CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” Ettore Gotti Tedeschi, presidente del Instituto para las Obras de Religión, familiarmente conocido como el banco del Vaticano, en el que presenta una estrategia económica “para los países más viejos”.
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Observando la población de los países occidentales —en particular, los países que se podrían definir “maduros”, como los Estados Unidos y los que forman la Europa de los 20— se nota que el porcentaje de población con una edad por encima de sesenta años sigue creciendo sensiblemente. Hoy las personas comprendidas en esa franja de edad representan cerca de un cuarto del total. En los países emergentes, en cambio, no llegan a un décimo. Y ya se nota que los costes de esta tendencia en realidad no son sostenibles.
El envejecimiento de la población puede considerarse, de hecho, el verdadero origen de la crisis económica actual. Pero en el próximo decenio sus efectos corren el riesgo de no ser ya soportables, porque el porcentaje cada vez mayor de personas que sale de la fase productiva se transformará en un coste fijo imposible de absorber y de sostener por parte de quienes producen. Además, cada vez menos personas entran en el ciclo productivo y, cuando logran entrar, lo hacen muy lentamente. Sin considerar los cambios del concepto de ocupación generalizado hasta hace poco tiempo.
Los costes de una población cada vez más anciana no podrán, por lo tanto, ser sostenidos por los jóvenes, los cuales, además de ser cada vez menos, podrían también preguntarse por qué deberían hacerlo, sobre todo si son inmigrantes.
Otro fenómeno, menos observado, relativo al envejecimiento de la población está en el cambio de la estructura del consumo. Sintetizando un poco cruelmente, se podría afirmar que se compran menos coches, pero más medicinas. Está cambiando, y cambiará cada vez más, también el ciclo de producción del ahorro, en disminución y destinado a desplomarse: primero porque ha debido sostener el consumo; y segundo, a causa de la drástica reducción de los ingresos.
Frente a esta realidad, es indispensable tener la valentía de afrontar el tema de los nacimientos y del envejecimiento de la población. Descuidarlo es perjudicial, y por esto ya es improrrogable la planeación de estrategias para sostener concretamente a las familias en su vocación natural a tener hijos. Sólo así se podrá poner en marcha una verdadera recuperación económica. Una familia de hoy con dos salarios gana menos de lo que ganaba hace treinta años la misma familia con un sólo salario. Y esta es la consecuencia del crecimiento de los impuestos sobre el producto interno bruto, que se han duplicado en el mismo período precisamente para absorber las consecuencias del envejecimiento debido a la caída de los nacimientos.
Los gobernantes de los países “maduros” deben invertir en la familia y en los hijos para generar un rápido crecimiento económico, gracias a la activación de factores como el aumento de la demanda, el ahorro y las inversiones. Así las personas ancianas serían más aceptadas, y no sólo soportadas, como a veces sucede hoy. En el fondo, la naturaleza misma enseña que si el hombre y la mujer no engendran hijos es difícil que alguien cuide de ellos cuando envejezcan. El Estado puede intentarlo, pero con costes altísimos.