LA HABANA, domingo, 6 enero 2007 (ZENIT.org).- El cardenal cubano Jaime Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, en su homilía de Año Nuevo en la catedral, calificó de «paso prometedor que ha creado expectativas» el reconocimiento por parte de las autoridades de la necesidad de cambios en Cuba.
Por su parte, la revista «Nueva Palabra» de la Arquidiócesis de La Habana pidió que los cambios, anunciados por el Gobierno como graduales, no lo sean tanto que no se vean y pronto.
El cardenal Ortega dijo en la celebración de la Jornada Mundial de la Paz que el año pasado «en todos los niveles de la nación cubana» se expuso «un cúmulo de críticas, quejas y propuestas esperanzadoras basadas en la necesidad de cambios, aún estructurales, en la organización y desarrollo de la vida nacional».
A finales del pasado mes de diciembre, tanto Fidel Castro, en sus habituales colaboraciones de prensa, como su hermano Raúl, en quien delegó plenos poderes, reconocieron públicamente la necesidad de cambios en Cuba y aludieron vagamente a la necesidad de consultar a los ciudadanos, aunque no precisaron los términos de dicha consulta.
El cardenal en su homilía mencionó el anuncio de las autoridades cubanas de que pedirán «una opinión amplia sobre todos los temas preocupantes» en la sociedad. Y calificó el hecho de «paso prometedor».
Recordó el cardenal Ortega que los obispos cubanos, en su mensaje de Navidad (ver: http://wwwzenit.org/article-25792?l=spanish) se refirieron «a las decisiones que debían responder a las inquietudes expresadas y que son esperadas con cierta ansiedad» por el pueblo.
La Iglesia católica, añadió el cardenal arzobispo de La Habana, «ofrecía» en ese mensaje «sus oraciones y su cooperación en esa obra común».
Por su parte, la revista «Palabra Nueva», de la Arquidiócesis de La Habana, alude en su último número de 2007 al debate en la sociedad cubana sobre la situación del país.
Orlando Márquez, director de la revista, analiza el estado de cosas: «En los últimos meses se ha desatado un proceso de debate público –aunque no publicado– sobre los males que nos aquejan. ¿Cuál es el objetivo de invitar a decir, sin miedo, la verdad? Es reconocer la existencia del miedo en nuestra sociedad, así como la existencia de un conflicto subyacente, y eso es importante, mucho».
En su artículo, Márquez, enumera los males de la sociedad cubana expuestos por los ciudadanos: «Cuando en tales debates la gente habla de la incomprensible escasez de artículos básicos –no de lujo–, de vandalismo, de corrupción, de crisis educacional, de discriminación interna, de restricciones a las libertades y falta de oportunidades, al tiempo que reclaman a la autoridad por nuevas oportunidades, están avanzando en la solución de las causas subjetivas del conflicto cubano, confiando en que la otra parte –la autoridad que quiso escuchar- responda del modo apropiado a las demandas».
En su discurso en la sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el pasado 28 de diciembre, Raúl Castro repitió la idea de que los cambios en la isla caribeña no se producirán rápidamente.
A ello responde Márquez diciendo que «la gradualidad es más conveniente que el radicalismo impetuoso y veloz» pero advierte que «la gradualidad debe ser vista pronto, porque la idea de ‘posponer una vez más’ las soluciones no sólo espanta, ahora sería tomadura de pelo y desaliento total».
El articulista se refiere también a las preguntas que se hacen los cubanos ante tales como «¿desaparece la revolución cubana?, ¿se está debilitando el gobierno cubano?, ¿tiene sentido mantener en prisión a personas sancionadas por decir, o escribir, muchas de las cosas que se expresan en el actual debate-público-no-publicado?». Y responde con precisión: «No desaparece lo que es historia».
«El hecho social que conocemos como ‘revolución cubana’ no está condenado a la desaparición, sino a asentarse en la historia nacional con toda su larga estela de luces y sombras, de dolor y satisfacciones, pesadillas y sueños», afirma en su artículo.
«Lo que sí está en nuestras manos hoy –añade–, es la oportunidad de dar una muestra al mundo de madurez y responsabilidad social, de respeto y aceptación de los criterios divergentes, de inclusión y no discriminación por ningún motivo, es decir, reproducir entre nosotros el mismo trato que exigimos de otras naciones».
Y concluye: «También está en nuestras manos la capacidad de adaptación a la nueva realidad mundial, de salvaguardar todo beneficio social logrado sin negar el crecimiento individual y sus derechos».