CRACOVIA, viernes 29 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Son 37 los lugares designados por el ayuntamiento de Cracovia como pertenecientes al recorrido “Recorriendo los senderos de Juan Pablo II”, que conducen al peregrino y al visitante a la presencia de Wojtyla en la ciudad como “estudiante de filología polaca, obrero, actor, poeta seminarista, joven sacerdote, profesor universitario, obispo, metropolita, cardenal y cabeza de la Iglesia católica”.
La imagen de Juan Pablo II se puede encontrar por todas las partes de la ciudad. En las camisetas, en los souvenires religiosos y hasta en las cajas de cerillas que se venden en los puestos de las calles.
En el palacio arzobispal se destaca la ventana por la que se asomaba a saludar a los fieles: delante en el otro lado de la calle Franciszkańska, una alfombra de luces coloradas señala la espera de los polacos por una beatyfikacja de la que no han dudado nunca. Sonríe desde el altar monumental de la basílica Mariacka – en la plaza central de la ciudad -, donde desde el 1952 al 1957 Wojtyla desarrolló el oficio de padre espiritual.
“Existía quien – escribe en sus memorias Wanda Póltawska tras el primer encuentro con él en esta iglesia, evento del que surgirá una amistad espiritual que duró toda la vida – que las funciones sacerdotales las llevaba a cabo como está escrito en el Evangelio: estaba dispuesto a acompañar no sólo cinco pasos, sino los que fuesen necesarios, y que no le era indiferente lo que le sucedía al penitente, al alma que se le confiaba a él.
En San Florián, la parroquia donde Wojtyla a partir de 1949 fue vicario y comenzó a “inventar” la pastoral juvenil que le llevó en sus años como pontífice a crear la Jornada Mundial de la Juventud, su imagen se coloca bajo la del soldado romano santo, martirizado por la fe cristiana. Después de la veneración del Santísimo Sacramento, muchos se detienen a rezar ante la sonrisa joven y la mirada que bendice del Papa tras el cual se asoma la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa.
En la cripta de la catedral de San Estanilao, en el interior del castillo de Wawel, Wojtyla celebró su primera misa el 2 de noviembre de 1946. A menudo iba a rezar allí durante su etapa de obispo, y volvió como pontífice, en señal de agradecimiento, con ocasión de sus 50 años como sacerdote. En este lugar están enterrados los héroes de la historia nacional polaca, desde el rey Sobieski que derrotó a los otomanos ante los muros de Viena en 1683 al mariscal Pilsudski que en 1918 se convirtió en el presidente de la nueva República de Polonia después de dos siglos en los que el país había desaparecido del mapa cartográfico europeo, también el presidente Lech Kaczynski, muerto en el accidente aéreo de Smolensk, que el año pasado diezmó el gobierno polaco.
“El obispo Wojtyla – cuenta monseñor Zdzislaw Sochacki, párroco de la catedral – decía a menudo que no se podía entrar en esta cripta sin sentir conmoción, porque se trataba de un sitio extraordinario para la historia de Polonia y de todos los polacos”. “Juan Pablo II -prosigue Sochacki – se identificaba con la historia de su patria, él se sentía parte de esta historia y muchas veces afirmó que estaba presente con el pensamiento en este lugar”. Un sentimiento de unidad nacional que no estaba separada de la identidad cristiana.
“Su ministerio de pastor en Cracovia – afirma Sochacki – tuvo como característica principal el servicio a la unidad, el ser pastor para todos”. También su pontificado “sirvió a la unidad, a cimentar la identidad nacional”. No por nada “su enseñanza cuando venía a Polonia era construir juntos la unidad”. Su beatificación, desde esta perspectiva, “será de nuevo un estímulo para releer su historia y su incesante trabajo por la unidad de la nación polaca teniendo como fin el bien común”. La expectativa de la gente se concretiza, según Sochacki, “en el redescubrimiento del valor del Evangelio en la vida de cada uno y para volver al decálogo que Juan Pablo II repetía a menudo en sus viajes a Polonia, que es necesario para restablecer un orden moral en la sociedad”.
El mismo orden moral, para la defensa de la paz y de los humildes, “por el que dio la vida el obispo santo Estanislao, en torno a cuyo féretro en la catedral, Wojtyla reunía a la gente para rezar, como si fuera un altar de la patria”. Junto al altar se colocó un cirio ofrecido por Juan Pablo II en una peregrinación, encima de un pedestal regalado los obispos alemanes “otro signo de reconciliación de la historia nacional querido por Wojtyla”.
“Antes de que me vaya de aquí -dijo Juan Pablo II al final de su viaje a Cracovia en 1979 – os pido que queráis todavía acoger con amor, con esperanza y fe, este inmenso patrimonio espiritual con nombre ‘Polonia’ (…). En la esperanza de que no dejéis nunca de creer, que no os abatáis ni desaniméis, en la esperanza de que no cortéis las raíces de las que crecemos”.
Pronto en la catedral de Wavel habrá una capilla dedicada al futuro beato: “a través de su intercesión – concluye Sochacki – los polacos sabrán no perder nunca el sentido de su unidad nacional”.
Por Chiara Santomiero. Traducción del italiano por Carmen Álvarez