ROMA, 29 enero 2001 (ZENIT.org).- La carta apostólica Novo Millennio Inuente supone un salto cualitativo en la comprensión de la unidad de la Iglesia y el camino que los cristianos habrán de recorrer para encontrarse todo en Cristo.
Lo afirmó el pasado viernes en Roma el profesor Innocenzo Gargano, camaldolense, experto en el diálogo ecuménico con las Iglesias orientales, en un encuentro con motivo de la conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, celebrado en la sede de la Institución Teresiana en Italia.
En relación a la nueva carta apostólica del Papa, publicada el 6 de enero, al concluir el Jubileo del año 2000, indicó que la gran novedad, en el tema ecuménico, es la intuición de Juan Pablo II, ya apuntada en otras ocasiones, y ahora declarada en este programa para el nuevo milenio.
Una visión por la cual «en Cristo, la Iglesia no está dividida» . El profesor Gargano subrayó cómo, en el número 48 de la carta, el Papa afirma que «la realidad de la división se produce en el ámbito de la historia, en las relaciones entre los hijos de la Iglesia, como consecuencia de la fragilidad humana».
La segunda gran afirmación del Papa, en este número de la encíclica, que puede abrir caminos nuevos al ecumenismo, dijo el profesor Gargano, es que la oración de Cristo en la última cena, la invocación «que sean uno» es «imperativo que nos obliga, fuerza que nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón».
La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y visible de todos los
cristianos se apoya, dice el Papa, «en la plegaria de Jesús, no en nuestras capacidades».
«Se habla –añadió el profesor — de un crecimiento hacia la plenitud de unidad que ya ha sido dada a Cristo como prueba de que su oración ha sido escuchada por el Padre».
Con esto, explicó el experto en diálogo ecuménico, el Papa afirma el primado de la oración y que «el ecumenismo verdadero es el que confiesa que la unidad ya está presente en Cristo».
El profesor indicó que, en tercer lugar, en esta carta apostólica, el Papa acepta la situación de diáspóra en que vive hoy la Iglesia católica en muchas partes del mundo y no vuelve a hablar, como lo hizo al inicio de su pontificado, de una ideal «sociedad cristiana». Una noción que el mismo pontífice reconoce que ha sido superada y que, en cambio, debe ser sustituida por la visión de una Iglesia en camino, misionera no sólo con las palabras sino con las obras.
De aquí el fuerte llamamiento de Juan Pablo II a los cristianos para comprometerse en el testimonio del amor y encontrarse todos en la santidad de vida.
Para el profesor Gargano el Jubileo, en realidad, en lo que se refiere al diálogo ecuménico, ha sido una toma de conciencia de la situación minoritaria de la Iglesia, por una parte, y de su llamada a seguir caminado hacia la unidad, tal como indica Juan Pablo II en su última encíclica, «en la confrontación teológica sobre puntos esenciales de la fe y de la moral cristiana, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el gran ecumenismo de la santidad».