¿Iglesia entrometida?

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 11 diciembre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «¿Iglesia entrometida?».

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VER

Cuando los obispos emitimos un juicio pastoral en torno a leyes sobre aborto, familia, uniones homosexuales, eutanasia, alquiler de vientres, elecciones, educación, etc., es frecuente escuchar, sobre todo a políticos y articulistas, que nos entrometemos en lo que no nos toca. Nos achacan que queremos gobernar al país e imponer una moral y una religión a todos los ciudadanos; dicen que anhelamos volver a siglos pasados.

Al cardenal Juan Sandoval y al sacerdote Hugo Valdemar se les intenta enjuiciar penal o administrativamente, más allá de si el cardenal calumnió al Jefe de Gobierno del Distrito Federal y a los Ministros de la Suprema Corte de Justicia (más bien de Legalidad, o de Constitucionalidad), o si ambos se sobrepasaron en sus juicios sobre el Partido de la Revolución Democrática, lo cual hay que analizar desapasionada y legalmente, lo que más interesa a quienes los enjuician es «pararle el alto» a la Iglesia para que no se meta en lo que ellos consideran asuntos que no nos competen, sino que les dejemos las manos libres para que legislen y procedan sin nuestra interferencia. En el fondo, el problema es que las leyes actuales del país no reconocen a los ministros de culto la libertad religiosa a que tenemos derecho para opinar sobre asuntos que tienen que ver con la moral y la fe. Nos han puesto candados legales, y quisieran reforzarlos aún más. ¿Esa es la democracia que alardean partidos y legisladores, limitando nuestra libertad? ¿Por qué ese temor a la Iglesia?

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI, al recibir al nuevo Embajador de El Salvador ante la Santa Sede, reiteró lo que siempre ha dicho sobre la tarea y misión de la Iglesia, y que vale para cualquier otro país: «La Iglesia, desde su competencia específica, con independencia y libertad, trata de servir a la promoción del bien común en todas sus dimensiones y al fomento de aquellas condiciones que consientan en los hombres y mujeres el desarrollo integral de sus personas, impregnando para ello el contexto social con la luz que dimana de su vocación renovadora en medio del mundo. Evangelizando y dando testimonio de amor a Dios y a todo hombre sin excepción alguna, se convierte en elemento eficaz para la erradicación de la pobreza y en acicate vigoroso para luchar contra la violencia, la impunidad y el narcotráfico, que tantos estragos están causando, sobre todo entre los jóvenes. Al contribuir en la medida de sus posibilidades al cuidado de los enfermos y ancianos, o a la reconstrucción de las regiones devastadas por las catástrofes naturales, quiere seguir el ejemplo de su divino Fundador, que no le permite permanecer ajena a las aspiraciones y dinamismos del ser humano, ni mirar con indiferencia cuando se debilitan exigencias tan primordiales como la equitativa distribución de la riqueza, la honradez en el desempeño de las funciones públicas o la independencia de los tribunales de justicia. Tampoco deja de sentirse interpelada la comunidad eclesial cuando a muchos falta una vivienda digna o no tienen un empleo que les procure su realización personal y el mantenimiento de sus familias, viéndose obligados a emigrar fuera de la patria»(18-X-2010).

Explícitamente defendió «la labor materna de la Iglesia en su afán constante de defender la inviolable dignidad de la vida humana desde su concepción a su ocaso natural, el valor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y el derecho de los padres a educar a su prole según sus propias convicciones morales y espirituales».

ACTUAR

Dejemos ya tantas desconfianzas y descalificaciones. No es nuestra vocación el poder político o económico. No pretendemos imponer nuestra religión a todos los ciudadanos. Sólo anhelamos un reconocimiento legal a la libertad religiosa para todos, para todas las religiones, que no se reduzca a la libertad de culto y de creencias, que sí reconoce nuestra legislación. No teman reconocer nuestro derecho a la libertad de expresión, cuando están en juego principios éticos y criterios morales que lesionan las creencias de la mayoría cristiana y católica, o los derechos de minorías.

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ZENIT Staff

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