BOGOTÁ, jueves 25 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- Numerosas celebraciones se suceden cuando se cumplen 30 años del asesinato en El Salvador de monseñor Óscar Arnulfo Romero. En una eucaristía celebrada en Roma, el cardenal Crescenzio Sepe recordó que Romero fue testigo como Cristo del amor por un pueblo que sufría.

Hace 30 años, un domingo 23 de marzo, monseñor Óscar Arnulfo Romero, en la que fue su última homilía, exhortaba a los poderes del Estado: “En nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”. Al día siguiente, el 24 de marzo de 1980, monseñor Romero moría asesinado en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, mientras celebraba la Eucaristía.

El papa Juan Pablo II se dirigió inmediatamente al presidente de la Conferencia Episcopal Salvadoreña: “Al conocer con ánimo traspasado de dolor y aflicción la infausta noticia del sacrílego asesinato de monseñor Óscar A. Romero, cuyo servicio sacerdotal a la Iglesia ha quedado sellado con la inmolación de su vida mientras ofrecía la víctima eucarística, no puedo menos de expresar mi más profunda reprobación de pastor universal ante este crimen execrable que, además de flagelar de manera cruel la dignidad de la persona, hiere en lo más hondo la conciencia de comunión eclesial y de quienes abrigan sentimientos de fraternidad humana”.

Tan sólo ahora, en 2009, el nuevo presidente de El Salvador Mauricio Funes reconoció la responsabilidad del Estado salvadoreño en el crimen de monseñor Romero.

La Iglesia Católica en El Salvador, desde hace varios meses, realiza actividades conmemorativas, iniciadas con una peregrinación que salió de la capilla del hospital La Divina Providencia hasta llegar al parque Cuscatlán, donde se encuentra el monumento a las víctimas de la represión en El Salvador.

Miles de niños han participado en un concurso de dibujo sobre “Monseñor Romero, Esperanza de las Víctimas”.

La Orquesta Sinfónica Nacional estrena, en honor de monseñor Romero, la “Obertura para un mártir”, en el Teatro Nacional.

Este miércoles, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza dijo que es “una figura universal de los derechos humanos”. “Hoy El Salvador y el mundo entero lo recordamos como un hombre que habló sobre las injusticias sin ambigüedades, y aunque su muerte pretendió acallar su compromiso decidido con los más desposeídos y la dignidad de los salvadoreños, de hecho lo convirtió en un mártir”, añadió Insulza.

“Son innumerables las organizaciones de la sociedad civil y de movimientos defensores de los derechos humanos que reconocen en monseñor Romero a una figura destacada en la defensa de los más pobres y a un ‘santo’ para el mundo de hoy”, afirma Leónidas Ortiz, director del Observatorio Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

“Monseñor Romero fue, ante todo, un Pastor de su comunidad, hombre de fe y de comunión eclesial, entregado al servicio de los más pobres, especialmente a las víctimas del conflicto armado que se vivía en su patria. En el campo social puso en práctica la Doctrina Social de la Iglesia, buscando siempre el diálogo en la solución de conflictos, denunciando las injusticias y las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y exhortando siempre a la conversión”, subraya.

“En este Año Sacerdotal es refrescante colocar sobre el tapete figuras como la de monseñor Óscar Arnulfo Romero, que han dejado huella por su espiritualidad, por su servicio pastoral y por su compromiso con los pobres y excluidos, especialmente con las víctimas, incluso hasta la muerte”, concluye Ortiz.

Por otra parte, la Comunidad de San Egidio ha querido unirse a las celebraciones de este 30 aniversario. En un comunicado, recuerda que “está presente en El Salvador desde hace muchos años y ha recogido desde hace tiempo la memoria de monseñor Romero”.

Recuerda además que “este año, un joven miembro suyo, William Quijano, ha sido asesinado por una banda por estar empeñado con la Comunidad en salvar a los niños y a los jóvenes de la violencia en el barrio periférico de Apopa”.

“Romero vivió y predicó la fe –añade la Comunidad de San Egidio-- . Romero fue un obispo en tiempos difíciles. Se puso él mismo y a su Iglesia como guía hacia la paz, cuando no se veía el desenlace político para el mañana. Creía en la fuerza de la fe: ‘Por encima de las tragedias, de la sangre y de la violencia, hay una palabra de fe y de esperanza que nos dice: hay una vía de salida... Nosotros cristianos poseemos una fuerza única’. Permanece como un modelo de obispo fiel. Monseñor Romero fue un obispo al servicio del Evangelio y de la Iglesia”.

“A los treinta años de su muerte –concluye la Comunidad--, libres de las pasiones de quien fue implicado en la historia de entonces, pero no tan lejanos en el tiempo para no poder comprender el drama y la ejemplaridad de su figura, debemos tener el valor de saldar la deuda con este mártir, que es hijo de la Iglesia y que esperaba todo de ella. En la historia del espíritu, que corre profunda más allá de la crónica de las pasiones, Romero permanece como una figura edecisiva: porque fué un mártir”.

Este martes, en Roma, en la basílica de Santa Maria in Trastevere, el aniversario se subrayó con una solemne liturgia eucarística, celebrada por el cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, en la que participaron varios miles de personas. En la basílica se expuso el misal que perteneció al obispo asesinado.

En su homilía, el cardenal Sepe, al recordar el momento de su muerte afirmó: “Romero, allí, en el altar, casi consciente, como lo era, de un sacrificio que se estaba casi consumando, pone su vida, todo cuanto había realizado como obispo, en el cáliz de Cristo, para ser como él testigo de este amor por un pueblo que sufría”.

“Romero cayó y su muerte, cuanto más pasa el tiempo, más vemos que da fruto, porque es un testimonio de Cristo, testimonio de su Evangelio de salvación, testimonio de su caridad, de su amor por los hombres”.

“Esta tarde queremos recordar este martirio –dijo--, casi como si fuéramos espiritualmente en peregrinació a la tumba de este testimonio y extraer fuera para nuestro testimonio que todavía hoy, en muchas partes del mundo y no sólo del mundo lejano, sino también del mundo que tenemos cerca, requiere valentía, fuerza, sobre todo cuando, como Romero, queremos convertirnos en voz de los que no tienen voz, queremos defender a los débiles, queremos dar dignidad a quien le han quitado su dignidad humana y cristiana”.

“En el fondo el sacrificio de Romero es un poco la conclusión de toda una vida vivida siguiendo el Evangelio y por amor a la Iglesia. Él, por completo, se puso –decía, hablando de una cierta conversión–, se puso a seguir a la Iglesia y a los pobres, porque así sentía que llevaba a cabo su misión de pastor”, subrayó el cardenal.

“El cristiano no se rinde, ni siquiera frente al mal, frente a las estructuras del mal, de los males sociales que a veces intentan ahogar la justicia y la paz. No nos rendimos, aunque asistimos, también hoy, a estas violencias (…), a las numerosas estructuras de pecado, empezando por las varias camorras, por las varias mafias que contaminan. Parecen casi como una piedra que quiere ahogar, borrar el bien. Nosotros no nos rendimos porque sabemos que nuestra base es la roca que es Cristo. Nadie nos puede quitar, nos puede robar la esperanza que se convierte en el motivo, la fuerza de nuestra reacción ante la violencia y el mal”, concluyó el cardenal Sepe.

Por Nieves San Martín