ROMA, lunes 8 de marzo de 2010 (ZENIT.org),- El pasado viernes culminó, en la Pontificia Universidad de la Santa Croce de Roma, el congreso “El celibato sacerdotal: teología y vida”, organizado por la facultad de teología de esta institución y patrocinado por la Congregación para el Clero, a propósito del Año Sacerdotal.

Una de las ponencias más aplaudidas por sus asistentes, compuestos mayormente por diáconos y sacerdotes, fue la denominada “La realización de la persona en el celibato sacerdotal” del profesor español Aquilino Polaino Lorente.

Polaino es médico de la Universidad de Granada. Posteriormente estudió psicología clínica en la Complutense se Madrid. Es doctor en Medicina de la Universidad de Sevilla. También es licenciado en filosofía de la Universidad de Navarra. Ha ampliado sus estudios en diversas instituciones de educación superior europeas y americanas. Desde 1978 hasta 2004 fue catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense de Madrid y actualmente es docente de la misma materia en la Universidad de San Pablo en la capital española.

Ha escrito numerosos artículos y libros, especialmente sobre los problemas psicológicos infantiles y juveniles así como los familiares. Es miembro de academias de medicina de varias ciudades españolas, colaborador de multitud de organismos y por su trabajo y su bagaje intelectual ha recibido varias distinciones.

ZENIT entrevistó al profesor Polaino quien en su ponencia explicó cómo una correcta visión de la sexualidad, donde se deben integrar el amor, la apertura a la vida y el placer puede entender también el sentido del celibato al que son llamadas algunas personas para ser más disponibles para el apostolado y para vivir el amor universal.

“Dios no pide cosas imposibles a quien llama a su servicio”, dijo en su intervención refiriéndose al tema central del congreso.

-¿Es psicológicamente peligroso el celibato sacerdotal?

Aquilino Polaino: No es nada peligroso porque quizás se compadece muy bien con lo que es la estructura antropológica realista de la condición humana. Tiene sus dificultades como es lógico puesto que la naturaleza humana está un poquito deteriorada y caída y hay que integrar todas las dimensiones. A mí me parece más peligroso el comportamiento sexual abierto, no normativo en que todo vale, creo que eso tiene consecuencias más desestructuradoras de la personalidad que el celibato bien vivido en plenitud, sin rupturas o quebrantos.

-¿Qué medios debe poner el sacerdote para ser fiel al voto de celibato durante todos los días de su vida?

Aquilino Polaino: La tradición de la Iglesia tiene multitud de consejos que se pueden poner en práctica y que son eficaces, por ejemplo la guarda de corazón y la guarda de la vista. Lo que no se ve no se siente. Tampoco hay que ir mirando al suelo pero se puede ver sin mirar. Eso asegura la limpieza del corazón y además la vivencia del primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las cosas. En una olla que está a presión no entran moscas. Un corazón satisfecho no anda con mezquindades ni con fragmentaciones.

-¿Cree usted que la cultura hedonista de este nuevo siglo tan difundida en los medios de comunicación influye en el hecho que algunos sacerdotes no sean fieles al voto del celibato?

Aquilino Polaino: Es posible, porque la fragilidad de la condición humana también la tienen los sacerdotes. Yo creo que hay que fijarse más en el inmenso número de sacerdotes fieles a su vocación. Lo excepcional también se da en la vida sacerdotal pero es excepcional. Aunque periodísticamente sea muy correcto ir a la excepción, no podemos ser ciegos a la inmensa mayoría de sacerdotes que son leales, que viven su vocación a plenitud, que son felices, de los cuales el mundo le debe la felicidad. Eso hay que ponerlo en énfasis.

-¿Una recta visión de la sexualidad puede dar una recta visión de la vida célibe?

Aquilino Polaino: Sí. Creo que la sexualidad hoy es una función muy confusa, es una facultad sobre la que hay más errores que puntos de acuerdo con lo que es la naturaleza humana y quizás es un programa para enseñar e impartir en todas las edades porque como es uno de los ejes fundamentales de la vida humana, si no está bien atendido, si la gente no está bien formada, lo que vivirá es la confusión reinante. Eso afecta tanto a seminaristas como a gente joven o como a los novios que se van a casar. Esa educación hoy es una educación para la vida. Es una materia que a veces se enseña mal porque se enseñan los errores y eso es confundir todavía más en vez de explicar esa materia con un rigor científico que tenga fundamento en la naturaleza humana.

-¿Qué significa que el sacerdote esté llamado a ser padre espiritual?

