CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 31 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI dedicó la Audiencia general de hoy, celebrada esta mañana en la Plaza de San Pedro, a reflexionar sobre las celebraciones del Triduo Santo, que comenzarán mañana con la Misa Crismal y terminarán el domingo con la Gran Vigilia de Pascua.
Estos días de celebraciones, afirmó el Papa a los peregrinos presentes en la Plaza, “nos invitan a meditar los acontecimientos centrales de nuestra Redención, el núcleo esencial de nuestra fe”.
“Os exhorto por tanto a vivir intensamente estos días para que orienten decididamente la vida de cada uno a la adhesión generosa y convencida a Cristo, muerto y resucitado por nosotros”, añadió.
El Pontífice se detuvo, una por una, en el significado de todas y cada una de las celebraciones de estos próximos días.
Jueves Santo
Comenzando por la Misa Crismal, explicó que se trata de “una significativa celebración eucarística” de cada obispo con sus sacerdotes, “que tiene lugar de costumbre en las catedrales diocesanas”, durante la cual “se bendecirán el óleo de los enfermos, el de los catecúmenos y el Crisma”.
“Además, el obispo y los presbíteros renovarán las promesas sacerdotales pronunciadas el día de la ordenación. Este gesto asume este año una relevancia especial, porque está colocado en el ámbito del Año Sacerdotal”.
En este sentido, se dirigió a todos los sacerdotes, invitándoles a “seguir el ejemplo del Santo Cura de Ars”, dejándose “conquistar por Cristo, y seréis en el mundo de hoy mensajeros de esperanza, de reconciliación, de paz”.
Después se refirió a los Oficios vespertinos, en los que “celebraremos el momento de la institución de la Eucaristía”, recordando que “bajo las especies del pan y del vino, Él se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada como sacrificio de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, Él constituye a los Apóstoles y a sus sucesores ministros de este sacramento, que entrega a su Iglesia como prueba suprema de su amor”.
Otro gesto importante en esta celebración, el lavatorio de los pies, a imitación de Jesús en el Cenáculo, el cual “se convierte, para el evangelista, en la representación de toda la vida de Jesús y revela su amor hasta el final, un amor infinito, capaz de capacitar al hombre para la comunión con Dios y hacerle libre”.
Al término de la liturgia del Jueves santo, explicó el Papa, “la Iglesia deposita al Santísimo Sacramento en un lugar preparado a propósito, que representa la soledad del Getsemaní y la angustia mortal de Jesús”.
“Ante la Eucaristía, los fieles contemplan a Jesús en la hora de su soledad y rezan para que terminen todas las soledades del mundo”.
Viernes Santo
El Viernes Santo, recordó el Papa, “haremos memoria de la pasión y de la muerte del Señor. Jesús quiso ofrecer su vida en sacrificio por la remisión de los pecados de la humanidad, eligiendo con este fin la muerte más cruel y humillante: la crucifixión”.
En este sentido, afirmó que existe “una conexión inescindible entre la Última Cena y la muerte de Jesús”, pues en la primera, “Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, es decir, su existencia terrena, a sí mismo, anticipando su muerte y transformándola en un acto de amor”.
“De este modo, Jesús se convierte en la clave para comprender la Última Cena, que es la anticipación de la muerte violenta en sacrificio voluntario, en acto de amor que redime y salva al mundo”.
Vigilia Pascual
El Sábado Santo, añadió el Papa, “se caracteriza por un gran silencio”. “Las Iglesias están desnudas y no se prevén liturgias particulares. En este tiempo de espera y de esperanza, los creyentes son invitados a la oración, a la reflexión, a la conversión, también a través del sacramento de la reconciliación, para poder participar, íntimamente renovados, en la celebración de la Pascua”.
Por fin, concluyó, esa noche, “durante la solemne Vigilia Pascual, ‘madre de todas las vigilias’, este silencio se romperá con el canto del Aleluya, que anuncia la resurrección de Cristo y proclama la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte”.
“Dispongámonos a vivir intensamente este Triduo Santo ya inminente, para ser cada vez más profundamente insertados en el Misterio de Cristo, muerto y resucitado por nosotros”, añadió.