CIUDAD DEL VATICANO, martes 19 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Es agustina del monasterio romano de los Cuatro Santos Coronados. Es la tercera mujer a la que los pontífices encomiendan la tarea de preparar las meditaciones del vía crucis del Viernes Santo en el Coliseo. En esta entrevista concedida a «L’Osservatore Romano», sor Rita Piccione explica sus temores, expectativas y esperanzas en el cumplimiento de tan delicado encargo.
–La benedictina Anna Maria Canopi,en 1993, y la hermana Minke de Vries, de la comunidad protestante de Grandchamp (Suiza), en 1995. Ahora usted. ¿Qué piensa que impulsó al Papa a encomendar a una religiosa de clausura las meditaciones de este año? </p>
–No me lo he preguntado demasiado. Por lo demás, el Papa en este último período ha dedicado muchas de sus catequesis a las grandes figuras femeninas de la historia de la Iglesia. Más que «por qué» me he preguntado «por quién». Y aceptéporque comprendí que lo haría por Benedicto XVI y por toda la Iglesiay, por tanto, por el Señor. Por amor al Señor.
–¿Cómo acogió la decisión de Benedicto XVI y cómo ha trabajado para preparar los textos?
–Me la comunicó el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado. Es inútil hablar de la gran sorpresa, de la incredulidad y, además, del temorque me asaltaron. No lograba convencerme de que esto me estuvierasucediendo precisamente a mí, una persona sencilla, sin título especial,aparte de un doble gran amor: Dios y su Iglesia. Confieso que no conseguí decir inmediatamente que sí, delo confusa que estaba. Fue la exhortación del cardenal a abandonarme con confianza en el proyecto divino y en la gracia lo que venció mi resistencia. Me confié totalmente al Espíritu. Y fue justamente este abandono en el Espíritu lo que decidió «cómo» trabajar para preparar los textos: orando. Simplemente me puse en el camino del vía crucis orando, escuchando la Palabra y dejando que el Espíritu condujera corazón y mente por sus sendas. Trabajé bajo la mirada de Cristo crucificado, de María santísima ybajo la mirada profunda ytransparente del Papa, de quien tengo una foto en elcentro de mi escritorio. Varias veces, mirando esa fotografía, repetí: «Por ti». También me ha acompañado, por así decirlo, la mirada de un gran búho de madera que me regalaron este verano las hermanas del monasterio filipino fundado por la Federación en 1993. Esta ave nocturna, de ojos grandes y luminosos para escrutar la noche, me invitaba continuamente a buscar el rostro mismo de Dios, porque sólo con los ojos de Dios la noche se puede convertir en luz. Y el vía crucis, ¿no es acaso un tramo de noche?
–¿Cuáles son los temas principales de las meditaciones?
–No me siento cómoda para describir o analizar una oración: la oración se ora. Se vive en el contexto de lugar y tiempo que le es proprio; describirla me parece casi hacerle violencia. Pero puedo decir esto: el tema de fondo es la mirada fija en Jesús, en su humanidad, en las huellas que nos ha dejado al recorrer el vía crucis para que nos den una indicación cuando en nuestra vida también nosotros seamos llamados a esta cita.
–En general los textos del vía crucis recuerdan los dramas y las tragedias que vive la humanidad de nuestro tiempo a la luz del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. El hecho de que usted sea una contemplativa, ¿cambiará este año la clave de lectura de las meditaciones?
–No soy la persona más adecuada para indicar qué es lo específico de esta oración compuesta por una monja. Tal vez lo dirán quienes escuchen las meditaciones. Al respecto sólo deseo recordar una intervención que hizo don Giuseppe Dossetti con ocasión de la concesión del Arc h i g i n n a s i o d ‘ o ro por parte de la ciudad de Bolonia. Cuando leí la intervención del monje de Monteveglio era joven, tenía una gran inquietud interior y aún no pensaba de forma clara y decidida en la consagración. Don Giuseppe comparaba el monasterio con un «microcosmos, con un laboratorio donde se pueden realizar a escala reducida experimentos transferibles a escalas cada vez más amplias. Es en este laboratorio donde se demuestra la solidaridad del monje con los problemas más universales y más agobiantes de toda edad». Me marcó profundamente la verdad de esta afirmación. En absoluto fuga del mundo o de la Iglesia. En cambio, creo que se puede reducir ulteriormente la escala del mundo y llevarla al nivel del corazón. Entonces la clave de lectura se encuentra ahí, en el corazón del hombre.
