CIUDAD DEL VATICANO, 18 feb 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II confesó hoy quiere viajar pronto a Armenia, al presidir en el Vaticano una liturgia en la que se celebraron los 1700 años de la proclamación del primer país cristiano de la historia.
La Basílica de San Pedro se convirtió así durante toda la mañana en el escenario de una celebración litúrgica que duró unas tres horas en un rito antiquísimo, el armenio, cuya escritura surgió precisamente para poder realizar las traducciones de la Biblia.
El Papa quiso que la eucaristía sirviera de homenaje a esa tierra regada «por la sangre de tantos mártires» que a través de los siglos, y de manera particular en los «años oscuros del ateísmo», pagaron la fidelidad al cristianismo con el destierro y con la vida.
De hecho, antes de despedirse de los peregrinos armenios y de los casi veinte mil fieles que al final de la liturgia se congregaron en la plaza de San Pedro del Vaticano, afirmó: «el martirio constituye un elemento constante en la historia» del pueblo armenio.
Fue una liturgia lenta y solemne, salpicada por coros y por el canto centenario de los diáconos. El altar de la Confesión fue rodeado en esta ocasión por la «tienda», como prescribe la liturgia oriental, que prevé que los grandes momentos eucarísticos no sean mostrados al pueblo, para subrayar su grandeza y misterio.
La liturgia era oriental, pero fue celebrada por Su Beatitud Nerses Bedros XIX, patriarca de Cilicia de los armenios católicos. La mayoría de los siete millones de armenios pertenece, sin embargo, a la Iglesia apostólica armenia, que tiene como cabeza al Catholicós Karekin II.
Divididos durante más de 1500 años, católicos y armenios apostólicos pusieron en 1996 punto final a las disputas sobre la formulación teológica en torno a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre para los cristianos. Problemas de lenguaje les separaron tras la celebración del concilio de Calcedonia, en el año 451. Para sellar este decisivo paso hacia la unidad plena entre las dos Iglesias, en esa ocasión, Karekin I firmó con Juan Pablo II una «declaración cristológica».
Las relaciones entre las dos Iglesias son óptimas, hasta el punto de que en 1999 Juan Pablo II había previsto una visita a Erevan y a la ciudad santa de Etchmiadzin (llamada el Vaticano de Oriente por la conformación urbanística que recuerda a la del Estado pontificio). Sin embargo, el Santo Padre tuvo que suspender su vista pues el patriarca armenio Karekin I cayó gravemente enfermo y más tarde murió.
Su sucesor, Karekin II, se apresuró el mes de noviembre pasado a replantear la invitación al obispo de Roma, en una
visita que realizó al Vaticano.<br>
El cristianismo, según un antiquísima tradición, penetró en Armenia directamente por obra de los apóstoles Tadeo y Bartolomé. Ahora bien, a finales del siglo III la fe se convirtió en parte integrante y definitiva de la fisonomía religiosa y cultural del pueblo armenio. Por ese motivo, en el año 301, San Gregorio, conocido por este motivo como el «Iluminador» de la nación armenia, después de haber convertido al rey, le bautizó junto a toda la corte real.
«Hace diecisiete siglos –dijo esta mañana el Papa– resonó en Armenia la palabra de Cristo». Y añadió: «fue una alianza que no experimentó replanteamientos, a pesar de que la fidelidad ha costado la sangre y el exilio fue el precio del rechazo a renegar de ella».
Juan Pablo II recordó que ayer mismo escribió una carta apostólica, hecha pública ayer, «para subrayar el valor que reviste este aniversario no sólo para vosotros, sino para toda la Iglesia».
En la carta, el Papa exhorta a no perder la «memoria» de los «inauditos sufrimientos» y «masacres» que los armenios tuvieron que padecer a final del siglo XIX e inicios del siglo XX, culminados con «los trágicos eventos» de 1915.
El Papa afrontó también en su homilía, durante la divina liturgia los desafíos contemporáneos que tienen que afrontar los cristianos armenios. «En el mundo moderno –dijo–, al experimentar cada vez más la influencia de la secularización, es difícil en ocasiones seguir manteniendo firme este patrimonio espiritual que ha hecho de Armenia una nación «cristiana». La fe es considerada en ocasiones sólo don y búsqueda personal, y se olvida que es también pertenencia común de un pueblo».
El pontífice explicó muy bien el desafío que afronta el cristianismo en estos momentos con un interrogante: «¿Cómo es posible hacer que las conquistas sociales de la modernidad no hagan perder la riqueza de la continuidad de un pueblo y de su fe?».
El Papa concluyó sus palabras expresando dos profundos deseos: visitar armenia (según fuentes de Erevan debería tener lugar en la segunda mitad del próximo mes de septiembre) y promover la unidad entre los cristianos.
Como regalo entregó al patriarca católico armenio una reliquia de san Gregorio el Iluminador, algo que ya había hecho con Karekin. Y dijo: «No dividamos las reliquias, más bien, trabajemos y recemos para que se unan quienes las reciben».
«Siento un gran deseo de ir como peregrino de esperanza y unidad a vuestra patria –concluyó–. Habría querido cumplir esta visita en el pasado, aunque sólo fuera para estar presente en el último adiós al amado hermanos, el Catholicós Karekin I, pero el Señor no quiso que fuera así. Espero ahora con ansia el día en el que finalmente podré besar, si Dios quiere, vuestra amada tierra, regada con la sangre de tantos mártires; visitar los monasterios donde hombres y mujeres se inmolaron espiritualmente para seguir al Cordero pascual; encontrar a los armenios de hoy, que se esfuerzan por volver a encontrar dignidad, estabilidad y seguridad de vida. Junto con los hermanos de la Iglesia armenia apostólica, y en particular, con el Catholicós y los obispos, anunciaremos juntos una vez más, católicos y apostólicos, que Cristo es el único salvador».