MADRID, lunes, 15 octubre 2007 (ZENIT.org).-«La sangre del pelícano» (editorial «Libros libres») se ha convertido en las últimas semanas en uno de los «thrillers» espirituales de más éxito en español.
Su autor, Miguel Aranguren (1970), confiesa en esta entrevista concedida a Zenit que con su séptima novela ha querido «demostrar que la intriga espiritual no puede ser patrimonio de los que atacan a la Iglesia».
Todo comienza en los jardines de Villa Borghese (Roma), cuando un cadáver decapitado aparece entre la foresta. El padre Albertino Guiotta ha sido guiado hasta allí por un anónimo que ha aparecido en el confesionario de su parroquia. Todo hace presumir que una secta satánica está decidida a dar el último y definitivo golpe a la Iglesia ya que, al mismo tiempo, un convento de clausura del Albaicín (Granada) vive con perplejidad unos ataques desagradables y recurrentes y en Cantón (China), los católicos perseguidos parecen dispuestos a sufrir una dura persecución a causa de su fe.
Por si fuera poco, Aranguren entrelaza otras dos tramas: la que ha paralizado a la racionalista Francia ante los espectáculos espirituales de un santón gnóstico, obsesionado en confrontar sus fuerzas sobrenaturales con el mismísimo Papa; y la batalla que se disputan en las Naciones Unidas dos mujeres de fines opuestos. Al final, de fondo, el lector se enfrenta ante la lucha entre el bien o el mal.
–Somos conscientes de que podemos desvelar muy pocas cosas más acerca de la trama de «La sangre del pelícano». En todo caso, la novela comienza con una extraña sensación de oscuridad en el alma del padre Albertino Guiotta (protagonista indiscutible de la novela), como si se preparara una terrible tormenta espiritual sobre Roma, y finaliza con una sonora carcajada por parte del cura. ¿Era su intención, al escribir esta novela, mostrar los contrastes entre el bien y el mal?
–Miguel Aranguren: Bien y mal, virtud y vicio, gracia y pecado son conceptos antagónicos que aparecen constantemente en la novela. Es más, «La sangre del pelícano» está ambientada en un tiempo próximo en el que la sociedad ha rechazado, de alguna manera, la posibilidad del pecado. Pero el pecado existe. Comenzó con la caída de nuestros primeros padres y finalizará con la Parusía, el regreso de Cristo, Rey de la Historia, para juzgar a vivos y a muertos. Mientras tanto, la batalla entre el bien y el mal no conocerá descanso. Pero ya decía Pablo VI que el demonio se aprovecha de este descreimiento universal sobre su perversa figura, a pesar de que pocas veces puedan encontrarse tantas sectas y movimientos vinculados al príncipe de la mentira, al mismo tiempo que pocos momentos de la historia disfrutan de testimonios de santidad tan vivos como los de estos últimos cien o ciento cincuenta años.
–Pensábamos que la marea de «El código da Vinci» ya había pasado. Sin embargo, «La sangre del pelícano» parece advertir que el género del misterio espiritual no se acabó en la obra de Dawn Brown.
–Miguel Aranguren: No sólo no se ha acabado con «El código da Vinci» ni con otras novelas que aprovecharon el tirón comercial de aquel libro. Es más, aquella literatura-basura prostituyó un género que no puede manejar quien no tenga fe, salvo que le sea ajeno el riesgo de caer en la desinformación (como le ocurría a Brown) o directamente en la calumnia. El misterio de la salvación del hombre es inmenso y da pie a muchas recreaciones, también literarias. Los medios de comunicación, por desgracia, ofrecen también una imagen interesadamente sesgada de la Iglesia y sus obras. ¿Por qué no, entonces, lanzarse a la elaboración de una novela que conjugue todas estas ausencias? Es decir, existía la necesidad de mostrar, mediante las peripecias de una serie de personajes, qué es la Iglesia, cuál es el papel de la gracia, qué es el perdón y la misericordia, cuál es el valor de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, quiénes fueron las figuras egregias del cristianismo del siglo XX, etc.
–¿Se atrevería a señalar a los lectores de Zenit cuáles son las manifestaciones actuales del mal?
–Miguel Aranguren: La verdad es que prefiero hablar en positivo. Como antes decía, y a pesar de que en general los medios de comunicación no lo reflejen, en todos los rincones del mundo hay testimonios auténticos de santidad, de heroísmo en la práctica habitual de las virtudes. Pero el mal está ahí, bien representado, por ejemplo, por la «cultura de la muerte», presente también en «La sangre del pelícano». El aborto, la manipulación de embriones, la eutanasia…, acaban con el destino trascendente del hombre, lo cosifican, eliminan de él toda su dignidad, esa que nos hace superiores y dueños de todas las criaturas, ajenos al paso del tiempo, a la misma muerte, que no es nuestro destino irremediable sino un paso misterioso hacia una vida totalmente plena.
–¿Qué pretende recoger con el título de la novela? «La sangre del pelícano» habla de un ave herida y en su portada, además, aparece la inquietante esvástica nazi, de tan horribles recuerdos.
–Miguel Aranguren: La imagen del pelícano que se hiere a sí mismo para alimentar a sus crías en tiempos de carestía fue utilizada por los primeros cristianos para representar de forma figurada a Jesucristo y a la Eucaristía. El propio canto eucarístico «Adoro te devote», santo Tomás se refiere a Jesús como a ese bondadoso pelícano que nos entrega su carne y su sangre como prenda de salvación. En la novela esta presencia salvadora y misteriosa de Jesús sacramentado está presente, sobre todo, en la esperanza del Santo Padre, al que no vacila su fe como no vaciló la de los primeros cristianos en las que fueron algunas de las más terribles persecuciones de la historia de la Iglesia. Y sobre la esvástica nazi, la portada de la novela no hace otra cosa que anunciar lo que el lector va a encontrarse dentro del libro: que el demonio utilizó la ambición de Adolf Hitler y otros canallas de la historia para intentar acabar con el bien.
–¿Cómo aceptará su novela un lector no creyente?
–Miguel Aranguren: Supongo que disfrutará con su lectura, ya que por encima de este diálogo de aires teológicos que estamos manteniendo, se trata de una novela de intriga, de puro entretenimiento, de una batalla en la que los «buenos» necesitan sagacidad ante las enormes dificultades que les ponen aquellos que quieren que triunfe el mal. El lector, de esta manera, puede también participar buscando la manera de ayudar al padre Albertino y al comisario Luigi Monticone, el antihéroe de esta novela.
–Por último, en «Las sangre del pelícano» se mezcla realidad y ficción a juzgar por la aparición de la Madre Teresa de Calcuta y de Juan Pablo II en el entramado de una historia ficticia.
–Miguel Aranguren: He comentado en otros lugares que Juan Pablo II (que en la novela ya ha sido proclamado santo por la Iglesia) y la Madre Teresa de Calcuta son algo más que personajes históricos. Su paso por la tierra ha removido a mucha gente pública y a muchísima más que pertenece al anonimato de los pueblos. Yo mismo me siento deudor de su vida, gestos y palabras. En «La sangre del pelícano» juegan un papel fundamental en el padre Albertino Guiotta, ya que antes de su conversión tuvo cierto trato con una secta satánica y para su posterior ordenación sacerdotal precisó de la intervención directa del Papa polaco que, además, alimenta a la Iglesia perseguida de China. La Madre Teresa fue interlocutora directa de Albertino, pero no puedo contar más…
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