ROMA, viernes 11 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- L’Osservatore Romano celebró sus 150 años de vida. En una jornada de estudio dedicada a los malentendidos entre la Iglesia católica y los medios de comunicación, abordó uno de los temas más espinosos en las relaciones entre ambas realidades históricas. El repaso a las figuras de tres papas y su reflejo en los medios fue aleccionador.
La fecha de nacimiento del diario vaticano fue el 25 de julio de 1968, su juventud cubrió todos los años 70, según los observadores, alcanzó su madurez con la elección papal de 19 de abril de 2005.
Dos historiadores contemporáneos, Lucetta Scaraffia y Andrea Riccardi, inauguraron las ponencias de la conferencia Incomprensiones. La Iglesia Católica y los medios de comunicación, celebrada este jueves 10 de noviembre, en el Aula antigua del Sínodo en el Vaticano.
Con la presencia del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, de los cardenales Julián Herranz, Stanisław Ryłko y Gianfranco Ravasi, de arzobispos entre los que se encontraba Dominique Mamberti, secretario para las Relaciones con los Estados, y obispos como el asesor para los Asuntos Generales Peter Bryan Wells, embajadores, historiadores, políticos, periodistas y personalidades diversas, la jornada comenzó con la introducción del director del venerable periódico, Giovanni Maria Vian.
Interrogándose sobre las incomprensiones con los medios de comunicación “de una institución experta en comunicación” como la Iglesia, Vian destacó que el problema histórico se entrelaza “antes que nada con los elementos ambivalentes de la secularización y de la modernidad, no fáciles de entender y de deshacer en una tradición de larguísimo periodo como la cristiana y en la que la continuidad presenta dos caras, como una medalla: fuerza vital y lentitud”.
Lucetta Scaraffia comenzó hablando de la Humanae vitae, la encíclica que marca la ruptura del entusiasmo mediático por Pablo VI. Incluso careciendo de las dotes comunicativas de su predecesor, Montini aparecía ante la prensa, desde su elección, como un hombre abierto a lo nuevo, capaz ya fuera de reformar a la curia para acercar a la Iglesia a la pobreza de los orígenes, ya fuera de favorecer las relaciones con las demás religiones y la paz en el mundo.
Pero en julio de 1968 todo cambia radicalmente: “Se habla de crisis de la Iglesia –dijo Scaraffia- abundan las metáforas de tempestad, se pone en jaque la imagen del pontífice y del pontificado. Es una crisis sin precedentes de la autoridad del papa, a la que se vinculan incluso voces de dimisión”.
Sin embargo –prosiguió Lucetta Scaraffia- cuarenta años más tarde nos podemos preguntar si Pablo VI en realidad salvó la Doctrina de la Iglesia en ese momento, ya que se mantuvo una línea de vida a la que era posible atribuir valores y cultura en el momento del fracaso de la revolución sexual, el único tabú no discutido de la cultura occidental, tan fuerte que no se quisieron entender las razones contrarias.
La encíclica, con el recurso a la ley natural, fue un modelo decisivo para las relaciones entre el progreso científico y la moral católica a la que recurrir en los problemas bioéticos que surgieron luego.
“Hoy, en resumen, la mirada de todos los expertos de la época ha resultado ser muy limitada, mientras que el pensamiento de Pablo VI fue profético”, afirmó la experta en temas de bioética e historia.
El clima de malestar mediático prosiguió en los meses sucesivos a la muerte del papa Montini y también después del 16 de octubre de 1978.
Como dijo Andrea Riccardi, “Juan Pablo II también fue un papa impopular”. Desde el principio, de hecho, es el mecanismo que se repite cada vez. En el juego de las contraposiciones, el anterior pontífice se revaloriza en comparación con el nuevo elegido: “A Pablo VI, papa de la complejidad y de la mediación, se le contrapone el duro pontífice polaco enrocado en los modelos clericales y preconciliares. Basta el titular de Eugenio Scalfari: ‘No Juan Pablo II, sino Pío XIII’”. Era el año 1979.
Ya culpable por las posiciones en el tema del aborto, la posición de Juan Pablo II se agrava con el binomio preservativo-SIDA (Riccardi recordó un documento de la BBC que lo acusaba sumariamente de ser responsable de la difusión de la pandemia).
El cambio llegó el 13 de mayo de 1981. El atentado provoca sorpresa y consternación entre la opinión pública: la simpatía hacia aquel Papa, hasta el momento “joven, deportivo y fuerte” es inmediata. Desde aquel famoso miércoles, comienza el proceso de reconsideración de su figura culminado con la caída del Muro de Berlín: “La figura de Juan Pablo II recibe la aureola, lo convierte inédito entre los papas contemporáneos, con el signo del vencedor”. Parece, sin embargo, que la prensa haya querido crear a su héroe, sin escucharlo verdaderamente.
Riccardi fue claro: “La definición del papa-actor se revisa cuando se examina atentamente su pontificado y se destaca que no hubo cesiones ni acuerdos”.
Si las incomprensiones han marcado, por tanto, las relaciones de la Iglesia con los medios de comunicación después del Concilio, ha sido porque la prensa ha buscado en estos dos grandes pontífices no su mensaje, sino lo que la lógica y la moda de la época le imponían encontrar. Escuchar el Evangelio es encontrar signos de contradicción difíciles de comprender y de digerir: los ingredientes para un camino accidentado no han faltado, se dijo en el encuentro, según informa este viernes el diario vaticano.
Y concluye con la figura del actual papa, Benedicto XVI: “Fue justo él, por lo demás, cuando todavía era cardenal, el que dijo que ‘la no actualidad de la Iglesia es por un lado su debilidad pero puede ser su fuerza’. Porque para los medios de comunicación, obsesionados con la actualidad, nada es más misterioso y amenazante que lo inactual”.