ROMA, jueves 20 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- ¿Cuántos casos de pedofilia se han registrado dentro de la Iglesia católica? ¿Y cuántos se han verificado en la sociedad? Para responder a estas y otras preguntas sobre un tema tan delicado y espinoso, Francesco Agnoli, Massimo Introvigne, Giuliano Guzzo, Luca Volonté y Lorenzo Bertocchi acaban de publicar un ensayo sobre el asunto.

Para profundizar sobre este tema, ZENIT ha entrevistado a uno de los autores del ensayo en italiano “Indagine sulla pedofilia nella Chiesa” (ediciones Fede & Cultura). Es Lorenzo Bertocchi, estudioso de la historia del Cristianismo.

-¿Cuántos son los casos de pedofilia en la Iglesia?

Bertocchi: Aunque hubiera un solo caso, es obvio que sería ya demasiado y dentro de la Iglesia quien ha demostrado tener ideas bien claras al respecto es justo Benedicto XVI. Dicho esto, creo que es útil comprender las dimensiones del fenómeno y, en la primera parte del libro, Massimo Introvigne nos ayuda a enmarcar el problema. En Estados Unidos, por ejemplo, según autorizadas investigaciones académicas, de 1950 a 2002, los sacerdotes acusados de efectiva pedofilia fueron 958 sobre más de 109.000 sacerdotes, pero las condenas se reducen drásticamente hasta un número un poco inferior a 100.

El padre Lombardi [portavoz vaticano], en una declaración de 10 de marzo pasado, citaba el caso de Austria donde, en el mismo arco temporal, las acusaciones verificadas y atribuibles a la Iglesia suman 17, mientras que en otros ambientes ascienden a 510. Estos números pueden decir mucho o nada, sin embargo muestran sin duda una tendencia que permite desinflar la hipótesis que respecto a la Iglesia querría hacer “de toda la hierba un haz” [expresión italiana que significa “generalizar”].

Merecería un discurso aparte el tema de las falsas acusaciones, como por ejemplo los casos del padre Giorgio Covoni, de dos religiosas bergamascas, del padre Kinsella y sor Nora Wall en Irlanda, todos acusados de abusos y luego absueltos. Estos hechos son importantes porque dan fe de las dinámicas no siempre claras en las que toma cuerpo la acusación.

-¿Y en la sociedad?

Bertocchi: Leyendo los datos parece que la plaga de la pedofilia está verdaderamente extendida y es impresionante. En un informe de la Organización Mundial de la Salud – Global Estimates of Health Consequences due to Violence Against Children (Ginebra, OMS, 2006) – se indica por ejemplo que, en 2002, en el mundo, se podían estimar cerca de 150 millones de niñas y 73 millones de niños obligados a diversas formas de abuso en el ámbito sexual.

Un informe de la ONU, presentado a la Asamblea General el 21 de julio de 2009, centra en cambio la atención sobre la situación en la web: a escala mundial, el número de sitios on-line de naturaleza pedo-pornográfica aumenta a ritmo vertiginoso; por ejemplo, si en 2001 eran 261.653, en 2004 se censaban 480.000, tendencia que se confirma también consultando los informes anuales de la Asociación Meter, del padre Di Noto.

Este dato relativo a internet me parece paradigmático, dado el papel ya asumido por la web en nuestra vida social. Toma así consistencia la idea de que el tipo de campaña mediática realizada para hacer pasar a la Iglesia católica como lugar por excelencia de la pedofilia contiene una buena dosis de prejuicio.

-¿Qué cultura promueve la pedofilia?

Bertocchi: En el centro del problema está la “cultura del sexo” que, especialmente a partir del llamado 68, promovió una verdadera revolución encaminada a “abolir los tabúes”. La difusión de la pornografía, que de algún modo representa la bandera de esta revolución, está a la vista de todos. La mentalidad dominante hoy es aquella que justifica la práctica de uniones sexuales de todo tipo, fruto de un pensamiento que encuentra sus raíces en De Sade, Freud, Fromm, Reich, Marcuse, etc, aquellos que podríamos definir como profetas de la exaltación del orgasmo.

En nuestro libro, Francesco Agnoli aporta ejemplos de cómo todavía hoy esta cultura está viva, y es representativo el caso del partido holandés pro-pedófilos, hace poco disuelto por carencia de firmas, pero no por prohibición legal. En su raíz la revolución sexual de aquellos años tenía el objetivo de atacar a todo tipo de autoridad, a partir de la de Dios y esto, lamentablemente, ha dejado una marca también dentro de la Iglesia.

-¿Cómo, cuándo y por qué la cultura favorable a la pedofilia penetró en los seminarios y en la Iglesia?
Bertocchi: La indicación la puede proporcionar la carta que Benedicto XVI escribió a los católicos de Irlanda donde, además de afrontar el problema de casos de pedofilia en el clero irlandés, el Santo Padre busca también las raíces del fenómeno. En su argumentación, hace referencia a que “el programa de renovación propuesto por el Concilio Vaticano II fue a veces malentendido”. Seguramente hay una alusión a aquél periodo de los años 60/70 del siglo pasado en el que la llamada “apertura al mundo” condujo a la Iglesia a un debilitamiento de la fe y a una progresiva secularización.

El ataque social hecho al principio de autoridad, el famoso eslogan “prohibido prohibir”, se insinuó en la Iglesia y así en los seminarios una cierta interpretación acabó por confundir la disciplina con el diálogo; el resultado fue una manga más ancha en la selección de los candidatos al sacerdocio.

