CIUDAD DEL VATICANO, 19 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II afrontó el tema de la unificación «interior» de Alemania, desafío que afronta el país tras el decisivo paso de su unificación política, al recibir esta mañana las cartas credenciales del nuevo embajador de Berlín ante el Vaticano.
En el discurso pronunciado el diplomático, Wilhelm Hans-Theodor Wallau, el pontífice consideró que en el nuevo clima de esperanza suscitado por los memorables acontecimientos de 1990, con la caída del Muro de Berlín, Alemania afronta un nuevo reto: «La superación de la desorientación espiritual y del vacío interior que quedó como consecuencia de décadas de adoctrinamiento comunista».
«Una tarea –añadió– que no será fácil de afrontar y que requerirá un gran compromiso».
Alemania, puente entre el Este y Occidente
En este sentido, Juan Pablo II expresó su «más sincera admiración» por todos los que trabajan ahora por «la unificación interior» de Alemania y por el «bienestar de sus habitantes», indicando el desempleo y la nueva pobreza como el otro lado de la moneda del relanzamiento de la economía y del bienestar exterior.
Los acontecimientos que tuvieron lugar hace diez años, en la Puerta de Brandeburgo, le llevan a afirmar al obispo de Roma que Alemania tiene ahora un papel determinante para acercar el Este de Europa con Occidente, «los dos pulmones sin los que Europa no podrá respirar».
¿Una Europa atea?
Y si Europa no puede sobrevivir dividida tampoco «es imaginable una Europa totalmente descristianizada o incluso atea», continuó diciendo Juan Pablo II. Para explicarse puso el dedo en la llaga en los episodios de crónica que emergen en los periódicos alemanes en los últimos años: «En muchas democracias modernas –observó– se puede constatar cómo, especialmente entre los jóvenes, van de la mano una espontánea disposición a la violencia e ideologías políticamente organizadas, que con el pasar del tiempo podrían minar la paz en la tierra».
Vacío espiritual
Para no repetir históricos errores y «superar el difundido vacío espiritual», el Santo Padre consideró que es decisivo difundir «una cultura de los valores del espíritu», indispensable para desmantelar los prejuicios recíprocos como las diferencias materiales existentes.
Este vacío espiritual es particularmente peligroso ante las nuevas posibilidades que ofrece la ingeniería genética. Sólo esta «cultura de la vida y del amor» puede salvar al hombre de estos peligros, pues la libertad no autoriza a hacer todo lo que es técnicamente posible, sino que está vinculada por la verdad.
Por ello, consideró que es urgente recordar «la dignidad intocable de todo hombre, desde el momento de su concepción, hasta la muerte natural», como dice la Constitución alemana. En consecuencia, es deber del Estado «respetarla y defenderla».
Por último, Juan Pablo II afrontó el tema del diálogo entre los cristianos de las diferentes confesiones en Alemania. Calificó como sumamente positiva la Declaración conjunta firmada en Agsburgo hace casi un año por representantes de la Iglesia católica y por la Federación Luterana Mundial. Y ofreció como pista de trabajo conjunto entre los diferentes cristianos: la promoción de esa «cultura de la vida», un campo en el que pueden dar un «testimonio común».