NUEVA YORK, miércoles 15 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos la intervención pronunciada el pasado viernes 10 de junio por Jane Adolphe, profesora asociada de Derecho de la Ave Maria School of Law y miembro de la Delegación de la Santa Sede en la ONU, en el último día de la reunión de alto nivel sobre HIV/Sida. Adolphe habló en nombre de monseñor Francis Chullikatt, observador permanente de la Santa Sede en la ONU.

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Señor Presidente,

Al reunirnos aquí hoy en este encuentro de alto nivel de dignatarios de todo el mundo, lo hacemos reconociendo que estamos al lado, como una familia, con quienes viven con el HIV y el Sida, y recordamos en nuestros pensamientos y oraciones a todos aquellos a quienes esta enfermedad se ha llevado de este mundo. Las políticas, los programas y las declaraciones políticas no tienen sentido si no reconocemos la dimensión humana de esta enfermedad en los hombres, mujeres y niños que viven con el HIV/Sida. Por supuesto, toda política, programa o declaración política de esta noble organización tiene poco sentido si no son implementadas por las acciones virtuosas que ayuden a todos esos necesitados.

Tras treinta años de la enfermedad HIV/Sida, la comunidad internacional sigue buscando respuestas y soluciones para detener la propagación del HIV y para proporcionar tratamiento, cuidado y apoyo a las cerca de 33 millones de personas que viven con el HIV/Sida. Desde el principio, organizaciones católicas, congregaciones religiosas y asociaciones laicales han estado en primera línea en proporcionar prevención, cuidado y apoyo a millones en todo el mundo, y al mismo tiempo, en promover la necesidad de una respuesta, basada en los valores, a esta enfermedad. A través de sus aproximadamente 117.000 centros de salud de todo el mundo, la Iglesia católica, por sí sola, proporciona alrededor del 25% de todas las atenciones a quienes viven con el HIV/Sida, especialmente a niños. Estas instituciones afiliadas con la Iglesia están en primera línea en proporcionar una respuesta que vea a las personas no como estadísticas, sino más bien en su dignidad y valor como hermanos, hermanas y vecinos de la misma familia humana.

Mi delegación sigue estando comprometida en lograr el objetivo de detener y minorar la extensión del HIV promoviendo el único medio universalmente efectivo, seguro y asequible para detener la propagación de este mal: abstinencia antes del matrimonio y fidelidad mutua durante el matrimonio, evitando correr riesgos y conductas irresponsables y promoviendo el acceso universal a los medicamentos que previenen el contagio del HIV de madre a hijo. De hecho, hay un reconocimiento cada vez mayor de que los programas basados en la abstinencia y la fidelidad en lugares de África han tenido éxito en reducir él contagio del HIV, en los que la transmisión había tenido lugar durante mucho tiempo entre la población general. Con todo, a pesar de este reconocimiento, algunos siguen negando estos resultados y en cambio están mayormente guiados por la ideología y el propio interés económico que ha crecido como resultado de la enfermedad del HIV.

Combatir la expansión del HIV no requiere medicamentos y productos caros, que buscan disminuir las consecuencias de una conducta peligrosa e irresponsable, sino que requiere más bien una respuesta basada en valores que reconozca la necesidad de promover la dignidad inherente de la persona humana, y por tanto, una conducta sexual responsable y el reconocimiento de la responsabilidad de cada uno y de la propia comunidad. Prevenir el contagio del HIV requiere no sólo identificar a esas personas que corren el riesgo de infectarse, sino también identificar las formas y los medios para ayudar a las personas en evitar toda actividad que les ponga en riesgo de contraer la infección. La mejor cura es la prevención que despierta la conciencia de las personas que podrían ser arrastradas a prácticas peligrosas que les amenazan a ellos y a quienes viven con ellos o con quienes se encuentran.

Señor Presidente.

Nuevos estudios han demostrado que el acceso a medicamentos anti-retrovirales proporcionan no sólo un medio para tratar la enfermedad, sino también para reducir los riesgos de contagio. Sin embargo, el acceso a la terapia anti-retroviral sigue estando fuera del alcance de muchos de los más pobres y vulnerables. En países de ingresos bajos o medios, aproximadamente 15 millones de personas viven con el HIV, pero sólo 5,2 millones tienen acceso al tratamiento para salvar su vida que necesitan. Además, a estas mismas poblaciones sigue faltando el acceso a tecnologías de diagnóstico y equipos de test que les permitan medios más efectivos y seguros de atender a quienes padecen HIV/Sida.

