TERRASSA, sábado, 29 de mayo de 2010 (ZENIT.org).-Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Josep Àngel Saiz Meneses, obispo de Terrassa, con motivo de la Jornada pro Orantibus (por quienes dedican su vida a la contemplación), que celebra la Iglesia en España este domingo, 30 de mayo.
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Recientemente, una religiosa contemplativa, es decir, una persona que vive la vida monástica o claustral, pronunció una conferencia con este sugestivo título:»El silencio, un camino de libertad». No pude escuchar la disertación, porque las ocupaciones de un obispo le piden a veces tener que renunciar a asistir a actos que alimentan la inteligencia y el corazón. Pero confieso que el título me gustó mucho y me invitó reflexionar.
El silencio es sin duda un camino de libertad. Y no sólo para los monjes y las monjas, para las personas que viven en el claustro, en una vida dedicada a la plegaria de adoración y de intercesión por las necesidades de la Iglesia y del mundo. El silencio, que es invitación a la interioridad, a la reflexión y a la vivencia religiosa es un valor universal, para todos los cristianos. Y aun me atrevería a decir para todos los creyentes y para todos, aunque no sean creyentes.
He pensado estas cosas con motivo de que la Iglesia celebra entre nosotros, en este domingo de la Santísima Trinidad, la jornada bautizada con una expresión latina: Pro Orantibus, es decir, por los -y las- que oran, dedicada al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura.
Lo decía el Papa en una de sus alocuciones dominicales, precisamente al comentar esta jornada. «Algunos se preguntan -decía- qué sentido y qué valor puede tener su presencia en nuestro tiempo, en el que hay numerosas y urgentes situaciones de pobreza y de necesidad que se deben afrontar. ¿Por qué «encerrarse» para siempre entre las paredes de un monasterio y privar así a los demás de la contribución de las propias capacidades y experiencias? ¿Qué eficacia puede tener su oración para la solución de los numerosos problemas concretos que siguen afligiendo a la humanidad?»
Hay que decir que, incluso entre nosotros, en el clima de nuestros monasterios han nacido y nacen iniciativas de verdadera solidaridad con los más necesitados, efectuadas bajo la inspiración de comunidades monásticas, en ayuda de los más necesitados tanto de aquí como de diversos países con necesidades más fuertes que en el nuestro. Quienes conozcan algo la realidad de nuestros monasterios saben que esto es un hecho. Los contemplativos y las contemplativas, además de ganarse el pan con su modesto trabajo, también comparten este pan y estos recursos con quienes pasan necesidad.
Pero hay una función social mayor en la vida de estos hermanos y hermanas nuestros. Lo diré de nuevo con las mismas palabras de Benedicto XVI: «son testigos silenciosos de que en medio de los acontecimientos diarios, a veces bastante turbulentos, el único apoyo que no vacila jamás es Dios, roca inquebrantable de fidelidad y de amor».
«Todo se pasa, Dios no se muda», escribió la gran maestra espiritual de Ávila, Santa Teresa de Jesús. Nuestros monasterios son verdaderos oasis espirituales en los que el hombre de hoy puede encontrar silencio, reflexión, valores humanos y espirituales. El lema de la jornada de este año nos lleva al centro de la vida de estos hermanos y hermanas: «¡Venid adoradores! La vida contemplativa, cenáculo eucarístico». Es la adoración a Dios, vivida como un servicio a los hermanos y hermanas del mundo.
Por esto, como ha escrito el Santo Padre, «estos lugares, aparentemente inútiles, son en realidad indispensables, como lo son los «pulmones verdes» de una ciudad: hacen bien a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez ignoran su existencia».