El Sínodo de los obispos fue creado por Pablo VI el 15 de septiembre de 1965 según el deseo de los Padres del Concilio Vaticano II, para dar continuidad al espíritu de colegialidad suscitado por el mismo Concilio. Durante las asambleas del sínodo, el santo padre y los obispo tratan normalmente cuestiones relativas a la Iglesia universal, aunque también puedan referirse a las Iglesias particulares. En tales asambleas participan, en su mayoría, representantes de los episcopados designados según un reglamento.

Las funciones que el sínodo ejercita normalmente es la de un órgano consultivo directamente sujeto a la autoridad del papa. Es el sumo pontífice el que convoca el sínodo, elige el argumento a tratar, designa a sus miembros, de normal preside la asamblea y decide qué dirección dar a las sugerencias presentadas por los obispos.

Hay tres tipos de sesiones en el sínodo: la general ordinaria que tratan materias relacionadas con toda la Iglesia, las generales extraordinarias que tratan cuestiones que necesitan una solución rápida y las especiales que son para problemas que están relacionados directamente con determinadas Iglesias o regiones.

El santo padre es el presidente del sínodo de los obispos. Hay también un secretario general, asistido por un consejo ordinario de la secretaría general, compuesto por obispos.