Por qué la Santa Sede apoya el derecho a la reagrupación familiar

Monseñor Marchetto ofrece la visión eclesial sobre la inmigración

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ROMA, martes 18 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- La Iglesia católica apoya las reagrupaciones familiares legales de los inmigrantes, recordó el secretario del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes, monseñor Agostino Marchetto, el pasado sábado en Roma.

El arzobispo pronunció una conferencia titulada La familia migrante: la visión eclesial, en el encuentro del Foro de las Asociaciones Familiares italianas celebrado en la capital italiana con motivo de la Jornada Internacional de la Familia.

“El Derecho internacional debe tener por objeto tutelar la unidad familiar y combatir el fenómeno cada vez más difundido de los reconocimientos de hecho (reuniones de familias en la irregularidad), debidos sobre todo a las dificultades encontradas para lograr los requisitos para la reunificación legal y para el largo proceso burocrático relacionado con su concesión”, declaró.

También recordó que Benedicto XVI ha pedido “una política de inmigración que sepa conciliar los intereses propios del país de acogida y el necesario desarrollo de los países menos favorecidos, política apoyada también por una voluntad de integración”.

E indicó que “es particularmente alentadora la invitación del Santo Padre a ratificar los ‘instrumentos internacionales propuestos para defender los derechos de los migrantes, de los refugiados y de sus familias’, a partir de la Convención Internacional para la protección de los derechos de todos los trabajadores migrantes y de los miembros de sus familias, que entró en vigor el 1 de julio de 2003”.

Para la Iglesia, las relaciones familiares benefician a la persona y a la sociedad en su conjunto, y por tanto deben ser promovidas en todos los ámbitos, contra la visión individualista que a menudo se impone.

En este sentido, monseñor Marchetto alertó que “especialmente en las sociedades en las que la inmigración es relevante, la función de la célula familiar cede el paso al individuo en su capacidad productiva o de éxito”.

“Emergen, por tanto, relaciones bastante funcionales y anónimas, tanto en el lugar de trabajo como en la vida cotidiana, en detrimento de la familia”, constató.

Además, “también la lengua, que es vehículo de comunicación, se convierte en una barrera divisoria entre la primera y las sucesivas generaciones, en el seno de la misma familia”.

“Se acentúa, así, el aislamiento de los componentes del núcleo familiar, que a veces raya en la soledad y en la marginación, en una ciudad o un barrio que son a menudo percibidos como ‘hostiles’”, afirmó.

Y añadió: “El aislamiento resulta, después, más acentuado entre las mujeres confinadas entre las paredes del hogar, con pocas posibilidades de relaciones externas”.

Más dramático es el caso de las personas que “acaban víctimas del tráfico de seres humanos y de la prostitución”, señaló, citando el Mensaje de Benedicto XVI para la 93ª Jornada Mundial del Migrante y Refugiado del año 2007, sobre el tema La familia migrante, un ámbito en el que las religiosas realizan una gran tarea.

Modelo

Monseñor Marchetto recordó la invitación de Benedicto XVI y de Pío XII a “ver la Sagrada Familia de Nazaret en el exilio como el modelo, el ejemplo y el poyo de todos los emigrantes y peregrinos”.

“En el drama de José, de María y del Niño Jesús, la historia reconoce la dolorosa experiencia de los transeúntes de todos los tiempos: ‘migrantes, refugiados, exiliados, desplazados, prófugos y perseguidos’”, dijo.

“Ellos son al mismo tiempo memoria y profecía -explicó-: memoria de la advertencia bíblica de que ningún hombre tiene residencia estable sobre esta tierra; profecía que rompe las noches del egoísmo y fuerza auroras de solidaridad, anunciando la buena nueva de que la tierra es del hombre”.

Dificultades

Monseñor Marchetto destacó algunas dificultades y peligros que afectan a las personas que emigran, como la de las mafias que hacen pagar cantidades excesivas de dinero y engañan, los viajes incluso mortales, la corrupción, la criminalidad, la prostitución, etcétera.

También en referencia a las dificultades de los inmigrantes, recordó que “el fenómeno migratorio determina en sí mismo una triste situación de marginación, que genera frustración e inseguridad y hace posible una conflictividad del inmigrado con su familia y con la sociedad en la que se encuentra viviendo”.

