CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- La globalización necesita un «código ético común», constata Benedicto XVI en el mensaje que ha escrito con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero.
En el texto, publicado este jueves por la Santa Sede, afirma que para combatir la pobreza y asegurar la paz «hoy una de las vías maestras es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana», que requiere «una fuerte solidaridad global».
«Es preciso un ‘código ético común’, cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano», ya que la globalización, aunque «abate ciertas barreras», esto «no significa que no se puedan construir otras nuevas».
Según el obispo de Roma, «la marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas».
Para ello, el pontífice propone una serie de iniciativas, entre ellas una «integración de las economías», y hace un llamamiento «para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones», especialmente los países africanos.
Respecto a las finanzas, considera, deben «orientarse al largo plazo y al bien común». «Una finanza restringida al corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien logra beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera».
En resumen, afirma el Papa, la lucha contra la pobreza requiere «una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres mayor participación para afrontar dichos problemas».
Por otra parte, advierte, «es innegable que las políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres».
«El verdadero proyecto a medio y largo plazo sea el invertir en la formación de las personas y en desarrollar de manera integrada una cultura de la iniciativa», explica.
Por otro lado, afirma, «no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva», sino que es necesario utilizar el beneficio como «un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta».
En resumen, concluye el Papa, es necesaria una globalización que tenga en cuenta «en primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos».
Esta desproporción «es de orden cultural y político, así como espiritual y moral», explica el Papa, y afirma que el combate contra la pobreza no debe limitarse «a sus causas superficiales e instrumentales», sin referirse «a las que están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras».
«La lucha contra la pobreza necesita hombres mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano», concluye.