CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 10 abril 2009 (ZENIT.org).- El Vía Crucis que Benedicto XVI presidió en la noche del Viernes Santo en el Coliseo de Roma se convirtió en una plegaria y un momento de cercanía con las comunidades cristianas perseguidas en el mundo.
Portavoz de los miedos y sufrimientos de los discípulos de Cristo ha sido el autor de las meditaciones, monseñor Thomas Menamparampil, SDB, arzobispo de Guwahati, en la India país en el que en el el pasado otoño los cristianos han sufrido una sangrienta persecución a manos de fundamentalistas hindúes.
En la undécima estación, «Jesús promete su Reino al buen ladrón», el arzobispo indio explica que «optar por Cristo siempre es un misterio. ¿Por qué se hace una opción definitiva por Cristo, a pesar de la perspectiva de las dificultades o de la muerte? ¿Por qué florecen los cristianos en los lugares de persecución?».
En la meditación, el prelado salesiano responde: «No lo sabremos nunca. Pero sucede continuamente. Si una persona que ha abandonado la fe encuentra el auténtico rostro de Cristo, quedará conmocionada por lo que ve realmente y podría rendirse, como Tomás: ‘¡Señor mío y Dios mío!'».
«Es un privilegio desvelar el rostro de Cristo a las personas. Es una alegría aún más grande descubrirlo o redescubrirlo», reconoce el arzobispo.
En su meditación conclusiva, el Santo Padre reflexionó sobre la fecundidad del sufrimiento ofrecido a Jesús.
«También en nuestro tiempo, cuántas personas, en el silencio de su existencia cotidiana, unen sus padecimientos a los del Crucificado y se convierten en apóstoles de una auténtica renovación espiritual y social. ¿Qué sería del hombre sin Cristo?», se preguntó el Santo Padre.