El Atrio de los Gentiles, de Jerusalén a París

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Por Giovanni Maria Vian

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CIUDAD DEL VATICANO , sábado, 2 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de «L’Osservatore Romano» con motivo de la sesión solemne del Atrio de los Gentiles, iniciativa de diálogo entre creyentes y no creyentes, celebrada el 24 y 25 de marzo en París.

 

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La intuición de Benedicto XVI de crear un nuevo espacio donde laicos y no creyentes puedan ser acogidos con amistad para compartir con quien cree la búsqueda del único Dios está tomando forma. En la visión papal esta propuesta se representa con la imagen del «patio de los gentiles» en el Templo de Jerusalén -donde precisamente eran admitidos los paganos atraídos por la religiosidad judía- y ha sido adoptada con original creatividad por el organismo curial que se ocupa del mundo de la cultura.

Cargada de símbolos ha sido así la elección de París -la «Ciudad de las luces» emblema de la modernidad contradictoria y dramática nacida de los ideales y de los errores de la revolución francesa- para el exordio de esta iniciativa, que sin duda es una de las más importantes tomadas por un Papa tan amable como valiente, hombre de fe y teólogo profundo, habituado desde joven a la confrontación, sobre todo en el mundo universitario, con quienes están fuera de los confines visibles de la Iglesia.

Así pues, Benedicto XVI, acostumbrado a expresarse con palabras comprensibles para todos, ha querido estar presente en París con un mensaje a los jóvenes reunidos ante Notre-Dame, en un espacio abierto hoy como hace veinte siglos era accesible a los paganos el patio externo del Templo jerosolimitano. Los no judíos, sin embargo, quedaban excluidos del gran santuario de un judaísmo que se caracterizaba cada vez más por aspiraciones universalistas.

Todo cambió con la venida de Cristo, la luz vista por san Juan que ilumina a todo ser humano y ha derribado «el muro de separación» entre judíos y gentiles, y por tanto toda división, incluida la división entre creyentes y no creyentes. Y para que no fuera difícil el acceso de los paganos al espacio reservado para ellos en el santuario de Jerusalén, Jesús expulsó a quienes se aprovechaban de ese lugar para el lucro. Por ello Benedicto XVI se hace entender de muchos modos. Como lo han demostrado, de forma diversa pero con extraordinaria eficacia, sus últimos dos libros.

Y eficaces para creyentes y no creyentes resonaron sus palabras en París, dirigidas a los jóvenes, pero más en general a las mujeres y a los hombres de hoy. El Papa ha renovado así la invitación que en la sucesión de los siglos y hasta el fin de los tiempos la Iglesia de Cristo no se ha cansado y no se cansará de hacer: no tener miedo de abrir los corazones y las sociedades a Dios. Sin temor a asumir las palabras -libertad, igualdad, fraternidad- que resumieron los ideales revolucionarios, tantas veces luego empuñadas con aspereza en contra de la Iglesia y del cristianismo, y que sin embargo nacieron del cristianismo.

Son comunes muchísimas aspiraciones de creyentes y no creyentes para construir «un mundo nuevo y más libre, más justo y más solidario, más pacífico y más feliz». Por lo tanto -dice Benedicto XVI- entre quien cree y quien no cree debe caer, con el reconocimiento recíproco, toda desconfianza: Dios no es un peligro para la sociedad y la vida humana y tampoco lo es naturalmente la razón, con tal de que no se someta a los intereses y a la utilidad, como ocurre con frecuencia. Por eso el Papa invitó a los jóvenes parisinos, reunidos ante Notre-Dame, sin distinguir entre creyentes y no creyentes, a no detenerse en el patio de los gentiles y entrar, en cambio, en la catedral, donde como incienso se elevaba la oración vespertina.

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ZENIT Staff

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