CIUDAD DEL VATICANO, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- “El primer y fundamental anuncio que la Iglesia está encargada de llevara al mundo y que el mundo espera de la Iglesia es el del amor de Dios”, dijo hoy el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ante Benedicto XVI y la Curia Romana.
El predicador del Papa dedicó su segunda meditación cuaresmal a hablar de Dios amor en la creación, en la Escritura, en la encarnación de Cristo y en su muerte y resurrección.
“Los hombres necesitan saber que Dios les ama, y nadie mejor que los discípulos de Cristo es capaz de llevarles esta buena noticia”.
“Otros, en el mundo, comparten con los cristianos el temor de Dios, la preocupación por la justicia social y el respeto del hombre, por la paz y la tolerancia; pero nadie – digo nadie – entre los filósofos ni entre las religiones, dice al hombre que Dios le ama, lo ama primero, y lo ama con amor de misericordia y de deseo: con eros y agape”, añadió.
La tarea del hombre, en respuesta a este amor, no es tanto amar a Dios, sino antes y primeramente, creer en el amor de Dios.
“Parecería una fe fácil y agradable; en cambio, es quizás lo más difícil que hay también para nosotros, criaturas humanas”, subrayó el padre Cantalamessa. “Si nos lo creyésemos, en seguida la vida, nosotros mismos, las cosas, los acontecimientos, el mismo dolor, todo se transfiguraría ante nuestros ojos”.
El mundo, afirmó, “ha hecho cada vez más difícil creer en el amor. Quien ha sido traicionado o herido una vez, tiene miedo de amar y de ser amado, porque sabe cuánto duele sentirse engañado. Así, se va engrosando cada vez más la multitud de los que no consiguen creer en el amor de Dios; es más, en ningún amor”.
“El desencanto y el cinismo es la marca de nuestra cultura secularizada. En el plano personal está también la experiencia de nuestra pobreza y miseria que nos hace decir: Sí, este amor de Dios es hermoso, pero no es para mí. Yo no soy digno…”.
El sacerdote invitó a los presentes a mirar la propia vida, “a sacar a la luz los miedos que se esconden allí, el dolor, las amenazas,los complejos, ese defecto físico o moral, ese recuerdo penoso que nos humilla, y a exponerlo todo a la luz del pensamiento de que Dios me ama”.
“Todo puede ser cuestionado, todas las seguridades pueden llegar a faltarnos, pero nunca esta: que Dios nos ama y que es más fuerte que todo”, añadió.
Los rasgos del Dios-amor
El padre Cantalamessa subrayó los rasgos del amor divino contenidos en la revelación cristiana, y que la distinguen absolutamente de las demás religiones y filosofías existentes.
El primero es la singularidad del hecho de que Dios es el que ama primero al hombre, y no a la inversa: el amor de Dios es el amor de Dios hacia el hombre, mucho más que el deber del hombre de amar a Dios.
“Lo más importante no es saber si Dios existe, sino si es amor. Si, por hipótesis, él existiese pero no fuese amor, habría que temer más que alegrarse de su existencia, como de hecho ha sucedido en diversos pueblos y civilizaciones. La fe cristiana nos reafirma precisamente en esto: ¡Dios existe y es amor!”
El segundo es que Dios creó al hombre por amor. “¡Qué lejos está – afirmó el padre Cantalamessa – la visión cristiana del origen del universo de la del cientificismo ateo! Uno de los sufrimientos más profundos para un joven o una chica es descubrir un día que está en el mundo por casualidad, no querido, no esperado, incluso por un error de sus padres. Un cierto cientificismo ateo parece empeñado en infligir este tipo de sufrimiento a la humanidad entera”.
El tercero es que Dios ama como padre y como madre, a diferencia de la concepción pagana de Dios, que reflejaba un “amor sin debilidad”, viril, mientras que la Biblia muestra el amor maternal de Dios, “hecho de acogida y de ternura”.
El cuarto es que el amor divino es también esponsal, “un amor de deseo y de elección. ¡Si es verdad, por ello, que el hombre desea a Dios, es verdad, misteriosamente, también lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, quiere y estima su amor”.