OVIEDO, viernes, 18 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, séptimo del tiempo ordinario (Mateo 5,38-48), 13 de febrero, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.
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Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos domingos. Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aquellos primeros oyentes de estas palabras del Maestro. Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus subterfugios para dar salida a su «honrilla». No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre «ojo por ojo y diente por diente», de la vieja ley del Talión. Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder. Luego vendrá nuestro dicho: «yo perdono pero no olvido», que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.
Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, confundid a los que os piden algo. Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapadamente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos… medidos y pesados en la balanza de su talión particular. No se trataba de un oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.
Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer. El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones… éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo. Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemnidad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos románticos. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes… Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47): el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.