Medicina y milagros

Un libro ofrece respuestas para los escépticos

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Por el padre John Flynn, L. C.

ROMA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org). – Los católicos están acostumbrados a escuchar hablar de milagros y de personas que son curadas por la intercesión de los santos, pero la cultura materialista de hoy suele mirar esto con escepticismo.

El escritor británico John Cornwell acaba de publicar a finales de mayo un libro sobre el cardenal John Henry Newman, y el Sunday Times le dio hace poco un amplio espacio para expresar sus dudas sobre la validez del milagro que el Vaticano aprobó como base para la beatificación de Newman el próximo septiembre.

En su artículo del 9 de mayo, Cornwell indica que la documentación vaticana del milagro “entra en el reino del lenguaje medieval asombrosamente arcano”. Cornwell pasa luego a plantear dudas sobre la seriedad médica de la curación, no olvidando añadir una buena cantidad de extensas críticas a Benedicto XVI.

Cornwell no está solo a la hora de difamar el uso de las curaciones milagrosas. El pasado diciembre, tras el anuncio en Roma de la aprobación del milagro requerido para la canonización de la hermana australiana Mary MacKillop, un especialista en medicina de Sydney, David Goldstein, expresaba sus dudas. En un artículo publicado el 22 de diciembre en el periódico Australian, decía que es imposible determinar si las mejoras de los pacientes son resultado de las oraciones.

El obispo anglicano de North Sydney, Glenn Davies, también se mostraba crítico, según un reportaje de Australian el 24 de diciembre. “¿Quién puede probar que los milagros referidos han sido de verdad obra de Mary MacKillop?”, preguntaba el obispo Davies.

Afortunadamente Jacalyn Duffin, una doctora que ostenta la Cátedra Hannah de historia de la medicina en la Queen’s University de Ontario, Canadá, publicaba el año pasado un manual para tratar con estas y parecidas objeciones. En su libro Medical Miracles, Doctors, Saints and Healing in the Mondern World (Milagros Médicos: Doctores, Santos y Curación en el Mundo Moderno) (Oxford University Press), examinaba 1.400 milagros citados en canonizaciones desde 1588 hasta 1999.

Su curiosidad por los milagros se disparó cuando se le pidió que examinara unas muestras de tejido que después supo que formaban parte de un proceso de canonización. Al recibir como regalo una copia de la positio, la documentación del milagro, Duffin se dio cuenta de repente que deben existir tales expedientes para cada santo canonizado.

Durante diversas estancias en Roma investigó cientos de estos expedientes. Duffin calculaba que había podido revisar un tercio de todos los milagros depositados en los archivos vaticanos desde que se establecieron las reglas que rigen las canonizaciones en 1588.

Evidencias

La nueva regulación que formaba parte de los cambios de la Contrarreforma requería una recopilación cuidadosa de las evidencias y un examen escrupuloso del material de los expertos médicos y científicos. Paolo Zacchia (1584-1659) jugó un importante papel en la formulación de las directrices, explicaba Duffin.

En sus escritos presentaba una explicación de los diversos tipos de milagros y definía que, para que una curación fuese considerada milagrosa, debería ser de una enfermedad incurable y la recuperación debería ser completa e instantánea. Duffin observaba que los expertos médicos que trabajan para el Vaticano seguían citando a Zacchia hasta bien entrado el siglo XX.

Algunos critican que las curaciones físicas sean la base para declarar santos, pero Duffin comentaba que la necesidad de evidencias creíbles había llevado el proceso de selección hacia las curaciones porque podía haber testigos independientes, incluyendo a los médicos.

A lo largo del tiempo ha habido cambios en algunas modalidades del proceso de canonización, pero considerando los expedientes de los últimos cuatro siglos, Duffin declaraba que le había impresionado la notable estabilidad en el compromiso con la ciencia.

De hecho la Iglesia ha confiado siempre en un escepticismo científico para probar la validez de los milagros. En los expedientes de los milagros que Duffin ha examinado, descubrió que los clérigos disienten fácilmente de la opinión de los científicos. Las autoridades religiosas se abstenían de dar su juicio de actividad sobrenatural hasta que se les convencía de que los expertos estaban preparados para calificar los acontecimientos como inexplicables.

