OVIEDO, jueves 4 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, OFM, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca, sobre el Evangelio de este domingo, 7 de marzo (Lucas 13, 1-9), tercero de Cuaresma.

 



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En el Evangelio de este domingo Jesús toma en consideración dos noticias de la actualidad de entonces: un grupo de galileos, de alguna facción independentista, había sido re­primido por Pilatos, para lección y escarmiento de todo aquel que osara atentar con­tra la ocupación romana. Y en segundo lugar, el derrumbamiento de la torre de Siloé, cuyo infortunio se cobró 18 víctimas que perecieron aplastadas.

Entonces, como ahora, hay muchas muertes de inocentes, cuyo desenlace no tiene siempre que ver con la vida que llevaban normalmente. Jesús hace una advertencia: el verdadero riesgo de malograr la vida, no está en un accidente desgraciado o en una revuelta represiva, sino en no convertirse, es decir, en vivir con la mirada y el corazón distraídos, descentrados: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera».

Para Jesús, el ir de agitador revolucionario no supone un motivo de diferencia ejemplar respecto de los demás galileos. Y el ir de pacífico transeúnte, como les ocurrió a las víctimas de la torre de Siloé, tampoco hace a la gente buena por su neutralidad pacifista. Unos mueren en la refriega, otros en el acci­dente. Todos igual de pecadores, dice Jesús. Él no plantea el elogio al guerrillero manifiesto ni el elogio al pacífico ciudadano anónimo, sino el elogio de quien ha vuelto su corazón y todo lo que en él cabe, hacia Dios. Lo que realmente cuenta para Jesús no es lo que se hace o lo que se deja de hacer, sino en nombre de quién y con cuál porqué.

Propone Jesús una parábola que llena de misericordia su invitación a convertirse. Ante la desproporción entre la vida a la que somos llamados y la realidad nuestra de cada día, podemos vernos reflejados en esa historia que cuenta Jesús de la viña que no daba el fruto esperado. Es la imagen de nuestra torpeza y lejanía del designio de Dios. Pero también Jesús es imagen del viñador bueno, con cuya paciencia llegará a salvar la vida de su viña.

Convertirse es aceptar ese cuidado, esa espera y esa atención. Convertirse es dejarse llevar por Otro, hablar en su Nombre, continuar su Buena Noticia, dar la vida por, con y como Él. La conversión no es tanto protagonizar nuestras gestas sal­vadoras, cuanto dejarse mirar, dejarse conducir, y asistir al milagro de que en la convivencia misericordiosa con Él, nuestra viña perdida, puede ser salvada, y dar el fruto debido. Esta es la esperanza que nos anuncia Cristo y que en su Iglesia nos anida.