Por Paul De Maeyer
ROMA, lunes 21 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El pasado jueves 17 de febrero, Benedicto XVI recibió en audiencia al presidente de la Federación Rusa, Dimitri Medvedev. «Bienvenido, presidente, este encuentro nuestro es muy importante”, dijo el Papa saludando al Jefe de Estado ruso. Palabras que pusieron de relieve el significado de la visita, la primera de Medvedev tras la instauración de las plenas relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Rusia.
La tradicional nota difundida por la Sala Stampa vaticana tras la visita usó tonos positivos para describir el segundo encuentro entre el Papa Ratzinger y Medvedev (el primero tuvo lugar el 3 de diciembre de 2009). «En el transcurso de los cordiales coloquios – dice el breve texto – se mostraron complacidos por las buenas relaciones bilaterales y se ha subrayado la voluntad de reforzarlas, incluso seguidamente con el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas”. «Se reconoció – continua – la amplia colaboración entre la Santa Sede y la Federación Rusa tanto en la promoción de los valores específicos humanos y cristianos, como en el ámbito cultural y social. Sucesivamente se subrayó la contribución positiva que el diálogo interreligioso puede ofrecer a la sociedad» (Vatican Information Service, 17 de febrero).
El comunicado reflexiona sobre el extraordinario proceso de acercamiento entre el país más grande del mundo, por extensión geográfica y el más pequeño, que comenzó el 1 de diciembre de 1989, con la histórica visita a Juan Pablo II del entonces (y último), secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mikhail Gorbachov, el hombre de la “perestroika” y del “glasnot”. Este camino de acercamiento culminó con el intercambio de embajadores del pasado verano.
Pero mientras que han transcurrido más de veinte años desde el primer encuentro de un jefe de Estado ruso y un Pontífice romano, el encuentro del jefe de la Iglesia Católica y el de la Iglesia ortodoxa de Rusia se hace esperar. En efecto, bajo el mandato del precedente patriarca de Moscú y de Todas las Rusias, Alejo II, las relaciones entre Roma y Moscú eran gélidas. El gran sueño del Papa Juan Pablo II de poderse reunir con Alejo II -si era necesario en un terreno “neutral”- nunca se hizo realidad a causa del “niet” del patriarca.
Alejo II, natural de Tallin, Estonia, desconfiaba del primer Pontífice eslavo de la historia y era extremadamente crítico respecto al “proselitismo católico” en las tierras de la Unión Soviética (URSS), a cuya disolución el Papa Wojtyla contribuyó a su manera. En una entrevista publicada en septiembre de 2002 en el semanario Familia Cristiana, Alejo II declaró que la decisión de la Santa Sede de transformar en diócesis las administraciones apostólicas era “una decisión desafortunada” y “sólo un aspecto más de las manifestaciones de la amplia estrategia expansionista de la Iglesia de Roma”. “La parte católica habla siempre de la presencia en Rusia de una enorme cantidad de ‘no creyentes’ que constituirían un especie de terreno propicio para la misión, una masa que está en perenne espera de la llegada de los ‘trabajadores’ católicos, sembradores y cosechadores. Es una idea inaceptable para la Iglesia ortodoxa”, afirmó el patriarca.
Otra espina en el costado del patriarca de Moscú fueron los acontecimientos en Ucrania, donde la caída de la URSS había permitido el renacimiento de la Iglesia greco-católica. Lo que desató las furias en el mundo de la ortodoxia era el plan de elevar al rango de patriarcado a la Iglesia greco-católica de Ucrania. En noviembre de 2003, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, mandó directamente una carta a Juan Pablo II para expresar su oposición e irritación ante esto.
El primer cambio positivo se verificó con la elección al trono petrino de Benedicto XVI, bajo cuyo pontificado no se ha vuelto a hablar del “nuevo” patriarcado. En una entrevista publicada a finales de abril de 2005 en el diario moscovita Kommersant, Alejo II alabó al Pontífice alemán por su “potente intelecto”. “todo el mundo cristiano-dijo-incluido el ortodoxo, lo respeta. Sin duda existen divergencias teológicas. Pero en lo que respecta a la visión de la sociedad moderna sobre la secularización y sobre el relativismo moral, sobre la peligrosa erosión de la doctrina cristiana y sobre muchos otros problemas contemporáneos nuestros puntos de vista son muy cercanos” (ANSA, 27 de abril de 2005).
Tras la muerte de Alejo II en diciembre de 2008, un segundo punto de inflexión fue la elección del metropolita de Smolensko y Kaliningrado, Kiril, como patriarca de Moscú. En su calidad de presidente del Departamento para las Relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, se reunió con Benedicto XVI en el Vaticano tres veces en tres años. La última vez fue en diciembre de 2007 con ocasión se la fiesta patronal de la parroquia ortodoxa de santa Catalina de Alejandría en Roma.
Entrevistado por L’Osservatore Romano, Kiril definió, tras el encuentro, el estado de las relaciones entre el patriarcado de Moscú y la Iglesia católica como “muy positivo”. “En nuestra agenda hay muchos temas importantes, pienso en la promoción de valores fundamentales para la vida de la persona, que preocupan hoy a la humanidad entera y no sólo a Rusia”, contó (8 diciembre de 2007). “Tenemos necesidad el uno del otro. No debemos olvidar que Jesucristo pidió la unidad de sus discípulos. Somos una única familia. Compartimos, de hecho, los mismos valores”, añadió el entonces número dos del patriarcado de Moscú.
Se trata de palabras muy significativas. Así como el Kremlin reconoció en la Iglesia ortodoxa un socio para relanzar a la Rusia post-soviética, en fenómenos como el descenso de nacimientos y el flagelo del alcoholismo, ilustran como a su ve el patriarcado de Moscú ve en la Iglesia católica un aliado en la batalla contra la crisis de valores y para anunciar los contenidos del mensaje cristiano en un mundo dominado por un laicismo agresivo de firma liberal.
Kiril confirmó la gran sintonía con Benedicto XVI en el informe que presentó el pasado 2 de febrero de 2010 a sus obispos con ocasión del primer aniversario de su entronización. Respecto a las distintas cuestiones en las que están en comunión ortodoxos y católicos, “Benedicto ha tomado posiciones muy cercanas a las ortodoxas”, dijo Kiril. “Esto es demostrado por los discursos, mensajes así como por las opiniones de altos representantes de la Iglesia católica romana con los que tenemos contactos”, añadió (L’Osservatore Romano, 4 de febrero de 2010).
Los tiempos parecen, por tanto, más que propicios para un encuentro o cumbre entre Benedicto XVI y Kiril I, aunque esto no quiere decir que sucederá pronto. “Quizás en el arco de dos años”, dijo en días pasados a ZENIT, el director y fundador de la publicación mensual Inside the Vatican, Robert Moynihan. “hay muchas fuerzas que se oponen a está alianza que se está desarrollando”, observó (17 de febrero).
El primero en templar el entusiasmo fue el actual número dos del Departamento para las Relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, el arcipreste Nikolai Balashov. Hablando con la agencia Interfax, Balashov declaró que “la Iglesia ortodoxa rusa y la Iglesia católica romana mantienen un régimen de constante comunicación y consulta a distintos niveles. Y si, según la opinión de ambas partes, llega el momento para una reunión entre los jefes de ambas Iglesias, lo comunicaremos a la comunidad internacional”, dijo el exponente ortodoxo (17 de febrero). Para Balashov, el contexto de las relaciones entre las dos Iglesias no está vinculado a la reunión del pasado jueves.
Por Paul de Maeyer. Traducción del italiano por Carmen Álvarez