ROMA, domingo 28 de febrero de 2010 (ZENIT.org). – Por lo general, el “murmullo” que rodea a una película de tema católico alberga malos presagios para su contenido sagrado. Con la excepción de “La Pasión” de Mel Gibson en el 2004 (recibida con una cortina de fuego de críticas), cuanto más atención recibe una película sobre religión, tanto más probable es que ataque a los católicos.
Así, cuando “Lourdes”, la película de la directora austriaca Jessica Hausner, se estrenó en el Festival de Cine de Venecia y ganó un premio de la Unión de Ateos (aunque creo que el premio ateo de cine se llama Palma de Oro), me esperé lo peor.
Sin embargo, Hausner me pilló totalmente fuera de sitio con esta cálida y muy humana película; no piadosa, sino respetuosa, no evangelizando, pero tampoco causando rechazo.
El relato gira alrededor de una joven francesa, Christine, que está postrada en una silla de ruedas con lo que parece ser una esclerosis múltiple. Sus brazos, bloqueados rígidamente por su cuerpo, parecen confinarla a su silla de metal. Etérea, con grandes ojos y una expresión suavemente torcida, no es una imagen de piedad, sino una imagen de otro mundo en medio de un entorno desconocido.
Christine no es especialmente devota y ha ido a Lourdes sobre todo por la compañía y por cambiar de escenario, más que por esperar una cura milagrosa. Es la primera en decir que “prefiere los sitios culturales, como Roma, a los religiosos” (ganando inmediatamente mi simpatía). Por un simple espíritu de camaradería, se une a las masas de gente de todo color, lenguaje y enfermedad – espiritual o física – reunidas en Lourdes.
Hausner no oculta la comercialización de los sitios sagrados. Las enormes tiendas de suvenires y las masivas infraestructuras turísticas ilustran el negocio de Lourdes. Viviendo en Roma como yo, y tras una reciente visita a Tierra Santa, la película me toca una cuerda con sus yuxtaposiciones impactantes de lo sagrado y lo profano. Pero cuando Hausner permite que la Basílica de Lourdes entre en escena, los llamativos adornos de plástico dejan lugar a la imponente majestad de la Iglesia. El impresionante edificio se opone a las colinas y al cielo, como un símbolo de algo mucho mayor que la actividad económica que lo rodea.
La película lleva al espectador a Lourdes a través de los ojos de Christine, puesto que hace cola para tocar las paredes de la Gruta, bañarse en las aguas o recibir la bendición de los enfermos. Hausner en ningún momento ridiculiza a los fieles y sus oraciones por la salud, sino que hace entrar al espectador en un mundo en el que los enfermos son la clase privilegiada y los sanos son mirones.
El sonido juega un importante papel en la obra, en el que el murmullo de las voces reemplaza a la banda sonora y el ruido de las sillas, los sonidos de vajilla y el arrastrar los pies proporcionan la percusión. Los ásperos sonidos de la vida diaria sólo se suavizan al llegar las escenas de actividades sagradas, en las que la audiencia es aliviada por los cantos, los órganos o el “Ave Maria”.
Hausner añade un moderno coro griego en los personajes de dos mujeres que oscilan entre la duda y la fe. Sus preguntas están pensadas para tener eco en nosotros, especialmente al enfrentarse a un milagro potencial. ¿Por qué a ella y no a otra? ¿Es quizá ella creyente? ¿Qué ocurre después de un milagro?
El apacible sacerdote, de cara redonda, que acompaña el grupo es retratado de manera favorable, lejos de las modernas caricaturas de sacerdotes que infectan el cine contemporáneo. Acentúa el verdadero propósito de Lourdes: no curar el cuerpo, sino ayudar a la gente aceptar la voluntad divina como hizo la Madre de Dios. Hace la pregunta clave: ¿un cuerpo paralizado por la enfermedad es la mayor dolencia, o lo es el alma paralizada por la duda y el miedo? Su fe tiene firmes raíces, pero incluso él no es inmune a la tentación de degustar la luz de un milagro.
En esta película, los católicos apreciarán los matices de intercesión, cuando una mujer mayor desarrolla una preocupación que la consume por la sanación de Christina. Su fe sencilla, su intercesión constante y, por último, la confesión de Christian, tendrán como fruto que la joven parapléjica camine.
La “curación” es sólo un punto en medio de la película, las verdaderas preguntas comienzan desde este punto. ¿Es una remisión de la enfermedad? ¿Es una intervención divina? ¿Durará? ¿Qué hará Christina después? ¿Dónde termina la labor del intercesor y qué coste tendrá esta curación?
Si Christina era en su silla como un niño de ojos abiertos, una vez sobre sus pies pronto se convierte en una adolescente. Ahora que su enfermedad física ha desaparecido, está a merced de su debilidad espiritual. Como los ayudantes de la Orden de Malta, que suelen representarse flirteando, bebiendo o bromeando de modo escéptico, ella intenta participar en las diversiones que no ha tenido en sus años de enfermedad.
Aunque algunos pueden ver esto como hipocresía o como una afirmación de que la religión no tiene sentido, estos rasgos me impactaron como cálida y compasivamente humanos – una sensación de esperanza para todos nosotros.
Aunque es cierto que no se trata de una película fácil, la falta de blasfemia, de desnudez o profanación en “Lourdes” ha sido muy confortante y su relato habla con éxito a un público moderno que ve los santuarios sagrados como un negocio lucrativo que abastece a los crédulos. También ofrece la oportunidad de un debate equilibrado y pacífico sobre la fe.
* * *
Elizabeth Lev enseña arte y arquitectura cristianos en el campus italiano de la Universidad Duquesne y el programa de Estudios Católicas de la Universidad de Santo Tomas. Se puede contactar con ella en lizlev@zenit.org
Traducción del inglés por Justo Amado