CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 31octubre 2007 (ZENIT.org).- La «soledad silenciosa» que tuvo que sufrir Beethoven le enseñó «un modo nuevo de escucha» equiparable a un don liberador de Dios, constata Benedicto XVI.
El Papa –cuya profunda cultura musical es bien conocida-- se hizo eco de la lección y del testimonio del genial compositor en su discurso de agradecimiento en la tarde del sábado pasado, tras el concierto que, en su honor, le ofreció la orquesta sinfónica y el coro de la Radio de Baviera («Bayerischer Rundfunk»).
Siete mil personas acudieron al Vaticano, al Aula Pablo VI, para disfrutar junto al Santo Padre de la IX sinfonía de Ludwig van Beethoven, ejecutada, bajo la batuta del maestro Mariss Jansons, por 174 músicos.
Profundamente agradecido, el Papa aseguró en su discurso --en alemán e italiano--, tras la interpretación, que este «regalo» permanecerá por mucho tiempo en su interior y en su memoria.
«Imponente obra maestra», la IX sinfonía de Beethoven, que «pertenece al patrimonio universal de la humanidad, siempre me maravilla», reconoció el Papa.
«Tras años de auto-aislamiento y de vida retirada, en los que Beethoven tuvo que combatir con dificultades internas y externas que le causaban depresión y profunda amargura y amenazaban con sofocar su creatividad artística, el compositor, ya totalmente sordo, en 1824 sorprendió al público con una obra que rompe la forma tradicional de la sinfonía» y «se eleva hacia un extraordinario final de optimismo y de alegría. ¿Qué había ocurrido?», interrogó el Papa.
La propia música ofrece respuestas, pues «permite intuir algo de lo que fundamenta esta explosión inesperada de júbilo», explicó.
«El arrollador sentimiento de alegría transformado aquí en música no es algo ligero y superficial --puntualizó--: es un sentimiento conquistado con esfuerzo, superando el vacío interior de quien, por la sordera, se había visto empujado al aislamiento».
Pero «la soledad silenciosa» «enseñó a Beethoven un modo nuevo de escucha que se encaminaba más allá de la simple capacidad de experimentar en la imaginación el sonido de las notas que se leen o se escriben», precisó Benedicto XVI.
Para profundizar en esta realidad, aludió a «una expresión misteriosa del profeta Isaías, quien, hablando de una victoria de la verdad y del derecho, decía: "Oirán en aquel día los sordos las palabras de un libro [esto es, palabras solamente escritas]; liberados de la oscuridad y de las tinieblas, los ojos de los ciegos verán" (v. 29, 18-24)».
«Se alude así a una percepción que recibe en don quien, de Dios, obtiene la gracia de una liberación externa e interna», recalcó el Santo Padre.
Y recordó, asimismo, como el coro y la orquesta de la radio bávara, en 1989, cuando cayó el muro de Berlín, bajo la batuta de Leonard Bernstein ejecutó esta misma sinfonía, cambiando el texto del «Himno a la Alegría» en «Libertad, bello destello de Dios».
Así lograron expresar, «más que el simple sentimiento del momento histórico», que «la verdadera alegría está enraizada en esa libertad que sólo Dios puede dar», subrayó.
«Él –a veces precisamente a través de períodos de vacío y de aislamiento interior-- quiere hacernos atentos y capaces de "oír" su presencia silenciosa no sólo "por encima de la bóveda estrellada", sino también en la intimidad de nuestra alma. Es allí donde arde la chispa del amor divino que puede liberarnos para aquello que existimos verdaderamente».
El concierto se ofreció casi al año de la visita del Papa a Baviera, su tierra natal. Una visita que, como reconoció el arzobispo emérito de Munich y Frisinga –el cardenal Friedrich Wetter-- en su saludo al Santo Padre, les llevó y les dejó mucha alegría. En agradecimiento por ello, y para renovar su felicitación por el 80º cumpleaños de Benedicto XVI, le hicieron este obsequio musical.
«Sabemos que usted es un gran amante y profundo entendido de la música clásica», expresó al Papa el presidente de la «Bayerischer Rundfunk», Thomas Gruber, subrayando que, en la última visita pontifica a la Basílica de Ratisbona, para la bendición del nuevo gran órgano, Benedicto XVI dijo: «Los grandes compositores con su música querían, en definitiva, cada uno a su manera, glorificar a Dios».