ROMA, viernes 26 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Para el cardenal Rylko, el padre Matteo Ricci SJ, es “una figura entre las más significativas de la historia de la humanidad”: un sabio y un misionero que “echa las bases de un desarrollo del conocimiento recíproco y del diálogo entre Oriente y Occidente”.
Subrayando la actualidad del padre Ricci, añade: “El ejemplo del padre Ricci indica claramente la ruta a seguir para vencer la desconfianza y preparar el terreno con vistas a una colaboración efectiva y duradera”.
El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos intervino en París, Francia, en la UNESCO, de manera apasionante sobre el tema: “El padre Matteo Ricci y el diálogo entre fe y cultura”, en el coloquio del 16 de febrero sobre el tema “En la encrucijada de la historia: el jesuita Matteo Ricci (1552-1610) entre Roma y Pekín”.
“Hombre de ciencia y misionero, en una época de gran fermento cultural y económico, a caballo entre los siglos XVI y XVII, Matteo Ricci echa las bases de un desarrollo del conocimiento recíproco y del diálogo entre Oriente y Occidente, entre Roma, centro de la cristiandad, y Pekín, donde desde hacía más de dos siglos reinaba la gran dinastía Ming”, recordó el cardenal Rylko. Destacó “su actualidad innegable y permanente” pues Matteo Ricci “supo desarrollar un diálogo basado en la amistad, en el respeto de los usos y costumbres, en el conocimiento del espíritu y de la historia de China”.
“Es esta actitud, desprovista de prejuicios y de todo espíritu de conquista, la que permitió a este jesuita europeo establecer con el pueblo chino una relación de confianza y de estima –observó el cardenal Rylko–. No es por casualidad que su primera obra en lengua china fuera dedicada al tema de la amistad. Esta colección de cien máximas sobre la amistad, sacadas de los clásicos griegos y latinos, suscitó un gran estupor entre los chinos que admirarán la sabiduría y la riqueza espiritual de este hombre llegado del extremo Occidente”.
¿Cómo logró esto? “Se empeñó plenamente en aprender su lengua y profundizó el estudio de los clásicos confucianos, hasta el punto de ser considerado como un experto igual, si no superior, a los eruditos chinos que se apresuraban en conocerle y conversar con él. En suma, se hizo chino entre los chinos, adaptándose en todo a sus costumbres y adoptando –tras diez años de análisis atento y de conocimiento de su realidad- el perfil y el estilo de vida del erudito, es decir de esa categoría de personas que orientaba y guiaba a la sociedad china en línea de continuidad con la filosofía y la tradición confucianas”.
Pero favoreció también un verdadero “intercambio cultural beneficioso (…) en todos los frentes del saber humano”: “De la cartografía a la astronomía, de la filosofía a la religión, de las matemáticas a las técnicas nemotécnicas, pasando por los relojes mecánicos, la pintura y la música: no hay campo del saber humano que no constituyera un terreno fecundo de contraste y enriquecimiento recíproco entre los chinos y este hombre que la Providencia, según sus mismos amigos eruditos chinos, había enviado para dar todavía más lustre a la dinastía Ming y para hacer participar a los chinos en el progreso que la ciencia y la técnica habían realizado durante el Renacimiento europeo”.
Por tanto, añadió el cardenal Rylko, lo que conforma su “actualidad permanente” es su “deseo de aportar al gran pueblo chino el anuncio evangélico como coronamiento de este rico itinerario cultural y social”.
Así elaboró “una nueva estrategia que se podría resumir en la palabra ‘inculturación’: una óptica en la que la cultura del pueblo chino no es ya un obstáculo a superar sino un recurso para el Evangelio”, explicó el cardenal Rylko.
Señaló que “esta originalidad del método” de Matteo Ricci “nació de una visión de la fe que no se opone ni a la ciencia, ni a la razón, ni a la cultura, sino que entra en armonía profunda y sustancial con ellas”, y cita el mensaje a monseñor Claudio Giuliodori, obispo de Macerata, de Benedicto XVI, de 6 de mayo de 2009, con motivo de este IV Centenario (ver: http://www.zenit.org/article-31229?l=spanish).
“Su labor intelectual y espiritual tuvo como fin último implantar en las conciencias y en la cultura china los gérmenes de la novedad y la plenitud de la Revelación cristiana. Sabía que el mayor don que los cristianos pueden ofrecer a los pueblos de Asia es anunciar a Jesucristo, que responde a su profunda búsqueda del Absoluto y desvela las verdades y los valores que garantizan un desarrollo integral”, explicó el cardenal Rylko, citando también la exhortación apostólica de Juan Pablo II Ecclesia in Asia (nº 20).
“Embajador de amistad y de verdad, cuatrocientos años después de su muerte, se alza todavía como un ejemplo fulgurante de apertura universal y de capacidad de construir puentes entre las civilizaciones y las culturas, haciéndose –en tanto que mensajero del Evangelio- el artífice del bien verdadero y del desarrollo auténtico de los pueblos”, concluyó el cardenal Rylko.
Por Anita S. Bourdin, traducido del francés por Nieves San Martín