MONTEVIDEO, lunes, 1 marzo 2010 (ZENIT.org).- “Acompañar a la Iglesia concreta en sus comunidades”, será una de las preocupaciones del recién nombrado obispo de Canelones, Uruguay, Alberto Sanguinetti Montero, quien explica en esta entrevista concedida a ZENIT su vocación al sacerdocio, sus prioridades pastorales y las urgencias para la Iglesia en Uruguay.

El 23 de febrero pasado fue nombrado obispo de la diócesis de Canelones Alberto Sanguinetti Montero. La diócesis tiene una superficie de 4.532 kilómetros cuadrados, una población de 453.000, de los que son católicos 339.000, 40 sacerdotes, 153 religiosos y un diácono permanente. Sucede al obispo Orlando Romero Cabrera, cuya renuncia al gobierno pastoral de la diócesis fue aceptada por límite de edad.

Alberto Sanguinetti Montero nació en Montevideo, el 10 de octubre de 1945. En 1962, ingresó en el Seminario Interdiocesano Cristo Rey, en Toledo, Uruguay. Siendo alumno del Colegio Pío Latinoamericano de Roma, en 1971, obtuvo la Licenciatura en Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y cursó luego un año de estudios en el Pontificio Instituto Bíblico, en la misma ciudad.

El 18 de mayo de 1973 fue ordenado sacerdote para la Archidiócesis de Montevideo. En 1978, obtuvo el Doctorado en Teología Dogmática en la Facultad de Teología de San Miguel, Buenos Aires. De 1979 a 1980, fue vicedirector del Instituto Teológico del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”.

Tras su ordenación sacerdotal, se ha desempeñado como párroco en diferentes lugares y, desde 1992 ha sido promotor de la devoción a la Virgen de los Treinta y Tres, además de secretario ejecutivo a nivel nacional de la Comisión de la Pastoral Popular.

En 1999, asumió el cargo de director del Instituto Teológico del Uruguay. En 2000,  llevó adelante la transformación de dicho instituto en la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”, y fue su primer rector hasta 2004.

Es miembro del Consejo Presbiteral de la archidiócesis de Montevideo y profesor de la Facultad de Teología del Uruguay.

Es autor de varios libros y artículos publicados con éxito editorial. Ha promovido el arte cristiano, siendo el creador del Festival Musical “Uruguay le canta a la Virgen de los Treinta y Tres”. Es miembro cofundador de la Sociedad Uruguaya de Teología.

-¿Cómo surgió su vocación sacerdotal?

Monseñor Sanguinetti: Yo nací en una familia católica y fui educado en la fe. Se me enseñó y asimilé que había que buscar la voluntad de Dios para nuestras vidas, preguntarle qué quería de uno y estar dispuesto a hacer esa voluntad. Yo me estructuré de niño en esa búsqueda de la voluntad de Dios.

Llevé una vida común de escolar, estudiante medio y comencé los estudios preuniversitarios de Arquitectura, que es mi vocación laboral natural. Al mismo tiempo, llevé vida cristiana parroquial, donde me fui dando cuenta de que, entre la cantidad de aspectos de la vida que me atraían e interesaban (la arquitectura, la política, el arte, el matrimonio, etc.), lo más importante fueron siempre las cosas de Dios y de la Iglesia. Dios nuestro Señor me iba invitando y yo iba respondiendo: fui pasando a un par de misas entre semana (aunque para ello tenía que levantarme a las 6 de la mañana y no a las 6 y media; luego pasé a la misa diaria, me fui acercando al Evangelio. Y así el Señor me fue mostrando su voluntad y yo la fui siguiendo, hasta entrar en el Seminario.

-¿Cuáles han sido sus sentimientos al conocer la noticia de su nombramiento?

Monseñor Sanguinetti: Yo soy un hombre mayor, aunque con buena salud. Muchas veces se habló de la posibilidad de que fuera llamado al episcopado. De modo que no voy a fingir extrañeza ante el nombramiento, que siempre es imprevisible y concreto. Me han dado mucha alegría los cristianos que en comunión de fe y amor a la Iglesia han compartido esta designación, porque la he vivido con ellos como una ocasión de renovarse en la pertenencia a la Iglesia y en abrirse a la presencia de Dios en ella. Tengo mucha serenidad para asumir este ministerio, confianza en el clero y el laicado de la Iglesia de Canelones y en que quien se ocupa de ella es el Señor Jesús. Yo, como Juan el Bautista quiero señalarlo a Él para que la Iglesia se le una siempre más plenamente.

