Caterina Volpicelli, santa del Sagrado Corazón, será santa el 26 de abril

Fundadora de las esclavas del Sagrado Corazón

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ROMA, lunes 20 de abril de 2009 (ZENIT.org).- «Señor, ¿qué quieres que haga?», era la pregunta constante que la joven Caterina Volpicelli, luego de regresar de espectáculos como el teatro, o la danza que tanto le gustaban, le hacía a la imagen del «Ecce Homo», que se encontraba en su casa.  

Imagen que se encuentra hoy en la casa madre de la comunidad de las Esclavas del Sagrado Corazón, fundada por ella.  

El próximo domingo, esta mujer  será canonizada por el Papa Benedicto XVI junto a otros cuatro beatos.  

«La madre», como le dicen hoy las religiosas de este instituto, nació en 1839 en Nápoles. Fue una niña vivaz, inteligente y a la vez muy dócil. Hacía parte de la alta nobleza de su ciudad. En su juventud tuvo muchos cuestionamientos sobre qué camino debería seguir.

«Vivió una adolescencia muy difícil. Pensaba en casarse, formar una familia. Con sus hermanas frecuentaba los teatros y las diversiones de su tiempo. Logró estudiar muchos idiomas», explica a ZENIT, Carmela Vergara, postuladora de la causa de canonización Caterina y religiosa de la comunidad Esclavas del Sagrado Corazón.

En esa época hubo también una fuerte epidemia de cólera en su ciudad. La experiencia de dolor la hizo mirar más de cerca su vocación de entregarse entera al Señor.

En 1855 conoció al sacerdote franciscano Ludovico de Casoia, hoy beato, quien intuyó la vocación de Caterina: «Caterina, el mundo te atrae pero Dios vence», le decía el padre Ludovico. «Llegará un día en el que cerrarás todos los libros y Jesús te abrirá su corazón donde la primera página, la segunda y las demás no dirán otra cosa que Amor… Amor… Amor».

Así n 1859 Caterina entró a formar parte de la comunidad las Adoradoras Perpetuas de Jesús Sacramentado, pero en poco tiempo se retiró, por graves motivos de salud.

Eran años difíciles para la Iglesia en Nápoles: La invasión garibaldina, la persecución de parte de los masones y la dispersión de los jesuitas eran algunos desafíos para el apostolado en este tiempo.

También se desarrollaba en Roma el Concilio Vaticano I (1869 – 1870), convocado por el Papa Pío IX. Paralelamente un grupo de anticlericales realizaba el «Anticoncilio de libre pensadores». Fue en este contexto en el que Caterina decidió comenzar su obra con el acompañamiento espiritual del padre Ludovico.

En el edificio de Largo Petrone en la Salud, ubicado en Nápoles, Cateria comenzó sus actividades apostólicas. Allí reunió a doce mujeres con sus mismas inquietudes a quienes llamó «celadoras del apostolado y la oración».

Fueron grandes los frutos de su apostolado. Gracias a la amistad y a los consejos de Volpicelli, el hoy beato Bartolo Longo, fundador del santuario de la Virgen del Rosario en Pompeya, tuvo una conversión radical, tras haberse dedicado durante años a la superstición y al espiritismo.

«Se había alejado de la Iglesia, pero con ella logró convertirse, hizo la primera comunión y de la casa de Volpicelli se fue a Pompeya, para fundar el santuario», dice Carmela.

Mostrar el corazón de Jesús

El 27 de diciembre de 1867 nació el Instituto Volpicelli. Las primeras mujeres que sintieron este llamado iniciaron así la vida comunitaria.

Esta comunidad en sus inicios tuvo que pasar por diferentes pruebas: «era perseguida por los masones, porque veían a esta mujer que estaba rodeada de otras mujeres y pensaban que se reunían para hacer discursos políticos contra los masones, pero esto no le preocupaba, no le daba peso, seguía adelante porque creía en la obra de Dios», asegura Carmela.

«Ella decía que deberíamos llevar el Corazón de Cristo a los corazones de los pequeños, de los adultos, los jóvenes y a todas las familias de la sociedad y del mundo entero», dice.

Esclavas, pequeñas esclavas y agregadas

Hoy son unas 300 mujeres las que siguen la obra de Caterina. Se encuentran en Indonesia, Italia, Brasil y Panamá. «Nuestro carisma es el de encarnar a Cristo amor, este amor misericordioso de Dios en la dimensión, sea contemplativa o pastoral, para llevar a través de la inmolación, la reparación y el sacrificio», asegura Concetta Liguori, madre general de las Esclavas del Sagrado Corazón.

Caterina no quiso que las hermanas de su comunidad vistieran hábito: «porque nos ha dicho: vuestro signo visible debe ser el testimonio de vida. Debéis adaptar el hábito a los tiempos y los lugares», asegura la madre Concetta.

Así, esta comunidad tiene ahora tres ramas: en primer lugar, las Esclavas, que son mujeres consagradas que viven en comunidad la obediencia, la castidad y la pobreza.

La segunda rama son las Pequeñas Esclavas que son consagradas que viven en medio de su familia. Por último están las pequeñas esclavas que viven la espiritualidad de Volpicelli en medio de la vocación al matrimonio.

La beata viajó varias veces a Roma para encontrarse con el Papa León XIII, quien la alentó a que siguiera adelante con este instituto, el cual recibió su aprobación pontificia en 1911 con el Papa San Pío X.

Caterina murió el 18 de diciembre de 1894 a los 55 años. «Ha muerto una santa, una santa, una santa», dijo el Papa León XIII cuando se enteró de su tránsito.

Antes de ser llamada a la casa del Padre, dejó una carta a sus familiares en la que decía: «Iluminada por Dios bendito, en su infinita misericordia, por encima la vanidad del mundo y el deber de gastarme toda y únicamente en el servir a Dios, mi creador, Redentor y Benefactor, según su beneplácito, a El he consagrado y pagado el ser y cuanto El me ha dado».

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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