Los siete dolores de China

Entrevista a Mark Miravalle, docente de Teología y Mariología

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ROMA, domingo, 21 octubre 2007 (ZENIT.org).- En China, se siguen negando los derechos humanos y la libertad religiosa, según el autor de un libro sobre este país.

Mark Miravalle, profesor de Teología e Mariología de la Universidad de Steubenville, franciscana, estuvo en China el pasado verano y constató personalmente las dificultades diarias de la gente y los fieles del país.

En esta entrevista, concedida a Zenit, habla de su libro en inglés «Los siete dolores de China»(«The Seven Sorrows of China», Queenship Publications), y de algunos testimonios de los miembros de la Iglesia clandestina, así como una entrevista privada con un obispo clandestino.

–¿Qué le ha llevado a visitar China y escribir este libro sobre el país?

–Miravalle: He ido a China con la única intención de ayudar a algunos amigos que estaban cuidando a huérfanos y enfermos terminales, como hacía la madre Teresa de Calcuta.

Cada día, en cambio, me reservaba nuevos descubrimientos de horribles violaciones de los derechos humanos y de la libertad religiosa que han sido significativamente ignoradas por la prensa laicista, en la que China es descrita como un país «abierto y de nueva democracia». He podido constatar exactamente lo contrario.

Las mujeres son obligadas por la policía demográfica a abortar en cada provincia. Los obispos y los sacerdotes que no quieren colaborar con la Iglesia patriota china, controlada por el Gobierno, a menudo son buscados, arrestados, encarcelados y a veces torturados.

Las estructuras de los seminarios clandestinos consisten a veces nada más que en un edificio abandonado, sin electricidad ni calefacción. Hay violaciones de los derechos humanos y de la libertad religiosa en todas partes.

–¿Cuáles son los siete dolores de China a los que se refiere en el título del libro?

–Miravalle: Los siete dolores son siete categorías o casos concretos de opresión de los que es víctima cada día la población china. Una de estas es, por ejemplo, la que corresponde al relato de una mujer que quería dar a luz, a pesar de la prohibición gubernamental, y que tuvo que huir en bata del hospital, meterse rápidamente en un taxi llamado por una religiosa católica para poder salvar a su bebé del aborto.

Otro dolor se refiere a un obispo clandestino que arriesgó la vida por conceder una entrevista para que Occidente pudiera conocer la verdadera historia sobre la persecución religiosa en China. Otra historia narra la vida de una aldea católica que, mediante la solidaridad de los chinos católicos, está asegurando familias más numerosas y la celebración de fiestas litúrgicas, a pesar de la política del hijo único y la oposición del Estado a reuniones religiosas públicas.

Los miembros de la Iglesia clandestina con los que hablé no cesaban de expresar su amor por la Virgen. No he podido dejar de pensar que su corazón, atravesado siete veces, según la tradición, por los sufrimientos injustos de su Hijo divino, siga siendo místicamente traspasado por los injustos sufrimientos del noble pueblo chino. Ella ve a Jesús en cada chino inocente torturado, oprimido, abortado. Así tendremos que hacer también nosotros.

–¿Qué piensa del hecho de que las Olimpiadas de 2008 hayan sido asignadas a Pekín? ¿El Gobierno chino intenta convencer a Occidente de que China se ha hecho más abierta y democrática?

–Miravalle: Exactamente esta es la pregunta que hice al obispo clandestino que pude entrevistar.

Nos vimos en secreto en la vivienda de una familia pobre, cerca de la catedral, porque había muchos agentes de policía que vigilaban la iglesia. Su respuesta fue que «el Gobierno chino es como la zorra que va donde la gallina y le dice «¡feliz año nuevo! y luego la devora. No somos libres de practicar nuestra fe católica. Yo he estado en la cárcel veinte años, tuve que hacer trabajos forzados y asistí a la tortura y asesinato de sacerdotes y laicos».

Cuando sugerí que quizá hubiera sido imprudente citar la referencia a los veinte años de reclusión, por temor de que pueda desvelar su identidad, dijo que el problema hoy no subsiste porque todos los obispos clandestinos han sufrido en torno a los veinte años de cárcel por su fidelidad al Santo Padre.

–¿Hizo el obispo clandestino algún comentario a la reciente carta de Benedicto XVI a la Iglesia en China?

