Por Edward Pentin
ROMA, martes 18 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Un popular curso para ayudar a los diplomáticos a entender mejor la “acción humanizadora” de la Santa Sede en los asuntos internacionales, y cómo es capaz de ofrecer una verdadera y propia “diplomacia del Evangelio” se está desarrollando actualmente en Roma.
El cuarto de este tipo, organizado principalmente por la Fundación Gregoriana y el Instituto Internacional Jacques Maritain, está dedicado este año a diplomáticos de Latinoamérica (los anteriores se impartieron a enviados de Oriente Medio y Asia).
Llevándose a cabo durante 12 días, primero en Roma y después en Turín, enseña sobre los compromisos religiosos y diplomáticos de la Iglesia, así como su compromisos sociales y humanitarios para fomentar la paz, proteger la creación y promover los derechos humanos
Los diplomáticos han acogido con entusiasmo el curso desde que empezó en 2006, viéndolo como algo que llena un importante vacío.
En muchas cancillerías del mundo, dicen, el conocimiento de la actividad diplomática de la Santa Sede tiende a ser pobre, limitado a la conciencia de la diplomacia multilateral llevada a cabo en foros como los de las Naciones Unidas en Nueva York y Ginebra.
“El fenómeno de interacción entre religión y política internacional es una de las realidades más grandes de hoy”, explicó el embajador de Brasil ante la Santa Sede, Luiz Felipe de Seixas Corrêa.
“Pero no es percibido así por las cancillerías gubernamentales en Latinoamérica. Es una relación que quizás es menos evidente [ahora] que en los momentos en los que también fue causa de conflicto, pero continúa siendo relevante”.
Como muchos de sus compañeros, cree que dado que muchos países dan mucha importancia a valores éticos vinculados a creencias y prácticas religiosas, es “muy importante” que los diplomáticos sean sensibles a esas cuestiones cuando están formuladas en la política estatal. Todo esto ayuda, dice, a cumplir el verdadero objetivo del trabajo de un diplomático: encontrar “convergencia” en los asuntos políticos.
Muchas naciones latinoamericanas empezarán a celebrar los bicentenarios de su independencia este año, de manera que una parte de este curso de 2010 está dedicada a considerar el desarrollo del catolicismo en Latinoamérica, con el aniversario de los partidos demócrata cristianos, el respeto a la libertad o la importancia de los derechos humanos.
Y a pesar de algunos elementos anticlericales en regímenes izquierdistas, la mayoría de latinoamericanos todavía tiene a la Iglesia en alta estima.
“Hoy, Latinoamérica espera que la Iglesia esté presente en una función mantenida, como autoridad moral, dijo Héctor Federico Ling Altamirano, embajador de México ante la Santa Sede.
“De hecho, [Latinoamérica] percibe la autoridad moral como la causa formal de la sociedad y como la primera motivación para el servicio al bien común”.
Como se sabe, la Iglesia católica tiene que afrontar un aumento de la popularidad de las Iglesias evangélicas latinoamericanas, especialmente en Brasil.
Pero el embajador Seixas Corrêa cree que esas comunidades están cautivando a muchos, especialmente a los jóvenes, no porque ofrezcan algo mejor espiritualmente sino “porque tomaron posiciones más liberales cuando afrontaban problemas relacionados con el control de natalidad”.
Los Gobiernos latinoamericanos apreciaron la enseñanza de Benedicto XVI sobre cuestiones de justicia social y la opción preferencial por los pobres, que se traduce en una invitación a los políticos a salvaguardar la vida y la familia.
Conscientes de su crítica de la teología de la liberación, también apreciaron en general el énfasis del Papa en los temas sociales, su llamamiento por una ética en la economía y el cuidado de la creación -todo dado en su encíclica social Caritas in Veritate–, cosas que resonaron en la cultura y la política del continente.
El padre Franci Imoda, SI, presidente de la Fundación Gregoriana, destacó que en Latinoamérica y en otros lugares hay “enormes desafíos” que requieren nuevos líderes con vista.
El curso, dijo, no pretende responder a todos esos desafíos, pero la Iglesia “como portadora de un mensaje universal de trascendencia que afecta a la centralidad de la persona humana, ‘debe’ tener un mensaje en este campo”.