Aquilino Polaino: Creo que eso es uno de los temas en los que poco se ha profundizado. La paternidad espiritual también la tienen que vivir los padres biológicos y muchos de ellos no han oído hablar de eso nunca. La paternidad espiritual es, en cierta manera, vivir todas las obras de misericordia, consolar a triste, redimir al cautivo, ser hospitalario, afirmar al otro en lo que vale, evitarle los problemas, animarle y motivarle para que crezca personalmente, estimularle la aparición de valores que ya tiene porque le han venido con su naturaleza pero tal vez no han sabido encontrarlos ni hacerlos crecer. Creo que este mundo está huérfano de esa paternidad y esa maternidad espiritual y creo que es una dimensión que el sacerdote casi sin darse cuenta de lo que hace ya la vive.

-¿La vida célibe puede hacer más fecunda esta paternidad espiritual?

Aquilino Polaino: Necesariamente sí porque hay más tiempo y más disponibilidad, si el objetivo final es la unión con Dios la paternidad espiritual cobra más sentido porque es la mejor imagen de la paternidad divina en el mundo contemporáneo por tanto está como mediador y en la medida en que viva la filiación divina también vivirá muy bien la paternidad espiritual.

Por Carmen Elena Villa

México, ¿laicismo o violación de derechos humanos?

MÉXICO, lunes 8 de marzo de 2010 (ZENIT.orgEl Observador).- La polémica en México, desatada por la posibilidad de una reforma al artículo 40 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos en el sentido de hacer de ésta una República “laica”, ha seguido su curso.

ZENIT-El Observador publica ahora la entrevista concedida a este medio por parte del profesor, investigador y ensayista Alejandro Soriano Vallés, especialista en tema del siglo XVII y uno de los más reconocidos biógrafos y estudiosos modernos de la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, la llamada “décima musa” de las letras hispanoamericanas.

-¿Cómo define usted el laicismo?

Alejandro Soriano Vallés: En uno de mis artículos recientes en El Observador, traté el tema del laicismo. Ahí dije que, entendido según su correcta acepción filosófica, “es el principio de autonomía de las disciplinas y actividades del hombre, que deben regirse únicamente por sus propias reglas, sin intervención de intereses o fines ajenos a los que les atañen”. El laicismo, así, salvaguarda la independencia de los diversos ámbitos de la vida del hombre. Se trata de algo bueno, porque distingue y separa, otorgando, como la justicia manda, a cada cual lo suyo.

-Desde luego, esa no es la noción que subsiste en México, entre las fuerzas políticas, ¿no es así

Alejandro Soriano Vallés: En efecto, por desgracia sobrevive en México una concepción fundamentalista, fanática, del laicismo. Heredada de la lucha jacobina decimonónica, que luego pasaría a la rabia anticristiana de los gobiernos “revolucionarios” del siglo XX, tal noción sigue dando por hecho que “laicismo” significa reducir la religión (sobre todo la católica) a la mínima expresión posible. Sería deseable, de acuerdo con ella, que se limitara a la “vida interior”, “espiritual” (la cual, por supuesto, no debería tener ninguna relación con la “vida activa”, “social”).

Desconociendo que la fe verdadera mueve al hombre entero a actuar en consonancia con lo que exige, nuestros retrógrados “laicistas” ambicionan imponer a los católicos un silencio vejatorio y fascista. Por medio de tan dictatorial disposición quieren hacer no una república “laica” como alegan, sino una atea que impida a los cristianos obrar siguiendo los dictados de su conciencia. Intentan acallarlos, violando sus derechos humanos.

-¿Para qué firma México tratados internacionales si no los va a cumplir en lo interno?

Alejandro Soriano Vallés: En efecto, diversas normas internacionales resguardan la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, como las expuestas en la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención Americana de Derechos Humanos. El artículo 18 de la primera de ellas, entre otras cosas, garantiza a toda persona “la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Que es, justamente, lo que los volterianos radicales intentan impedir al convertir a México en una república “laica”.

En tanto el “laicismo” que propugnan es el empolvado de la reacción jacobina y las logias masónicas, su tentativa es la conservación de un feudo donde sólo ellos opinen; donde nada más su pensamiento valga. Guarecidos en un juarismo trasnochado, maniobran para silenciar a los católicos, disimulando así la flagrante profanación de sus más elementales derechos a expresarse. Pero su deseo es el mantenimiento de un estado injusto, donde basta el calificativo “religiosos” para descalificar (y silenciar) los criterios ajenos.

-En la Constitución mexicana, a su juicio, ¿está bien reconocida la libertad religiosa?

Alejandro Soriano Vallés: Tal como existe, no reconoce ampliamente la libertad religiosa, pues sus liberales redactores pusieron “candados” legales a las garantías que acabo de mencionar (y a otras más, imposibles de tratar ahora). Sería preciso que el agregado “laica” que se le ha hecho protegiera unos derechos no únicamente consignados en tratados internacionales suscritos por nuestro país, pero que, más que nada, son inherentes a la condición humana. Mientras sea México un sitio donde sólo los escogidos pueden hablar, la iniquidad seguirá reinando.

Por Jaime Septién