“La religión confía en lo mejor de la sabiduría humana antes de aventurar un juicio de doctrina inspirada”, establecía Duffin.

Un punto que ella añadía a esta relación entre religión y ciencia es que era la religión la que tendía a estar más cómoda y no viceversa.

En los procesos algunos médicos mostraban su disconformidad, como si su cooperación constituyera una traición a su pacto con la idea de la medicina occidental, que rechaza la proposición de que las enfermedades o curaciones son de origen divino.

Duffin observaba que, en el siglo XIX, católicos y protestantes discutieron sobre el tema de si la ausencia de una explicación para una curación significa de verdad que el hecho es un milagro. Ese debate continúa, añadía, como cuando uno de sus colegas le explicaba que, aunque no podamos saber la explicación natural, ésta debe existir.

Duffin objetaba, sin embargo, que tal actitud no afronta de verdad la cuestión más crucial cuando se trata de milagros médicos. La actitud positivista, que rechaza aceptar los milagros, adopta la postura de que si hay algo maravilloso debemos rechazarlo como una ilusión o una mentira, porque sólo existe el mundo natural. Tal confianza en la explicación natural es, de hecho, una creencia que se enmascara como hecho, sostenía Duffin. En otras palabras, afirmar que un milagro simplemente no puede ocurrir no es más racional y no menos acto de fe que la afirmación de que los milagros pueden suceder.

La diferencia entre las posturas religiosa y positivista reside en la interpretación de las evidencias, comentaba Duffin. El canon médico está inmerso en una tradición antideísta, mientras que para la religión deben agotarse todas las explicaciones científicas plausibles, tras lo cual se está preparado para declarar un milagro.

En ambas posturas se abandona lo que es desconocido, pero los observadores religiosos están preparados para aceptar la actuación divina.

Conocimiento médico

Aunque algunos pueden rechazar que se admita la posibilidad de intervención divina, la Iglesia católica es ciertamente cuidadosa al utilizar todos los recursos de la medicina para eliminar cualquier explicación natural de las curaciones. En uno de los capítulos del libro Duffin examinaba la utilización del conocimiento médico en el proceso de canonización.

Para empezar, el Vaticano no reconoce milagros curativos en personas que han rechazado la medicina ortodoxa para confiar solamente en la fe. La intervención de los médicos proporciona una evidencia médica que evitar cualquier posible manipulación del caso en cuestión.

En sus estudios de los archivos, Duffin encontró que el predominio de testimonios de los doctores aumenta con el tiempo. Los archivos que revisó mostraban que en el siglo XVII se nombraba una media de un doctor en cada expediente, pero sólo una pequeña proporción de ellos aportaba testimonio personalmente. Después de 1700, sin embargo, casi un tercio o más de los médicos mencionados en un expediente proporcionaban en persona su testimonio.

En la segunda mitad del siglo XVII, las evidencias de los médicos que trataban al paciente se complementó con observadores médicos independientes. En ocasiones el número de médicos expertos consultados aumentó hasta igualar o incluso sobrepasar a los médicos que asistían al paciente.

Duffin también precisaba que la
Iglesia no confiaba en exclusiva en médicos católicos. Las investigaciones examinaban la fe de todos los testigos, incluidos los médicos. Antes del siglo XX, la mayoría de los milagros procedían de países europeos donde la mayoría de los médicos eran católicos. Muchos, no obstante, admitían que no practicaban de manera regular su fe, y un par de ellos incluso había sido excomulgado. Aún así, ninguno fue descalificado como testigo.

En tiempos más recientes han testificado médicos que pertenecían a otras religiones, o que abiertamente no profesaban religión alguna.

Finalmente sólo se declara un milagro cuando los médicos están dispuestos a admitir su propia ignorancia sobre cómo una persona se ha recuperado, tras fallar la mejor medicina científica. Algo difícil de admitir por la mentalidad contemporánea, orgullosa por su conocimiento y ciencia modernos.

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ZENIT Staff

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