–¿De qué modo la figura de san Agustín, tan querida para Benedicto XVI, estará presente en los textos que ha preparado?
–La presencia de Agustín, antes que en los textos, habita en la actitud interior que me ha guiado en esta experiencia a partir del «sí» de la aceptación. Me refiero a la carta que Agustín escribió a Eudosio, abad del monasterio de Cabrera, que he releído precisamente para vivir este servicio como agustina. He recibido la exhortación de Agustín como dirigida expresamente a mí: «Si la Iglesia pide vuestros favores, no los asumáis por afán de subir alto ni los rechacéis impulsados por la molicie, sino obedeced con docilidad de corazón a Dios sometiéndoos con mansedumbre a Aquel que os dirige, que guía a los mansos en la justicia e instruye a los dóciles en sus caminos». Además, la presencia de Agustín -este «buen compañero de viaje», como lo definió el Papa en la audiencia del 25 de agosto del año pasado- se respira en la mirada dirigida a la humanidad de nuestro Salvador, a su humildad; se respira en la llamada, más o menos constante, de la verdad y en algunas breves expresiones del obispo de Hipona que asoman en el texto aquí y allá. Igualmente el tema de la verdad es un punto de encuentro, de sintonía, entre el Papa y Agustín: la búsqueda sincera de la verdad llevó a Agustín a Dios; el servicio a la verdad siempre ha sido el alma del ministerio de Joseph Ratzinger.
–¿Cómo ha influido en las meditaciones su visión de mujer al servicio de la Iglesia?
–Más que tener una visión de mujer, soy una mujer; soy una mujer feliz de ser mujer; y creo que esto es lo que impregna el estilo de las meditaciones. El ser que se expresa en el hacer. El ser que contagia el sentir y el ver; la identidad que se refleja en la sensibilidad. Es muy bello y significativo que -más allá de mi persona- se haya elegido no sólo a una mujer, sino a una monja para la oración eclesial del vía crucis . Es bello y significativo que la Iglesia haya pedido este servicio a quien encarna en sí su dimensión contemplativa. Es la Iglesia la que se dirige a su corazón, escondido, pero siempre presente y palpitante.
–¿Cuál es el mensaje que hoy puede lanzar la vida contemplativa a un mundo secularizado?
–La contribución
de la vida contemplativa al mundo de hoy y de siempre es la gratuidad, el sentido de la gratuidad. La belleza y la alegría de la gratuidad. La gratuidad no se compra: tal vez el mundo secularizado ha perdido este bien, perdiendo en consecuencia la fuente de la alegría genuina. La gratuidad del amor es el mensaje mismo de Jesús en la cruz: «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores». El amor no se merece: es don. Y cuando nos dejamos alcanzar, tocar por este amor, no se puede más que amar. Dios, amándonos, nos hace amantes. Pero existe también otro mensaje que la vida contemplativa ofrece al mundo con su mera existencia. La vida de los monjes y las monjas, tan sencilla, aparentemente insignificante, es memoria viva de aquello que es esencial para el hombre: el amor del Padre que se nos da en Jesús a través del Espíritu. Se puede vivir sin otras cosas, pero no sin este amor que es precisamente la condición necesaria y suficiente para vivir y gustar la vida. Nunca se está solo. La gran dificultad es sólo dejarse amar por el Padre. Hay una gran oración que mueve mi corazón respecto al próximo vía crucis y todo futuro vía crucis del Viernes Santo: que sea una cita para cada hombre, creyente o no. Cita de oración ante Dios y de reflexión ante nuestra humanidad que resplandece en Jesús; una cita sobre todo ante el Crucificado, cuya imagen no puede sino entregar al corazón de cada hombre, con independencia de su fe, la palabra que cada corazón humano necesita: la del amor gratuito. Cuando permitimos que esta palabra nos alcance, podemos comprender lo que, por experiencia, comprendió Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Por Nicola Gori