-¿Cuáles serán sus prioridades pastorales?

Monseñor Sanguinetti: Yo voy a seguir siendo el que soy, y a continuar viviendo como lo que soy: un sacerdote católico. En ese sentido no traigo novedades. De todas formas, como obispo siempre lo primero es la atención al clero, conocerlo, comprenderlo y ayudarlo a que viva más plenamente su sacerdocio y pueda servir a la Iglesia dando lo mejor de sí. Luego hay que acompañar la Iglesia concreta en sus comunidades, parroquiales, docentes, religiosas, monásticas.

Sin dar cátedra, y menos en unas líneas, creo sí que entre las cosas que la Iglesia --por múltiples razones- debe hacer es ahondar en lo principal, y vivir mejor y más profundamente lo más rico de lo que Jesús le ha dado. Entonces, sin dejar dimensiones importantísimas, juzgo que hay que renovar y centrarse en la adoración y entrega al Padre, y, en las realizaciones concretas, en una vida litúrgica, cada vez más auténtica, más participada, según su verdad, es decir, según la tradición de la Iglesia.

También es imprescindible una renovación de la catequesis, que incluya un conocimiento más pleno del tesoro de la Revelación entregado por Cristo a su Pueblo. Es necesario conocer la verdad de Cristo que nos hace libres. Y en todo, la paciencia, la humildad y la caridad.

-¿Cuáles cree que son las urgencias de la vida de la Iglesia en Uruguay?

Monseñor Sanguinetti: Mucho está contestado en lo anteriormente dicho. Urgencias no sé si se pueden llamar, porque parece que hubiera que salir corriendo con la sirena abierta como una ambulancia. Y los procesos de conversión permanente, que hacen a la vida de los cristianos, no son de esa forma.

Sin embargo, son carencias fuertes que hay que enfrentar diversas debilidades del Pueblo de Dios que peregrina en el Uruguay: la ignorancia religiosa, el relativamente poco amor y conciencia de la Eucaristía y de la participación en el Sacrificio Eucarístico. Hay carencia de sacerdotes, de religiosos y religiosas y de un laicado preparado. Un punto principalísimo, pero que tampoco se soluciona con urgencias es la presencia cultural de la Iglesia. Al mismo tiempo hay asuntos estructurales y económicos que piden ser encarados.

-¿Qué mensaje enviaría los sacerdotes en este Año Sacerdotal?

Monseñor Sanguinetti: Quiero invitar a los sacerdotes a ahondar en las dimensiones objetivas del sacerdocio, a partir de la máxima realidad que es la Trinidad Santísima.
Es el Padre el que envía al Hijo. Es Jesucristo el que nos llama y nos asocia a su  poder salvador, es el Espíritu Santo el que consagra y obra. De tal forma que el sacerdote no debe atender principalmente --aunque tenga parte en su vida- a lo que siente, gusta o teme, ni a lo que los demás quieran o juzguen, sino al fundamento de su realidad: Dios lo creó, lo llamó, lo consagró tomándolo para sí, y obra en él. Por supuesto, que esto
pide una apropiación personal y una recepción en y con la comunidad eclesial. Por lo mismo la medida de la respuesta, no es principalmente el realizarse ni el agradar a los hombres, sino el ser fiel a Dios, puesta la confianza sólo en él, y la entrega y adoración del amor del Padre.

-¿Cuáles de sus actividades lo prepararon para el ministerio episcopal?

Monseñor Sanguinetti: En primer lugar, yo he estado en el ministerio sacerdotal durante 37 años de los cuales 28 he sido párroco de cuatro comunidades muy diversas por su gente, barrio, tamaño.

En segundo lugar, el estudio, que en m i caso ha sido intenso, porque he enseñado la Sagrada Teologgía durante más de 35 años.

En tercer término, he tenido ocasión de dedicarme de diversas formas a la llamada Pastoral Popular, o la pastoral en cuanto toma como sujeto al Pueblo de Dios, como conjunto y me ha sido de gran enriquecimiento.

Además, señalo que el tomar parte en la organizacíón de eventos artísticos, musicales, plásticos, arquitectónicos ha contribuido a valorar esa creación humana y su conexión con la fe vivido por la Iglesia.

Por último reitero que la Sagrada Liturgia celebrada en su mayor solemnidad, con la participación del pueblo cristiano en la escucha, la respuesta, el canto y el silencio, pero sobre todo con la ofrenda de Cristo y con Cristo al Padre, es el gozo de la gracia y la verdad que se nos da para que de ella vivamos para la gloria de Dios.

Por Nieves San Martín