OVIEDO, sábado, 29 de mayo de 2010 (ZENIT.org).-Publicamos la carta que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca.
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Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Sus calles se llenan de tomillo la víspera de la fiesta de Corpus. Toda la ciudad se engalana al paso de Jesús en la Eucaristía, y queda en el aire un rumor que huele a campo cuando el chasquido de los pies al pisar el tomillo suelta su mejor aroma para el Señor. Es Toledo, en donde la Iglesia en España está celebrando un acontecimiento singular: el Congreso Eucarístico Nacional. Allí acudimos cristianos del resto de las diócesis españolas para postrarnos ante Jesús en esa Presencia como Señor resucitado que nos prometió cumplida en el momento de decirnos adiós. Sin duda una paradoja: quien regresa al Padre se queda entre nosotros, marchándose y quedándose a la vez
Este gesto del Señor ha encontrado un precioso eco no sólo en estos congresos eucarísticos, o en festividades litúrgicas, o en la religiosidad popular, sino que también va tomando forma y cuerpo en tantas diócesis lo que llamamos la adoración perpetua del Señor.
Nos recomendaba ardientemente el Papa Benedicto «la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. A este respecto, será de gran ayuda una catequesis adecuada en la que se explique a los fieles la importancia de este acto de culto que permite vivir más profundamente y con mayor fruto la celebración litúrgica. Además, cuando sea posible, sobre todo en los lugares más poblados, será conveniente indicar las iglesias u oratorios que se pueden dedicar a la adoración perpetua. Recomiendo también que en la formación catequética, sobre todo en el ciclo de preparación para la Primera Comunión, se inicie a los niños en el significado y belleza de estar con Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía. Además, quisiera expresar admiración y apoyo a los Institutos de vida consagrada cuyos miembros dedican una parte importante de su tiempo a la adoración eucarística. De este modo ofrecen a todos el ejemplo de personas que se dejan plasmar por la presencia real del Señor. Al mismo tiempo, deseo animar a las asociaciones de fieles, así como a las Cofradías, que tienen esta práctica como un compromiso especial, siendo así fermento de contemplación para toda la Iglesia y llamada a la centralidad de Cristo para la vida de los individuos y de las comunidades» (Sacramentum caritatis, 67).
Efectivamente, si la presencia de Jesús en medio de nosotros es una certeza que ha llenado de consuelo y ha infundido fortaleza a tantas generaciones cristianas, es justo y necesario que esa compañía sea correspondida por un deseo nuestro de salir a su encuentro. Así, en nuestras Diócesis se tomó no hace tanto tiempo una iniciativa muy hermosa: fijar un lugar en donde Jesús Eucaristía pudiese ser adorado de un modo continuo, una Iglesia de adoración perpetua. En Oviedo, en la iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón, y en Huesca, en la iglesia de las Hermanas Clarisas, es ya una realidad. Ojalá que también en Jaca se pueda dar ese paso importante para expresar nuestra respuesta al Señor diciéndole que estamos contentos de su presencia, de su espera incondicional.
Cuando tenemos una iglesia (parroquia, templo no parroquial, convento o monasterio) en la que está expuesto el Señor unas horas, o todo un día, incluso las veinticuatro horas del día, estamos viviendo esa preciosa relación con el Señor correspondiendo al deseo de su compañía: siempre habrá una luz que encender en Él, un llanto que enjugar a su lado, una debilidad que junto a Él sea perdonada y luego fortalecida, un motivo para dar gracias o mil razones para pedir gracia. Venid adoradores, vengamos al encuentro de quien no cesa de esperarnos. Está ahí el Señor.