Con estimaciones que muestran que los fondos para combatir del HIV/Sida descendieron en 2010 – por primera vez en la historia del combate contra la enfermedad – debemos recordar que las declaraciones políticas y la buena voluntad necesitan ser acompañadas de acciones concretas sobre el terreno y a nivel internacional. El primer paso para llevar a cabo esta acción es asegurar que a los 10 millones de personas que no tienen acceso a medicamentos para salvar la vida se les proporciona el tratamiento, cuidado y apoyo seguro y asequible que necesitan. Los aproximadamente 7.000 millones de dólares que se necesitarían para proporcionar este tratamiento es una suma considerable,pero palidece en comparación con el dinero y los recursos invertidos por los países en buscar la guerra, y otras actividades destructivas, como el negocio global que rodea el comercio de armas de drogas.Además de cerrar el frente de la financiación, los países y el sector privado deben seguir reevaluando los derechos de propiedad intelectual farmacéutica para asegurar que estas protecciones sirven como medio para una mayor investigación y progreso, en lugar de convertirse en otro obstáculo para acceder a los medicamentos y el equipo médico necesarios.

A la vez que una mayor financiación y acceso a medicamentos necesarios es un requisito para afrontar la falta de acceso al tratamiento, el cuidado y el apoyo, también debe darse mayor importancia a asegurar que estos recursos sean usados de una forma que sea efectiva y responsable. Además, debería asegurarse que el acceso a la financiación no esté restringida a nociones ideológicamente preconcebidas, sino que se base más bien en la capacidad de las organizaciones de proveer cuidado seguro, asequible y efectivo a los necesitados.

El acceso a quienes viven con el HIV/Sida no termina en proporcionar acceso a medicamentos, sino que requiere apoyar a las familias afectadas. Los aproximadamente 16 millones de niños en todo el mundo que han quedado huérfanos por el Sida requieren un cuidado compasivo y un ambiente estructurado para que puedan recibir el apoyo psico-social adecuado y lleguen a ser miembros activos de la comunidad. Igualmente, las familias que están cuidando de miembros que viven con el HIV/Sida deben recibir el apoyo económico, social, médico y espiritual necesario. Esto también requiere adoptar políticas que eliminen las discriminaciones contra quienes viven con el HIV/Sida y los miembros de su familia.

Señor presidente,

El HIV/Sida ha sido y sigue siendo una de las mayores tragedias de nuestro tiempo. No sólo es un problema sanitario de enorme magnitud, sino también una preocupación social, económica y política. Es también una cuestión moral, pues las causas de la enfermedad reflejan claramente una seria crisis de valores. La prevención, primero y sobre todo, debe dirigirse hacia la formación y la educación en una conducta humana responsable o, en otras palabras, una dignidad humana adquirida. Esta es la clave para evitar la infección. El punto de partida debe ser el reconocimiento de que la persona humana puede y debe cambiar las conductas peligrosas e irresponsables, más que sencillamente la aceptación de esta conduct a como si fuese inmutable. Más aún, en el campo de la formación y la educación, especialmente en lo que concierne a los niños, sus padres tienen el derecho, responsabilidad y deber primordiales, y sus contribuciones son muy útiles y eficaces.

La lucha para eliminar la extensión del HIV y el trabajo de proveer un acceso universal al tratamiento, el cuidado y el apoyo, requiere también un desarrollo social y personal más amplio. En áreas con falta de acceso a agua potable limpia, instalaciones sanitarias, nutrición suficiente, vivienda adecuada y cuidado sanitario básico, la capacidad de individuos y organizaciones de proporcionar tratamientos a quienes viven con el HIV/Sida y y prevenir las infecciones seguirá siendo difícil de alcanzar. Igualmente, el desarrollo personal requiere que las personas reciban la educación, el asesoramiento y el apoyo espiritual necesario para tomar decisiones responsables y para lograr su máximo potencial.

La Santa Sede y las diversas organizaciones de la Iglesia católica siguen estando comprometidas de vivir y trabajar en solidaridad con quienes viven con el HIV/Sida y continuará defendiendo con firmeza las exigencias del bien común, y proveyendo apoyo y cuidados a los más necesitados.

Gracias, señor presidente.

[Traducción del inglés por Inma Álvarez]