formación de los catequistas, pues son ellos quienes mantienen un contacto directo con las familias en los poblados y, por tanto, quienes pueden realizar un servicio fructífero en el ámbito de la evangelización.

Al mismo tiempo, no es nada fácil encontrar los medios para apoyarlos.

Los 16 sacerdotes y las religiosas de la diócesis también se ven afectados por la pobreza y, además, soportan una presión psicológica muy alta.

«Los sacerdotes, religiosas y catequistas son los que trabajan en primera línea: son ellos quienes escuchan cada grito de socorro, quienes ven cada lágrima que derraman estas personas y quienes deben aportarles consuelo y ayuda. Sin embargo, no hay que olvidar la pesada carga que supone vivir en constante contacto con todo este sufrimiento».

El padre Thomas ruega a la opinión internacional que no se olvide de los habitantes de la región de Karamoya.

«Necesitamos urgentemente ayuda, pero casi nadie escucha nuestro grito de socorro porque carecemos de medios para que se nos escuche. No podemos permitirnos trabajar en los medios de comunicación. En una ocasión tuvimos la oportunidad de hablar en una emisora de radio privada. Esta intervención nos costó 350 €, lo cual es una cantidad astronómica para nosotros. Estamos muy contentos de que ahora podamos dar a conocer a la opinión pública nuestra terrible situación».

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ZENIT Staff

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