CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 6 junio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención del padre Silvio Cajiao, profesor de Teología en Bogotá (Colombia), pronunciada en la videconferencia mundial sobre «El martirio y los nuevos mártires» organizada por la Congregación vaticana para el Clero (www.clerus.org) el pasado 28 de mayo.
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LA CONTRIBUCIÓN DE LOS MÁRTIRES EN LA EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA LATINA
«Entre sus Santos «la historia de la evangelización de América reconoce numerosos mártires, varones y mujeres, tanto Obispos, como presbíteros, religiosos y laicos, que con su sangre regaron […] [estas] naciones. Ellos, como nube de testigos (cf. Hb 12,1), nos estimulan para que asumamos hoy, sin temor y ardorosamente, la nueva evangelización». Es necesario que sus ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del continente» (EA No. 15).
Con estas palabras, su Santidad Juan Pablo II en su exhortación apostólica Ecclesia in America nos está haciendo la recomendación de recordar que ante todo el anuncio de Jesucristo es martirial; se deriva de esto reconocer como don de Dios a su Iglesia esa «nube de Testigos» que, como nos dice también el Vaticano II en la Constitución Lumen gentium (n. 42) dentro del capítulo quinto correspondiente a la vocación universal a la santidad dentro de la Iglesia, tienen como fundamento la caridad del mismo Señor Jesús; el texto afirma: «Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el entrega su vida por Él y por sus hermanos» (cf. 1 Io 3,16; Io 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por lo tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y si es don concedido a pocos, sin embargo todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia».
Ha sido claro para la Iglesia que esta efusión de sangre ha de ser ante todo por la confesión de fe en Jesucristo, o el así llamado odio hacia la fe que llega incluso a infligir la persecución, el destierro, la muerte; esto es lo que la Iglesia considera martirial. Pero nos recuerda el Vaticano II en su Constitución Gaudium et spes –dentro del marco del capítulo primero sobre la dignidad de la persona humana en el No. 21–, la actitud que ha de tener la Iglesia ante el ateísmo y cómo éste se combate mediante una adecuada exposición de la doctrina, un hacer presente la vida trinitaria en una continua purificación, y aquí nos dice: «Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y el amor, sobre todo respecto al necesitado».
Declaran los padres conciliares que en la base del martirio están el amor extremo y la lucha denodada frente a la injusticia que sin duda, en el contexto de nuestros países y en una realidad de globalización y de economía de mercado, les coloca en situación de pobreza creciente. Es allí, en la lucha por defender a los indígenas, a los desplazados, a los hombres y mujeres que se les niega la dignidad de hijos e hijas de Dios, donde muchos mártires de América Latina han venido dando su testimonio destacando la prioridad del amor de Dios hacia ellos y por lo tanto una respuesta correspondiente a ese amor hasta la muerte.
Silvio Cajiao, S.I. Bogotá