El cardenal Caffarra en este sentido precisó que el hecho de que “la Iglesia se dé criterios para discernir a quién admitir y a quién no admitir al sacerdocio es un derecho que nadie puede razonablemente negarle” (La Verità chiede di essere rivelata – Rizzoli 2009). Hoy más que nunca hay que ejercer este derecho. Quien piense que el problema es el celibato de los sacerdotes debería por lo menos explicar por qué en el clero protestante, que puede casarse, haya casos de abusos no inferiores a los del clero católico.

-¿Por qué la pedofilia organizada y practicada con el turismo sexual no suscita ruido y no se logra detener?

Bertocchi: Una investigación de ECPAT [Red internacional contra la explotación social] revela que en el mundo cerca de 80 millones de turistas al año se mueven en busca de una oferta sexual. Según Intervita –organización italiana- serían diez millones los menores implicados en este mercado planetario, con una facturación estimada en doce mil millones de dólares.

La investigación de la Universidad de Parma realizada por ECPAT establece el retrato robot del “turista tipo” que no es ciertamente un monstruo: en el 90% de los casos, tiene entre 20 y 40 años, cultura media alta, buen nivel de renta, muy frecuentemente casado. Las víctimas, en cambio, tienen una edad de entre 11 y 15 años, en el caso de las niñas, y entre 13 y 18 para los varones.

Este tipo de “turismo” en muchos países es considerado un delito, pero a pesar de ello es una industria floreciente y justo por el hecho de ser “una industria” hace difícil detener el fenómeno. Pero hay también un motivo más radical que investigar en aquella “cultura del sexo” de la que hablaba hace poco; hay expresiones políticas que son estandartes de temas nacidos en aquella “cultura” y que se mueven como un verdadero lobby.

-¿Cuál es el confín entre realidad y falso moralismo?

Bertocchi: Gran parte de nuestras sociedades posmodernas ya acepta o justifica la destrucción de embriones en cuanto que no los considera seres humanos, comercia con óvulos y espermatozoides como si fueran galletas, teoriza sobre masculinidad y feminidad como simples etiquetas culturales, difunde la pornografía como una forma de diversión, y querría hacer de la muerte asistida una elección noble.

Por una especie de perversión de la verdad, hoy nos encontramos frente a una confusión ética de proporciones tales que la realidad se pierde en el subjetivismo. Así vemos que la condena del comportamiento inmoral de los religiosos proviene del mismo ambiente cultural que está dispuesto a aceptar toda arbitrariedad del individuo. Las razones son de tipo ideológico, pero también de tipo económico, como lo demuestran aquellos bufetes  legales estadounidenses que han ganado miles de millones de dólares, gracias al uso despreocupado de la acusación de pedofilia.

-¿Cómo valorar la línea de tolerancia cero adoptada por el Papa Benedicto XVI?

Bertocchi: La determinación del Santo Padre en querer hacer luz me parece ejemplar, señala una vía de transparencia que no sólo es válida para la Iglesia, sino que lo debería ser para todos los sectores de la sociedad que han tenido o tienen que ver con este triste fenómeno.

En las meditaciones del Via Crucis de 2005, el entonces cardenal Ratzinger mostraba claramente la necesidad de “hacer limpieza” dentro de la Iglesia, voluntad sin embargo no justiciera, sino deseo de verdadera justicia para hacer brillar todavía más a la Esposa de Cristo “una, santa, católica y apostólica”.

Este “estilo” se puede comprobar en todo el magisterio de Benedicto XVI, su receta de purificación se mueve en todas direcciones: la hermenéutica de la continuidad, la extensión de la racionalidad, el ejemplo del Cura de Ars para el Año Sacerdotal, la atención a la liturgia, la tolerancia cero contra el escándalo de la pedofilia, etc. El problema puede ser el de leer su enseñanza tomando sólo lo que está más cerca de las propias ideas, omitiendo considerarlo integralmente.

-¿En qué modo la Iglesia católica podrá superar la consternación y la desconfianza tan extendidas entre la gente?

Bertocchi: Todos los católicos están llamados a volver a los fundamentos de la fe para ser auténticos testigos del Señor Resucitado o, como dice Luca Volontè, “clara debe ser la conciencia de la compañía de Cristo” que nos acompaña diariamente. En su reciente viaje apostólico a Fátima, el Santo Padre afirmó que la Iglesia sufre por causas “internas”.

Ciertamente se refería a las heridas provocadas por los casos de abusos sexuales, pero creo también en la necesidad de una claridad doctrinal esencial para una vuelta a los fundamentos. Hoy, lamentablemente, esta claridad no se da por descontada y también esto confunde a la gente.

Estoy de acuerdo por tanto con las conclusiones que señala Agnoli en el ensayo: oración, recuperación del sentido de lo sobrenatural, eficaz servicio del gobierno de la Iglesia y, añado, una profunda recuperación del sentido de pecado. “El verdadero enemigo a temer y a combatir es el pecado, el mal espiritual que, a veces, lamentablemente, contagia también a los miembros de la Iglesia”, dijo Benedicto XVI tras el Regina Caeli del 16 de mayo.

Desgraciadamente, en muchas catequesis, el tema “pecado” está cada vez menos de moda, desplazado por mucha psicología y mucha sociología. Reconocerse pecadores sin embargo es la vía para acoger la Misericordia de Dios. Caridad en la Verdad, no hay otro modo para dar esperanza a los hombres de nuestro tiempo.

Por Antonio Gaspari, traducido del italiano por Nieves San Martín