CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso que Benedicto XVI dirigió a los obispos de los Países Escandinavos este jueves en el Vaticano con motivo de su visita ad Limina Apostolorum.
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Queridos Hermanos Obispos,
Os doy la bienvenida a Roma con motivo de vuestra visita “al umbral de los Apóstoles” y le doy las gracias al Obispo Arborelius por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Vosotros ejercéis gobierno pastoral sobre los fieles Católicos en el extremo norte de Europa y habéis trabajado allí para expresar y renovar los vínculos de comunión entre el pueblo de Dios en esas tierras y el Sucesor de Pedro en el corazón de la Iglesia universal. Vuestro rebaño es pequeño en número, y extendido en una amplia zona. Muchos tienen que viajar grandes distancias para encontrar una comunidad Católica en la que rendir culto. Es muy importante que se den cuenta de que cada vez que se reúnan en torno al altar para el sacrificio eucarístico están participando en un acto de la Iglesia universal, en comunión con los católicos de todo el mundo. Es esta comunión la que es a la vez ejercida y profundizada a través de las visitas quinquenales de los obispos a la Sede Apostólica.
Me complace observar que se va a celebrar un Congreso sobre la Familia en Jönköping en mayo de este año. Uno de los mensajes más importantes que la gente de las tierras Nórdicas necesita escuchar de vosotros es un recordatorio del carácter central de la familia para la vida de una sociedad sana. Lamentablemente, en los últimos años hemos asistido a un debilitamiento de la institución del matrimonio y de la comprensión cristiana de la sexualidad humana que durante tanto tiempo sentaron las bases de las relaciones personales y sociales en la sociedad europea. Los niños tienen derecho a ser concebidos y llevados en las entrañas, traídos al mundo y educados en el matrimonio: es a través de la relación segura y reconocida de sus propios padres como pueden descubrir su identidad y alcanzar su propio desarrollo humano (cf. Donum Vitae, 22 de febrero de 1987). En las sociedades con una noble tradición de defensa de los derechos de todos sus miembros, sería de esperar que este derecho fundamental de los niños fuera prioritario, por encima de cualquier supuesto derecho de los adultos a imponerles modelos alternativos de vida familiar, y ciertamente de cualquier supuesto derecho al aborto. Dado que la familia es “la primera e insustituible educadora a la paz” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2008), el promotor más fiable de la cohesión social y la mejor escuela de las virtudes de la buena ciudadanía, redundaría en interés de todos, y sobre todo de los gobiernos, defender y promover la vida familiar estable.
Aunque la población Católica de vuestros territorios constituye sólo un pequeño porcentaje del total, está creciendo, y al mismo tiempo un buen número del resto escucha con respeto y atención lo que la Iglesia tiene que decir. En las tierras Nórdicas, la religión juega un papel importante en la formación de la opinión pública y en las decisiones sobre las cuestiones relativas al bien común. Os pido por eso que sigáis llevando a las gentes de vuestros respectivos países las enseñanzas de la Iglesia sobre cuestiones sociales y éticas, como lo hacéis a través de iniciativas como vuestra carta pastoral del 2005 “The love of Life” [El amor de la vida n.d.t.] y el próximo Congreso sobre la Familia. El establecimiento del Instituto Newman en Uppsala es un acontecimiento muy bien acogido en este sentido, que asegura que la enseñanza Católica se imparte de manera correcta en el mundo académico escandinavo, a la vez que ayuda a las nuevas generaciones a adquirir una comprensión madura y formada de su fe. En vuestro propio rebaño, el cuidado pastoral de las familias y los jóvenes necesita llevarse a cabo con vigor, y con un especial cuidado por los muchos que han experimentado dificultades a raíz de la reciente crisis financiera. Debe mostrarse la debida sensibilidad hacia los muchos matrimonios en los que sólo un cónyuge es católico. El componente inmigrante de la población católica de las tierras nórdicas tiene necesidades propias, y es importante que vuestra pastoral con las familias les incluya, para favorecer su integración en la sociedad. Vuestros países han sido especialmente generosos con los refugiados de Oriente Medio, algunos de los cuales son cristianos de Iglesias Orientales. Por vuestra parte, al acoger “al forastero que reside junto a vosotros” (Lev 19:34), aseguraos de ayudar a esos nuevos miembros de vuestras comunidades a profundizar su conocimiento y comprensión de la fe a través de programas oportunos de catequesis -en el proceso de integración en sus países de acogida, deben ser animados a no distanciarse de los elementos más preciosos de su propia cultura, particularmente su fe.
En este Año Sacerdotal, os pido que deis especial prioridad a la animación y apoyo de vuestros sacerdotes, que a menudo tienen que trabajar aislados unos de otros y en circunstancias difíciles para administrar los sacramentos al pueblo de Dios. Como sabéis, he propuesto la figura de San Juan María Vianney a todos los sacerdotes del mundo como fuente de inspiración e intercesión en este año dedicado a explorar más profundamente el significado y la función indispensable del sacerdocio en la vida de la Iglesia. Él se dedicó incansablemente a ser un canal de la gracia curativa y santificadora de Dios para las personas a las que servía, y todos los sacerdotes están llamados a hacer lo mismo: es vuestra responsabilidad, como sus Ordinarios, comprobar que están bien preparados para esta tarea sagrada. Aseguraos también de que los fieles laicos aprecien lo que sus sacerdotes hacen por ellos, y les ofrezcan el ánimo y apoyo espiritual, moral y material que necesitan.
Me gustaría rendir homenaje a la enorme contribución que los religiosos y religiosas han realizado a la vida de la Iglesia en vuestros países durante muchos años. Las tierras nórdicas también son bendecidas con la presencia de algunos de los nuevos movimientos eclesiales, que aportan fresco dinamismo a la misión de la Iglesia. Ante esta gran variedad de carismas, hay muchas maneras con las que los jóvenes pueden ser atraídos a dedicar sus vidas al servicio de la Iglesia a través de una vocación al sacerdocio o a la vida religiosa. Al desempeñar vuestra responsabilidad de promover estas vocaciones (cf. Christus Dominus, 15), estad seguros de dirigiros tanto a los nativos como a las poblaciones inmigrantes. Del corazón de cualquier comunidad católica sana, el Señor siempre llama a hombres y mujeres a servirle de esta manera. El hecho de que cada vez más de vosotros, Obispos de las tierras nórdicas, seáis originarios de los países en los que servís es un signo claro de que el Espíritu Santo está trabajando entre las comunidades católicas ahí. Rezo para que su inspiración continúe dando frutos entre vosotros y aquellos a los que habéis dedicado vuestras vidas.
Con gran confianza en el poder vivificante del Evangelio, dedicad vuestras energías a promover una nueva evangelización entre la gente de vuestros territorios. Parte y parcela de estas tareas es la continua atención a la actividad ecuménica, y me complace tomar nota de las numerosas tareas en las que los Cristianos de las tierras nórdicas van juntos para presentar un testimonio unido ante el mundo.
Con estos sentimientos, os encomiendo a todos vosotros y a vuestros pueblos a la intercesión de los santos nórdicos, especialmente Santa Brígida, copatrona de Europa, y con mucho gusto imparto mi Bendición Apostólica como prenda de fuerza y paz en el Señor.
[Traducción del original inglés por Patricia Navas
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