COMENTARIO AL EVANGELIO DEL XXVIII DOMINGO C

En «diez salieron al encuentro» de Jesús, el número mínimo de adultos necesarios para el servicio de la sinagoga, imagen de cada comunidad cristiana. Todos «gritan» a una sola voz, reconociéndo en Jesús a un «maestro», un «epistatès» – «el que está arriba» – en la esperanza que se incline sobre de ellos para curarlos.

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También nosotros, cuando han aparecido las pústulas sobre la piel del matrimonio, de la amistad, del trabajo, hemos empezado a frecuentar con más asiduidad la Iglesia,  suplicando Jesús de «tener compasión  de nosotros y de «purificarnos». Y Él, rápidamente, nos ha acogido, sin distinciones y preferencias. Pero a su manera, sin curarnos enseguida; como con los diez leprosos, nos ha puesto en camino con un anuncio que es a la vez profecía y cumplimiento: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» El Levitico, en efecto, prescribia que si el leproso hubiera sido saneado, tuviera que ir a mostrarse a los sacerdotes porque certificaran de ello la curación, readmitiéndolo así a la vida y al culto del pueblo.

Llenos de esperanza, hemos obedecido a la Buena Noticia con que la Iglesia nos anunció la curación, y nos hemos encaminado hacia Jerusalén. Conociendo la extrema vulnerabilidad e inconstancia del corazón del hombre,  el Señor ha preparado con amor para nosotros un largo y serio camino de conversión; ello es imagen del catecumenado de la Iglesia primitiva, la iniciación cristiana sin la cual el bautismo queda al estado infantil.

Y, como los diez leprosos que «en el camino quedaron purificados», así nosotros también, precisamente durante el camino de conversión, hemos sido curados. El matrimonio ha empezado a funcionar, nos han sido dados los hijos, hemos aprendido a aceptar la suegra y el yerno. La relación con el dinero ha cambiado. En resumen, las pústulas han desaparecido. Pero puede no ser suficiente. De hecho, para nueve sobre diez – un porcentaje muy alto – no fue suficiente. Seguramente se han dado cuenta de haber sido curados, pero les ha faltado la cosa mas importante, fundamental y decisiva.

Muchos «salen al encuentro de Jesús», y todos son leprosos. Muchos oran a él y le obedecen, con la esperanza de ser curados. Sin embargo, todavía no esa la «fe salvadora». No basta con ser «curado», porque una vida «sin enfermedad» todavía no es la que Dios tiene en mente para nosotros! Tenemos que ver nuestros pecados con nuevos ojos de fe, y descubrir que hemos sido «perdonados» y curados al origen, donde nació y creció el bacilo malvado; sólo así podremos ser «salvados», que significa ser perdonados y librados de las consecuencias mortales del pecado, llenos de la vida divina.

«Curacion» y «salvación», de hecho, no coinciden automáticamente. Los nueve leprosos no habian entendido el amor que había llegado a ellos; como muchos de nosotros, estaban tan atrapados en sí mismos y a la injusticia que habían sufrido, de no ser capazes de asombrarse en el verse curados. Nunca habían aceptado de ser pecadores, y se sintian en el crédito con Dios y los hombres; por eso era todo lo era debido, incluso el milagro, vivido probablemente como una compensación que Dios estaba obligado a pagar.

La «fe» auténtica y adulta, sin embargo, se manifiesta en la «gratitud» del leproso iluminado por la gracia. No se defiende, y así la experiencia de la misericordia despierta en él, naturalmente, la necesidad de «dar gracias» a Jesús; era  como incapaz de reprimir la conversión («retorno» en hebreo), por eso esta»volvió atrás alabando a Dios en voz alta».

Eso es la conversión! Alabar a Dios gritando en voz alta, por que la conversión siempre se transfigura en evangelizacion. Es la traducción en gozosa gratitud del amor con el cual el Señor nos ha amado. No viene de nosotros, sino por la misericordia obtenida sin ningún mérito. Un hombre que se convierte alabará a Dios con todo su corazón. De lo contrario, seria una imitación vulgar, ojos apagados y llenos de murmullos sin disfraz, que intenta, con esfuerzo y compromiso, desgarrar de Dios lo que la carne desea.

