Desde Fátima, el Papa invita a reavivar la llama de la fe allí donde se apaga

Preside el imponente Rosario de las antorchas en la explanada del Santuario

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FÁTIMA, miércoles 12 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- En un mundo en el que la fe corre el riesgo de quedar cada vez más marginada, Benedicto XVI exhortó a reavivar con vigor esta llama desde el Santuario de Nuestra Señor de Fátima, en su primera noche de permanencia.

Antorchas llevaban precisamente en la mano los miles de peregrinos que iluminaban la explanada de este lugar mariano durante la tradicional vigilia de oración que introduce la solemnidad de la Virgen María de Fátima, celebrada por la Iglesia el 13 de mayo.

Tras algunos cantos marianos, entonados por el coro y los peregrinos, en plena noche, el Papa bendijo las antorchas de la procesión y describió el imponente panorama que tenía ante sus ojos como «un mar de luz alrededor de esta sencilla capilla, erigida con cariño en honor de la Madre de Dios y Madre nuestra, cuyo camino de regreso de la tierra al cielo les pareció a los pastorcillos como un franja de luz».

Se refería a los niños que en un 13 de mayo fueron testigos de las apariciones de la Virgen, Jacinta y Francisco, beatificados hace exactamente diez años, y Lucía, que fallecería en 2005.

«En nuestro tiempo, en el que la fe en amplias regiones de la tierra corre el riesgo de apagarse como una llama que deja de ser alimentada, la prioridad por encima de todas consiste en hacer a Dios presente en este mundo y abrir a los hombres la entrada a Dios», aseguró el pontífice en su discurso introductivo.

«No tengáis miedo de hablar de Dios y de manifestar sin vergüenza los signos de la fe, haciendo resplandecer a los ojos de vuestros contemporáneos la luz de Cristo», alentó.

El Papa dejó como consejo a los peregrinos el rezo de la oración mariana del Rosario, con la que es posible dejarse «atraer por los misterios de Cristo» contemplados al desgranar las Avemarías.

El rezo del Rosario, aseguró, «permite fijar la mirada y nuestro corazón en Jesús, como hacía su Madre, modelo insuperable de contemplación del Hijo». De este modo, añadió, «la gracia invade nuestro corazón, suscitando el deseo de un cambio incisivo y evangélico».

Por último, confesó que se siente profundamente acompañado por la «devoción» y el «afecto» de los fieles presentes en Fátima y en «todo el mundo».

«Cargo con las preocupaciones y las expectativas de nuestro tiempo y con los sufrimientos de la humanidad herida, con los problemas del mundo, y vengo a ponerlos a los pies de la Virgen de Fátima», reconoció.

Cuando comenzó el rezo de los misterios gloriosos del Rosario, la primera parte del Padrenuestro o del Avemaría fue recitada por el Papa en latín, mientras que la segunda parte de las oraciones era rezada por los fieles en su propio idioma para mostrar la universalidad de la Iglesia.

Al inicio el Papa recibió de monseñor António Marto, obispo de Leiria-Fátima, el primer rosario oficial de Fátima.

Se trata de un rosario de oro, en el que los Padrenuestros y las Avemarías están formados con piedras de topacio. El oro, ilustra el Santuario de Fátima (http://www.santuario-fatima.pt) en una nota informativa, «no se altera, y evoca el color del sol, símbolo que la Iglesia asocia con Jesucristo», mientras que el topacio «hace pasar la luz azul del cielo, limpio y profundo, color que la tradición asocia con la figura de María».

Por Roberta Sciamplicotti

 

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ZENIT Staff

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