“La familia inmigrada tiende a aplicar una serie de ‘mecanismos de defensa’ para poder equilibrar su existencia”, explicó.

Concretamente, “reduce sus aspiraciones, intentado realizar un ‘proyecto migratorio provisional’ en el tiempo más breve posible -continuó-. Así, las ‘aspiraciones’ se limitan al ámbito económico.

“Pero -advirtió-, con el paso de los años, con la reunificación familiar o el nacimiento de los hijos, con el perdurar y el prolongarse de la experiencia de la migración, el ‘proyecto’ inicial sufre radicales transformaciones”.

“En este proceso de estabilización, se acentúa también la proyección de las aspiraciones de los padres sobre los hijos”, añadió.

Perspectivas

Entre los desafíos y perspectivas ante la inmigración, monseñor Marchetto, destacó en primer lugar la de sentirse interpelado por los problemas y dificultades de los inmigrantes.

Animó a colaborar en el desarrollo de relaciones y ayudar para la inserción de los inmigrantes en la sociedad, así como para propiciar el crecimiento personal, social y eclesial basado en “el cumplimiento de la ley, el encuentro de las culturas, de las religiones y en el recíproco respeto de los valores basados en los derechos humanos”.

El arzobispo dedicó una atención especial a los estudiantes extranjeros, que se calcula que ascienden a dos millones y medio, con presencia notable en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania.

“Los estudiantes extranjeros son realmente una categoría significativa para el apostolado, considerados también sus problemas económicos si provienen de países pobres, y los de integración provisional en el país de llegada”.

“Además de la ayuda, la Iglesia está llamada a ofrecer un apoyo moral y la formación cristiana”, dijo.

“La acogida y la solidaridad pastoral son un ‘puente’ entre los pueblos -continuó-. El Mensaje Pontificio recuerda, de hecho, que ‘con sus instituciones, la Iglesia se esfuerza por hacer menos dolorosa la falta del apoyo familiar en estos jóvenes estudiantes, y les ayuda a integrarse en las ciudades que los acogen, poniéndolos en contacto con familias dispuestas a acogerlos y a facilitar el conocimiento recíproco”.

También se refirió a las familias de los refugiados, “que deben encontrar una calurosa acogida en los países que los acogen gracias a la respuesta solidaria y llena de compasión de la comunidad local”.

Concepción negativa

“Hoy, sin embargo, es doloroso para nosotros constatarlo: la comprensión y la simpatía por los refugiados disminuye y lo demuestra el hecho de que se emprenden acciones que hacen la vida más difícil a los que buscan asilo”, denunció.

“Muchas veces los refugiados son descritos de manera negativa y son vistos casi como una amenaza o una molestia política, no considerándose, en cambio, sus valores y la potencial contribución que pueden dar al país de acogida”.

La falta de una legislación internacional que obligue a los países de acogida hace más difícil la situación de los desplazados en el propio país, advirtió.

“Aumenta el tráfico de seres humanos -otro drama en el drama- contra el que es necesario establecer oportunidades más amplias para la migración legal”, afirmó.

“Esto llevará también la ventaja práctica de recibir suficiente mano
de obra en economías que se resienten por el envejecimiento de la población”, recordó.

Familias refugiadas

Según recordó el arzobispo, el ACNUR se ocupa de unas 20 millones de personas, nueve de las cuales son propiamente llamadas refugiadas, mientras que la Agencia de las Naciones Unidas para la Asistencia y las obras a favor de los Refugiados Palestinos del Próximo Oriente (UNRWA) se ocupa de cuatro millones de palestinos.

Las personas desplazadas en el interior de su proprio país por situaciones similares a las de los refugiados ascienden a otros 24 millones.

“En lo que llamamos Sur del mundo, unos seis millones de refugiados viven en “campos” desde hace más de cinco años, con poco respeto, muchas veces, a sus derechos”, subrayó.

En esos campos, recordó, “sostener una familia en esas condiciones es difícil, evidentemente con grande y grave impacto sobre sus diversos componentes e influencia negativa en sus relaciones internas”.

