En la basílica de santa Clara, el papa llego en el jeep abierto. Al ingresar en la basílica de las monjas de clausura, las clarisas, saludó a dos de ellas y con un ramo de flores fue a la tumba de santa Clara, situada en la cripta de la basílica, ante cuya urna de cristal las depositó.
Se arrodilló en un genuflectorio de madera simple y por algunos minutos se quedó orando en silencio. Después dio la vuelta entorno a la urna de cristal que contiene el cuerpo de la santa italiana, el cual está recostado y vestido con el hábito de la orden que fundó y con una mascarilla sobre el rostro. Siempre en silencio el santo padre se dirigió a la basílica.
Después del prolongado silencio, cuando el papa se sentó, las aproximadamente cincuenta monjas de clausura que allí estaban estallaron en un aplauso.
Recordó que la monja en la clausura al consagrar toda su vida, «se sucede una transformación que no se logra entender enteramente, la normalidad de nuestro pensamiento no entiende como una monja pueda dedarse aislado sola con el infinito» dijo.
Entretanto via de una monja de clausura pasa por Jesucristo en el centro. Con la oración y la universalidad de la oración, y por esa calle se llega a lo contrario de lo que podría imaginar erróneamente como una ascética. “La monja cuando hace esto se vuelve profundamente humana, con una gran humanidad, como la de la Madre Iglesia. Personas que saben entender las problemáticas, saben perdonar, pedir al Señor por las personas. Vuestra humanidad viene por esta vía: la encarnación del Verbo”.
“¿Cuál es el signo de una monja así humana?: es la alegría”. Añadió que a veces “encuentro monjas que no son alegres, quizás sonríen con la sonrisa de una azafata, pero no es la alegría que viene desde adentro”.
El santo padre comentó que hoy en la misa contempló el crucifico de san Francisco, con los ojos abiertos, con su sangre. “Esta es vuestra expresión, la realidad de Jesucristo, no ideas abstractas, porque esas secan la cabeza”.
“La contemplación de las llagas de Jesucristo que se las ha llevado al cielo”. Por ello es lindo cuando la gente va a los locutorios de los monasterios y pide oraciones, quizás para la monja no es nada de extraordinario, pero la la monja como la Iglesia debe ser expertas en humanidad.
Cuando las monjas son demasiados espirituales, pienso a la competencia vuestra, dijo, a “santa Teresa, que cuando llegaba una monja así…, le decía a la cocinera, déle un bistec”.
La Iglesia les quiere madres, cuando ustedes hablan con los sacerdotes y seminaristas establecen una relación de maternidad.
Sobre la vida de comunidad les indicó: ‘sopórtense’ porque la vida de comunidad no es fácil y el diablo hace todo para dividir. ‘No quiero hablar mal pero…’ e inicia la división.
“Cuiden la amistad y la vida de familia entre ustedes. Que el monasterio no sea un purgatorio, que sea una familia. Los problemas existen, pero como en una familia con amor”. Y añadió que es necesario cuidar la vida de comunidad, porque es así en familia, está el Espíritu Santo en medio de la comunidad”.
“Y por favor -concluyó el papa– les pido que recen por mí.
Después saludó una a una a las monjas intercambiando en voz baja algunas palabras y las religiosas de clausura el entregaron algunos dones.