El único leproso , sin embargo, » se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra», consciente de ser un pecador que no tenía derecho de nada. Así puede celebrar con Cristo la «Eucaristía» ( acción de gracias ) porque vive lo que ella significa y realiza, el sacrificio de la Pascua de Jesús. Ha pasado de la esclavitud a la libertad, de la necesidad de «mantener una distancia» hacia el poder llegar a hasta «los pies de Jesús» , de la súplica a la «alabanza». A caso son así nuestras asembleas domenicales? Son una explosion de jubilo y agradecimiento, gritos en voz alta y corazones contridos? Probablemente no, por que quizas en los feligreses falta todavia la experiencia profunda de haber sido perdonados.

En este leproso, el peor porque «samaritano», o sea eretico y indigno de estar en una comunidad…, resplandece la novedad de la Iglesia. Muchos se sorprenden de Papa Francisco, de sus gestos y sus palabras que consideran subversivos, e indignos de un papa que casi parece herético. Casi un samaritano, justo lo que decian a Jesús… Desafortunadamente, como los nueve leprosos que también habían encontrad a Jesús, que de El habían sidos curados, que habían obedecido, no tienen ojos «místicos», capaces de reconocer lo esencial que transfigura la curacion en salvación.

Cuomo tambien nos ocurre a nosotros mucha veces, no pueden rendirse a la misericordia porque nunca han experimentado su dulzura infinita e inmerecida. Llegan al templo antiguo, y, entre los sacrificios y los inciensos, cumplen la ley, pero no pueden pasar a la Gracia . Se queda en ellos la levadura del hombre viejo que busca la salvación en la ley, ciegos sobre su debilidad total. No se sienten los peores de todos. Por eso no se dan cuenta de la nueva vida que Dios ha puesto en ellos; aun cuando sean readmitidos a la comunion de la comunidad, o sea perdonados de los sacerdotes, la «curación » no le va a servir de nada.

Por que el Templo estaba allí, era el cuerpo de Jesús con que Dios se acercaba a sus lepra! Ya no era necesario ir a Jerusalén. En esa parte del mundo abierto hacia el cielo que era sus vidas purificada, un solo leproso reconoce a Jesús, no sólo como el «Maestro «, si no como el verdadero sacerdote que puede certificar la «salvación » de su corazón. La Iglesia, por tanto, es precisamente el «hospital de campo» izado en el camino hacia Jerusalén, donde la misericordia encuentra el pecado; los verdaderos adoradores de Dios nacen, de hecho , donde Jesús pasa y se hace «extranjero » hasta morir como un hereje y blasfemo» para ellos.

Jesús y el leproso y extranjero consituyen la catedral más hermosa jamás construida: en ella, juntos anuncian que Diosha bajado a tocar a los pecadores y que éllos , perdonados y regenerados, pueden realmente «levantarse», resucitar y ascender al cielo «dando Gloria a Dios. » Quién  «se ve purificados» los miembros vueltas a la vida, tiene la certeza de que el Señor se ha hecho «extrañero» para él. Esta mirada de gratitud y compasión es la «fe que salva» y envía en misión!

Toda vocación al sacerdocio o a la vida religiosa como a formar una familia cristiana, nace en la gratitud cantada en los pasos de la conversión. No basta hecer parte de la Iglesia para ser un cristiano, un signo de Cristo en el mundo. Sólo aquellos que han experimentado la salvación son naturalmente predicadores y misioneros. Por eso las vocaciones autenticas y fieles son tan pocas, una sobre nueve … Todos viven en la misma comunidad, todos son amados por Dios, pero no todos saben cómo amar, que es la vocación de todos . Dios nos llama hoy a abrir los ojos sobre nuestra historia y sobre su amor; a tomar en serio los signos de una vida qu , poco a poco, está volviendo a ser la liturgia de amor y de alabanza que el pecado había asfixiado . Y a «volver» a Cristo, con gratitud y alabanza, para que nos envíe en la misión que ha sido preparada para nosotros.

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Antonello Iapicca

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