CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 19 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Benedicto XVI visitó este sábado la Biblioteca Apostólica Vaticana, abierta nuevamente al público después de tres años de restauración, para destacar la importancia de este “lugar eminente de la memoria histórica de la Iglesia universal”, al que el cardenal Jospeph Ratzinger quería dedicarse al retirarse como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Durante una hora, el Papa pudo pasear por esta biblioteca de la Santa Sede, conocida como “apostólica”, porque desde su fundación (es una de las más antiguas del mundo) se considera la “Biblioteca del Papa”, ya que le pertenece directamente.
En este lugar, que entre otros miles de volúmenes custodia el Codex Vaticanus, el más antiguo manuscrito completo de la Biblia, el pontífice elevó esta oración: “Eres grande, Señor, Dios nuestro. Escucha nuestra oración y bendice a quienes vienen esta Biblioteca Apostólica para cultivar las ciencias y las artes. Haz que estos honestos investigadores de la verdad, iluminados por la sabiduría de tu Verbo, dirijan sus esfuerzos a la edificación de un mundo más humano”.
El Papa fue recibido a las 11 de la mañana por el cardenal Raffaele Farina, archivista y bibliotecario de la Santa Romana Iglesia, y después pudo saludar personalmente a los empleados, quienes le permitieron admirar incunables, monedas antiquísimas, papiros,…
El español Manuel Capa entregó al pontífice el original 1/500 de una colección de doce grabados aguafuertes, que realizaron doce de los más grandes artistas del mundo en 1995, en honor de Juan Pablo II, entre quienes se encuentran Oswaldo Guayasamín (Ecuador), Eduardo Chillida (España), Denis Long (Estados Unidos), Monir Islam (Bangladesh), y que ahora serán custodiados en la Biblioteca Apostólica Vaticana.
El 9 de noviembre de 2010 Benedicto XVI había enviado una carta al cardenal Farina, con motivo de la reapertura de la Biblioteca, en la que afirma que se trata “del lugar en el que se recogen y se conservan las palabras humanas más elevadas, espejo y reflejo de la Palabra, del Verbo que ilumina a todo hombre”. Por eso la define como “lugar eminente de la memoria histórica de la Iglesia universal”.