–Miravalle: Sí. El obispo recibió una copia justo unos días antes de la entrevista. El Gobierno chino ha bloqueado todos los sitios de internet, entre ellos el del Vaticano, que ofrecen el texto de la carta del Santo Padre, pero la Iglesia clandestina tiene su red de información.

El obispo elogió la carta de Benedicto XVI por su sabiduría y prudencia. En ese momento, tuvimos que interrumpir la entrevista –habían pasado diez minutos– porque la policía regional entró en la catedral para buscar al obispo. Las personas que nos acogieron temían que le arrestaran de nuevo.

Pasada media hora, el prelado volvió a nuestro lugar secreto diciendo que la policía había ido para advertirle que no hiciera declaraciones públicas sobre la carta del Papa. El obispo sonrió y dijo que lo inevitable no se puede evitar.

–¿Qué piensa de la política china del hijo único? ¿En qué modo se lleva adelante?

–Miravalle: He recibido algunos testimonios de mujeres que fueron al hospital, pasados los nueves meses de embarazo trabajando, pero sin certificado gubernamental de autorización del nacimiento. Tras una consulta a la policía demográfica, el doctor o la enfermera les inyectaron en el abdomen una sustancia que mató a sus hijos.

Otras parejas casadas lograron tener el niño en el hospital pero, al volver a casa, encontraron su casa arrasada por el fuego. Otras fueron obligadas a pagar una fuerte multa o, al volver a casa, la encontraron desvalijada, incluidas las puertas, menos la mesa de la cocina.

¿Todo esto tiene que ver con un nuevo Gobierno demócrata y respetuoso de la religión? ¿Qué pasaría si nuestras familias occidentales recibieran este trato por querer tener otro niño?

En septiembre, otro obispo clandestino murió en prisión y su cuerpo fue incinerado seis horas después de la muerte en plena noche. ¿Había algo que esconder? ¿Y si esto hubiera sucedido a uno de nuestros obispos en Occidente?

–¿Ha podido vislumbrar alguna señal de esperanza para la Iglesia en China durante su visita?

–Miravalle: Sí. En algunas aldeas, conocidas por su heroica actitud en defensa de la fe y por mártires habidos por causa de nuestra fe católica, bajo indecibles persecuciones, muchas familias tienen muchos hijos y se hacen públicamente celebraciones eucarísticas y procesiones marianas.

Fui a una aldea concreta y entrevisté al párroco sobre cómo era posible vivir de este modo a pesar de la política del hijo único impuesta por Pekín. La respuesta fue: «Aquí estamos unidos. Los sacerdotes están dispuestos a ofrecer la vida por el obispo y la gente está dispuesta a morir, y ha muerto, por sus obispos y sacerdotes, y el obispo es totalmente fiel al Santo Padre. Estamos tan unidos que nos deberían eliminar a todos, pero ahora no lo harán».

Pregunté al párroco y a la religiosa que hacía de intérprete qué es lo que hace tan distinta a esta aldea. Y la respuesta fue: «Nos encomendamos a la Eucaristía, a Nuestra Señora y a la sangre y oraciones de los mártires que nos han precedido. Aquí somos católicos. Si no se es fiel al Santo Padre no se es católico».

–¿Qué puede hacer la Iglesia en Occidente para ayudar a la Iglesia en China?

–Miravalle: Nuestro corazón debería ser traspasado por el dolor y los sufrimientos sufridos a diario por nuestras hermanas y hermanos católicos en China. Esto nos llevaría a orar cada día por la Iglesi
a y la gente de China.

Hice la misma pregunta al obispo y me respondió: «Orad, orad por la Iglesia en China. El dinero puede ayudar pero sobre todo rezad».

El obispo añadió que el comunismo no es el único mal que su gente afronta. Y me confesó: «Últimamente. Mi gente a empezado a ceder a la idea secular y mundana de felicidad, según la cual es posible encontrar la felicidad última en esta vida. Han perdido el deseo de oración y sacrificio. Y este puede ser un peligro todavía peor que el mismo Gobierno comunista».

El obispo exhortó: «¡Rezad a la Santa Virgen María! Es ella el remedio para la situación en China. Es como la batalla descrita en el Apocalipsis, entre la mujer y el dragón. Es sobre todo una batalla espiritual, cósmica. Orad a Nuestra Señora por China».

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ZENIT Staff

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