CIUDAD DEL VATICANO, lunes 22 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI ofreció este sábado a los obispos de Burkina-Faso y Níger al recibirles en el Vaticano con motivo de su visita ad Limina.
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Queridos Hermanos en el Episcopado,
Es con gran alegría que os acojo, a vosotros que habéis recibido el encargo pastoral de la Iglesia que está en Burkina Faso y en Níger. Saludo especialmente al Presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Séraphin Rouamba, arzobispo de Kupela, y le doy las gracias por sus amables palabras, a vuestros diocesanos y a todos los habitantes de vuestros países, particularmente a los enfermos y a las personas que están en la pobreza, llevadles unos ánimos y unos saludos afectuosos del Papa. La visita ad limina que realizáis es un signo concreto de comunión entre vuestras Iglesias particulares y la Iglesia universal, que se manifiesta de manera significativa en vuestro vínculo con el Sucesor de Pedro. Deseo que el refuerzo de esta unidad entre vosotros y en el seno de la Iglesia, fortalezca vuestro ministerio y aumente la credibilidad del testimonio de los discípulos de Cristo.
Después de más de un siglo, la evangelización ya ha traído frutos abundantes, visibles a través de tantos signos de la vitalidad de la Iglesia-familia de Dios en vuestros países. ¡Que un nuevo celo misionero anime vuestras comunidades, para que el mensaje evangélico sea plenamente acogido y fielmente vivido! La fe siempre necesita consolidar sus raíces para que no vuelva a prácticas antiguas o incompatibles con el seguimiento de Cristo y para resistir a las llamadas de un mundo a menudo hostil al ideal evangélico. Celebro los esfuerzos realizados durante muchos años para una sana enculturación de la fe. Vosotros velaréis para que se persigan gracias al trabajo de personas competentes, en el respeto a las normas y en referencia a las estructuras apropiadas. ¡Además, os animo a continuar el bello esfuerzo misionero de solidaridad que habéis emprendido con generosidad respecto a las Iglesias-hermanas de vuestro continente!
La reciente Asamblea sinodal para África invitó a las comunidades cristianas a enfrentar los desafíos de la reconciliación, la justicia y la paz. Me alegro de saber que en vuestras diócesis, la Iglesia continúa, de diversas maneras, la lucha contra los males que impiden a las poblaciones lograr un auténtico desarrollo. Así, las graves inundaciones del pasado septiembre fueron una oportunidad de promover la solidaridad con todos y especialmente con los más pobres. Esta solidaridad arraigada en el amor de Dios debe ser un compromiso permanente de la comunidad eclesial: vuestros fieles la han expresado también generosamente con las víctimas del reciente terremoto de Haití, a pesar de sus grandes necesidades. Yo se lo agradezco vivamente. Y querría finalmente reconocer aquí el trabajo realizado por la Fondation Jean-Paul II pour le Sahel que, el año pasado, celebró en Uagadugú su vigésimo quinto aniversario.
Queridos Hermanos en el Episcopado, el año sacerdotal contribuye a valorar la grandeza del sacerdocio y a promover una renovación interior en la vida de los sacerdotes, para que su ministerio sea cada vez más intenso y fecundo. El sacerdote es ante todo un hombre de Dios, que busca responder con coherencia cada vez mayor a su vocación y a su misión al servicio del pueblo que le ha sido confiado y al que debe guiar hacia Dios. Por eso es necesario garantizarle una sólida formación, no sólo en el tiempo de la preparación a la ordenación, sino también a lo largo de todo su ministerio. Es realmente indispensable que el sacerdote pueda tomarse tiempo para profundizar en su vida sacerdotal a fin de evitar caer en el activismo. ¡Que el ejemplo de san Juan María Vianney suscite en el corazón de vuestros sacerdotes, de los que aprecio el compromiso misionero valiente, una conciencia renovada de su donación total a Cristo y a la Iglesia, alimentada por una ferviente vida de oración y el amor apasionado del Señor Jesús! ¡Pueda su ejemplo suscitar numerosas vocaciones sacerdotales!
Los catequistas son los colaboradores indispensables de los sacerdotes en el anuncio del Evangelio. Tienen una función esencial no sólo en la primera evangelización y para el catecumenado sino también en la animación y el apoyo de vuestras comunidades, en la línea de los demás agentes pastorales. A través vuestro, querría saludarles afectuosamente y animarles en su labor de evangelizadores de sus hermanos. Vuestras diócesis hacen importantes esfuerzos para garantizar su formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, permitiéndoles también garantizar su servicio con fe y competencia, yo me alegro de ello y os animo a seguir adelante, proporcionando según sus necesidades materiales para que puedan llevar una vida digna.
Para que los laicos puedan encontrar el lugar que les corresponde en vuestras comunidades y en la sociedad, es necesario aumentar los medios para consolidar su fe. Desarrollando las instituciones de formación, les daréis la posibilidad de tomar responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad para ser auténticos testigos del Evangelio. Os invito a dedicar una atención particular a las élites políticas e intelectuales de vuestros países, que a menudo se enfrentan a ideologías opuestas a una concepción cristiana del hombre y de la sociedad. Una fe asegurada, basada en una relación personal con Cristo, expresada en la práctica habitual de la caridad, y apoyada por una comunidad viva, es un apoyo en el desarrollo de la vida cristiana. ¡Dad también a los jóvenes, a menudo llenos de generosidad, el gusto de ir al encuentro de Cristo! El fortalecimiento de los capellanes escolares y universitarios les ayudará a encontrar en Él la Luz capaz de guiarles a lo largo de toda su vida y de darles el verdadero sentido del amor humano.
El buen ambiente que existe habitualmente en las relaciones interreligiosas permite profundizar los vínculos de estima y de amistad así como la colaboración entre todos los componentes de la sociedad. La enseñanza a las jóvenes generaciones de los valores fundamentales de respeto y de fraternidad favorecerá la comprensión mutua. ¡Que los vínculos que unen especialmente a cristianos y musulmanes puedan continuar reforzándose para hacer progresar la paz y la justicia y promover el bien común rechazando toda tentación de violencia o de intolerancia!
Queridos hermanos en el Episcopado, en el momento de concluir nuestro encuentro, confío cada una de vuestras diócesis a la protección maternal de la Virgen María. ¡En estos tiempos marcados por la incertidumbre, que ella os dé la fuerza de mirar el futuro con confianza! ¡Que ella sea para los pueblos de Burkina Faso y de Níger un signo de esperanza! De todo corazón, os dirijo una afectuosa Bendición Apostólica, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.
[Traducción del original francés por Patricia Navas
© 2010 Libreria editrice vaticana]