“Creo que los que se acercan a nosotros reconocen que tenemos este mensaje -explicó-. El Vaticano y la Santa Sede no tienen las famosas ‘divisiones’ mencionadas por Stalin, sino que presentan un mensaje de esperanza a toda la humanidad”.
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Cuestiones siempre presentes
Dirigiendo la primera sesión del curso en la Universidad Pontificia Gregoriana en Roma el 10 de abril, el cardenal Jean-Louis Tauran habló de manera elocuente sobre la importancia de la religión en la política y los asuntos internacionales.
“Vivimos en un mundo paradójico -dijo el presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso en su discurso de apertura-. La sociedad francesa reclama su laicidad mientras que al mismo tiempo nunca ha hablado tanto sobre religión”.
La religión, añadió, es “una dimensión ineludible de la existencia humana” y la adoración le resulta tan necesaria al hombre como la vida económica.
Citando al historiador Arnold Toynbee, destacó que “no ha habido ninguna gran civilización que no fuera religiosa”; los vestigios de mitos, rituales, templos y estatuas a lo largo de la historia atestiguan que el hombre es “religioso” por naturaleza.
“Es él quien formula, a los demás y a sí mismo, las cuestiones definitivas, siempre buscando la última razón de su existencia”, dijo.
Por esas razones, continuó el cardenal francés , restringir la libertad religiosa significa subestimar al hombre e ignorar la historia. “Puedes separar la Iglesia y el Estado -dijo-, pero no puedes separar la religión de la sociedad”.
El cardenal Tauran, antiguo “Ministro de Exteriores” de la Santa Sede que dedicó un tiempo como diplomático vaticano en el Líbano, destacó el bien que la Iglesia puede aportar al mundo contemporáneo, pero también subrayó que la política y la Iglesia son autónomas -un importante concepto de laicidad que permite una estricta neutralidad en temas religiosos, sin obligar a nadie a creer ni impedírselo a nadie.
Enumeró tres importantes áreas en las que la religión contribuye al bienestar de la sociedad civil: relativizando la política, ofrece respuestas al significado de la vida que otras instituciones no pueden ofrecer, y derrama luz y fuerza para el bien común porque la religión tiene el poder de crear comunidad y esto contribuye a la cohesión social.
Sin embargo, demasiado a menudo, la política se ha convertido en una especie de religión secular, llevando a la intolerancia, continuó.
La política, recordó a los diplomáticos presentes, es un medio y no un fin, esencial sólo en la medida en que hace posibles otras cosas.
Recordó cómo el comunismo politizó todos los problemas sin ver que los valores de la verdad, la belleza, la solidaridad, el trabajo y el amor -todos ellos impulsados por la religión- proporcionan “puntos de referencia para guiar la acción política”.
Algunas religiones tienen tendencia a invadir la esfera privada, dijo, pero sólo el cristianismo “reconoce la laicidad de la sociedad”.
Ni el Evangelio ni la doctrina social de la Iglesia “proponen modelos prefabricados de sociedad” y esto es una “oportunidad para una cierta mediación”, dijo, “pero está claro que el cristiano no puede colaborar en la elaboración de leyes que contradigan la revelación divina o la naturaleza humana” (aconsejó volver a leer el documento de 2003 de la Congregación para la Doctrina
de la Fe sobre la participación de los católicos en la vida política).
Concluyó pidiendo perdón a la audiencia por citar a Napoleón, pero recordó que, a pesar de ser un agnóstico anticlerical, incluso él reconoció la importancia de la religión en un sorprendente discurso que dio al clero de Milán el 5 de junio de 1800.
“Nadie puede pasar por justo y virtuoso ni no sabe de dónde viene ni a dónde va -dijo Napoleón-. La razón, por sí sola, no puede alcanzar este propósito: sin religión, el hombre avanza en la oscuridad y sólo la religión católica le ofrece algo de luz y certeza sobre su principio y fin último”.
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Edward Pentin es un escritor freelance que vive en Roma. Se puede contactar con él en: epentin@zenit.org
[Traducción del original en inglés por Patricia Navas]