“Las madres deben así constatar que los hijos no ya no las respetan ni las escuchan -explicó-. Los hijos actúan de manera independiente, dado que los padres no son capaces de atender sus necesidades y por tanto no aceptan la guía”.

“Además -y eso es todavía más grave- la implicación de los hijos y las mujeres en la explotación sexual parece convertirse en un mecanismo de supervivencia”, alertó.

“Los cabezas de familia se sienten impotentes y frustrados por no poder satisfacer las necesidades básicas de sus seres queridos”, reconoció.

Monseñor Marchetto lamentó las “medidas que tienden a limitar las peticiones de asilo, imponiendo, por ejemplo, procedimientos para obtenerlo que pueden durar años, en el transcurso de los cuales la persona no tiene derecho a trabajar y está obligada muchas veces a vivir recluida en ‘centros de acogida’, lo cual comporta “consecuencias psicológicas negativas”.

También se refirió a los “menores no acompañados, que en un número creciente de naciones es similar al de los adultos”.

Tras la reunificación…

Cuando al cabeza de familia se le reconoce después de años el estatus de refugiado, “la reunificación familiar puede ser problemática”, continuó el arzobispo Marchetto.

“Es comprensible que después de haber transcurrido largos periodos separados, en situaciones y con experiencias diversas, se manifiesten dificultades de relación entre marido y mujer -explicó-. Además los hijos deberán adaptarse a una nueva sociedad, con cultura y lengua desconocidas”.

Y añadió: “La situación para los padres, después, podrá complicarse por la dificultad de acceder al mercado de trabajo, por las barreras lingüísticas y por la eventual discriminación existente frente a los extranjeros”.

“Si no están previstos esquemas apropiados para introducir a los refugiados en el mercado de trabajo, según sus capacidades profesionales, estarán más fácilmente dirigidos a trabajos no cualificados, que darán menores ingresos, con fuerte impacto sobre toda la familia”, advirtió.

“Es necesario un acompañamiento también por parte de voluntarios durante el proceso de integración”, indicó.

Y destacó que esto manifiesta el respeto por el otro y al mismo tiempo permite a la persona asistida cambiar, según el verdadero concepto de integración, que no es asimilación.

“Esta actitud tiene raíces profundas en el cristianismo y también hoy, en concreto, muestra lo que la Iglesia promueve”, afirmó.

“Quien se alimenta con fe de Cristo en la mesa eucarística asimila su mismo estilo de vida, que es el estilo el servicio atento especialmente a las personas más débiles y desfavorecidas -añadió, citando al Papa-. La caridad activa, es un criterio que prueba la autenticidad de nuestras celebraciones litúrgicas”.

Una jornada impulsada por la ONU

La Jornada Internacional de la Familia fue convocada por primera vez por la ONU en 1994, que animó a dedicar el día 15 de mayo a la familia como “núcleo natural y fundamental de la sociedad”.

El tema propuesto por la ONU para la edición de este año 2010 ha sido El impacto de las migraciones sobre las familias en el mundo.

El Foro de asociaciones familiares de Italia asumió este tema, destacando que “la familia puede ser sujeto de mediación intercultural y por tanto vehículo de integración, porque ya naturalmente se configura como lugar de medicación en su proprio interior entre sexos y entre generaciones”.

“En el caso del contacto con las personas extranjeras, puede ampliar esta primaria capacidad, o puede abrirse también a la diversidad étnica, convirtiéndose en puente cultural que promueve formas de inclusión, de integración y de ciudadanía de las personas y de las familias inmigradas”, indicó el Foro en un comunicado.

La Jornada del sábado, titulada Familia en colores: el futuro de Italia es intercultural destacó la interculturalidad como valor, y la dimensión familiar como lugar privilegiado de encuentro pacífico.

Además de monseñor Marchetto, intervinieron otras personalidades como el Ministro de Trabajo y Políticas Sociales de Italia, Maurizio Sacconi; la presidenta de la Comisión de las dos Cámaras para la infancia, Alessandra Mussolini; y el director de Famiglia Cristiana, Antonio Sciortino.

[Por Patricia Navas]

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ZENIT Staff

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