Amor apasionado a la Iglesia

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 4 de abril de 2009 (ZENIT.org) .- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, al regreso de su visita a Roma.

 

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VER

El pasado 11 de marzo, participé en la audiencia general del Papa Benedicto XVI, en la Plaza de Pedro, y me llamó la atención una frase que dijo sobre San Bonifacio: «El valiente testimonio de San Bonifacio es una invitación para todos a acoger en nuestra vida la Palabra de Dios como punto de referencia esencial, a amar apasionadamente a la Iglesia, a sentirnos corresponsables de su futuro, a buscar la unidad en torno al Sucesor de Pedro».

Amar con pasión a la Iglesia, es lo que nos hace falta en estos tiempos, en que muchos se empeñan en desacreditar y ofender al pueblo fiel y, en particular, a la jerarquía. Me duele mucho cuando alguien de la propia familia eclesial presume saber todo y, por un discutible afán profético, emite juicios condenatorios contra nuestra misma Madre la Iglesia. Todo se malinterpreta y pareciera que nada hacemos bien. Duele que lo hagan los de fuera, pero ¡cómo cala cuando hieren los de casa! Se aduce que lo importante y definitivo es el Reino de Dios, no la Iglesia; pero se ideologiza tanto el Reino que consideran la institución eclesial como un estorbo para el Reino de Dios, no una mediación, un sacramento, que Jesús mismo dejó en orden a la construcción de ese Reino. Piensan que amar a la Iglesia implica callar y aceptar sin crítica evangélica sus deficiencias, cosa que no es así.

Hace años, el actual Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en su anterior mandato, cuando los obispos le advertían alguna cosa, decía: «Yo creo en Cristo, pero no en los obispos». ¡Qué fácil! Como si Cristo esperara sólo una fe en El, prescindiendo de su Iglesia. ¡Quisieran un Cristo sin Cuerpo, sin Iglesia! Así, cada quien se hace iglesia, se hace cabeza, se hace secta.

JUZGAR

Jesús, al establecer su Iglesia, estaba consciente de que dejaba en su lugar a personas frágiles y pecadoras, como Pedro y los demás apóstoles. A pesar de sus fallas y pecados, no les retiró su promesa; más bien, entregó su vida por la purificación y redención de todos, jerarquía y fieles. Así dice San Pablo: «Vivan amando, como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros… Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola con el agua y la palabra, pues él quería presentársela a sí mismo toda resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada» (Ef 5,2.25-27).

Este es el camino marcado por Jesús. No desconoce los defectos de sus apóstoles y de sus discípulos, y se los hace ver con toda claridad, pero da su vida por ellos y por nosotros, que somos su Iglesia desde el Bautismo, para que seamos santos, puros, resplandecientes e inmaculados. No se la pasa sólo criticándolos, sino que les demuestra su amor hasta la cruz.

ACTUAR

¿Cómo puedes amar apasionadamente a tu Iglesia? Entrégate en cuerpo y alma a tu vocación y a tu ministerio; no pongas como pretexto las posibles fallas de obispos y sacerdotes para escudar tus pecados. Mantente fiel y no andes buscando religiones que se amolden a tus gustos, porque en todas hay seres humanos pecadores, y si te fijas sólo en las personas, te vas a decepcionar. Apóyate firmemente en Cristo, la roca fundamental, y reconoce la autoridad de aquél a quien dejó como su Vicario en la tierra, y de aquellos a quienes encomendó predicar su palabra y celebrar sus misterios.

Si adviertes fallas en tu obispo, en tu párroco, en un servidor eclesial, acércate y, como dice Jesús, hazle ver en privado sus fallas; si no te hace caso, hazte acompañar de dos o tres personas; y si no hay corrección, compártelo con la comunidad eclesial, no en la radio y en los periódicos. Con tu oración y tus sacrificios, puedes lograr mucho más que con sólo increpar en reuniones y asambleas. Ten valor para ser profeta y, como Jesús, habla directa y personalmente. Corregir con verdad y respeto, es amor a la Iglesia.

La mejor forma de amar es con tu vida fiel y sacrificada. Andar entre el polvo y el lodo, sufriendo pobrezas y carencias, sin que te lo reconozcan y te aplaudan, sin buscar puestos de promoción, eso es amor apasionado a Cristo y a su Iglesia. Así, haces presente a Jesús y eres encarnación viva del Reino de Dios.

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ZENIT Staff

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