ROMA, lunes, 20 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- El Papa alemán continuará en Barcelona y Santiago la renovación cultural del viejo continente. Está pagando el precio de los pioneros. No obstante, la historia le recordará como aquel que planteó una alternativa positiva al indiferentismo en el que la cultura europea postmoderna parecía haber sucumbido.
El año 2010 ha sido el quinto año de pontificado de Benedicto XVI. Como en los anteriores, también en este aniversario le han acompañado polémicas mediáticas. El 24 de enero, Bernard-Henry Lévy consideraba en las páginas de El País que Ratzinger estaba siendo «víctima de un juicio mediático» y «la continua manipulación de sus textos», a propósito de su relación con los judíos . Dos meses más tarde las páginas del New York Times y de muchos otros diarios recuperaban varios casos sobre abusos sexuales de sacerdotes católicos, apuntado a una responsabilidad -nunca demostrada- de Benedicto XVI en el encubrimiento (ver resumen del caso aquí).
Una tras otra, ninguna de las polémicas ha demostrado culpabilidad alguna de Benedicto XVI. John Allen, experto norteamericano en información católica, lo califica de «Papa de las ironías«. Por ejemplo, la de ser el Papa visto desde dentro como el gran reformador contra los abusadores sexuales y desde fuera como el gran encubridor, o la de se ser identificado como un pontífice intelectual y profesor pero ser noticia por todo menos por esta faceta.
A su paso, Benedicto XVI desata un ruido mediático ensordecedor. La reciente visita a Reino Unido ha sido otro ejemplo. Pero lo mismo ocurrió con la visita a Portugal, o el viaje a Malta: gran frialdad mediática pero cálida y masiva respuesta popular. Incluso la Misa en Escocia, el primer acto masivo en Reino Unido, consiguió reunir más de 70.000 fieles, a pesar de la intensa lluvia de malas noticias para el Papa. En Londres, la muchedumbre de Hyde Park multiplicaba por mucho el número de asistentes en las protestas. Efectivamente, es también una ironía que la persona que llega con peor prensa en cada lugar es después recibida como no lo ha sido ninguna otra personalidad.
La pregunta que se hacen muchos observadores es ¿por qué tanta agresividad hacia Benedicto XVI? ¿Por qué, por ejemplo, se ignoran hechos fácilmente contrastables, como sus peticiones de perdón? ¿Por qué se ha llegado a lo que algunos han calificado de «deformación monstruosa de la realidad«?
Respuestas se han dado, con mayor o menor fortuna. El mes de agosto, dos prestigiosos vaticanistas, Andrea Tornielli y Paolo Rodari, publicaban Attacco a Ratzinger, donde descartaban la teoría de la conspiración pero sí identificaban tres fuentes de problemas para el pontífice: ataques desde fuera (laicistas, grupos feministas radicales y gays, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden indemnizaciones millonarias por casos de abusos), enemigos de dentro (los que plantean el Vaticano II como una ruptura y no como una renovación) y el fuego amigo de algunos de sus colaboradores.
Una de las últimas hipótesis llega de James MacMillan, compositor de la música elegida para la beatificación del Cardenal Newman, que ve a Benedicto XVI como «el peor enemigo de las feroces élites seculares británicas» procedentes de los campus europeos que protagonizaron en mayo del 68.
Otra posible interpretación sea que Benedicto XVI está representando el gran sí de Dios en una sociedad que genera indiferentismo hacia los otros, hacia el mundo y, por supuesto, hacia Dios. Josep Ramoneda -persona nada sospechosa de proximidad con el pontífice- carga precisamente en su último ensayo contra «totalitarismo de la indiferencia«. ¿No será, precisamente, esa capacidad de romper la desgana dominante, lo que convierte Benedicto XVI en un personaje incómodo?
Efectivamente, seguir atentamente sus escritos permite descubrir a un transgresor que plantea una alternativa firme a la cultura dominante, y que no se conforma en reducir la religión a mera cuestión folclórica. El 18/4/05, enla Misa previa a la elección del Papa, el entonces Cardenal Ratzinger avisa: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos». Cinco años más tarde, la labor de clarificación semántica en un mundo con gran ambigüedad de conceptos se confirma como una de las principales tareas de Benedicto XVI. Se ha propuesto dar un sentido a cada palabra y una palabra a cada realidad. Afirma que «la construcción de una sociedad humana requiere fidelidad a la verdad«.
Explica que hay un «problema de lenguaje» con el amor, que no se puede reducir al sentimentalismo. No confunde la ética con la estética, ni los derechos con los deseos, ni la verdad con la verosimilitud, ni la familia con una convención. Afirma que hay esperanza, y confía en la razón. Y, además, tiene un hilo de voz amable y un aspecto de anciano bondadoso.
Ironías de la vida: las reacciones desproporcionadas, las acusaciones precipitadas y la burla pública son el escenario que permite valorar mejor, por contraste, la gran novedad del discurso constructivo, amable y positivo de este Papa que algunos daban por acabado antes de empezar, pero que se está convirtiendo en el gran renovador de la Iglesia Católica.
La biografía más completa, que está a punto de salir, lo bautiza como «el Papa de la razón» y «el primer postmoderno». De ahí el desconcierto. El desconcierto postmoderno.
Próxima estación,
Santiago y Barcelona.
Por Marc Argemí, creador del blog http://bxvi.wordpress.com/