¿Terapias alternativas o manipulación psicológica? Las pseudoterapias New Age

Por Álvaro Farías Díaz, director del Servicio de Estudio y Asesoramiento en Sectas del Uruguay

Share this Entry

MONTEVIDEO, sábado, 25 abril 2009 (ZENIT.org).- Presentamos un trabajo del experto en sectas Álvaro Farías Díaz (http://alvarofarias.blogia.com), licenciado en Psicología por la Universidad Católica del Uruguay «Dámaso A. Larrañaga», miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES) y director del Servicio de Estudio y Asesoramiento en Sectas del Uruguay (SEAS).

* * *

 

Hombres y mujeres de nuestra cultura de fines de siglo XX y principios del siglo XXI, están atravesados por un particular sentimiento de malestar. Buscan sin cesar experiencias de tipo oceánicas que logren, de alguna manera, mitigar ese afecto. Naufragio, nihilismo, desesperanza, soledad… son algunas de las notas que parecen caracterizar este particular modo de ser que ha sido llamado «postmodernismo».

Podríamos preguntarnos ¿por qué tienen tanto éxito películas como Harry Potter y El Señor de los Anillos o libros como El Alquimista? ¿Por qué florecen cada día más las expresiones del pensamiento imaginario o mágico? ¿Por qué aunque la modernidad lo creía moribundo, Dios sigue resistiendo tan bien? ¿Cómo han evolucionado las religiones históricas, en contacto con las nuevas creencias y las nuevas formas de espiritualidad marcadas con el sello del individualismo y el pragmatismo? Y al fin de cuentas, ¿cómo comprender esta plétora de creencias y prácticas que se despliega ante nuestros ojos, esa religiosidad flotante, «a la carta», que se desarrolla dentro de nuestra sociedad?

La crisis de la modernidad significa también la crisis de la subjetividad. La palabra «sujeto» proviene del latín subjectus, que designa el estado de estar «sujeto a». Ahora bien, ¿sujeto a qué? Podríamos decir que en la modernidad las personas estaban, en mayor o en menor medida, todas sujetas al relato político, científico, filosófico y también al discurso religioso. La postmodernidad ha significado la caída de estos relatos que daban sentido a la existencia, ha significado lo que Lyotard ha llamado la caída de los metarrelatos. Por eso el sujeto postmoderno fragmentado, disociado, alienado a decir de Dufour, busca afanosamente un relato, un discurso que legitime su existencia.

Lo decíamos más arriba, es el sentimiento de naufragio el que predomina en nuestros días, algunas estadísticas sostienen que cerca de un 20% de la población sufre depresión. Quizás el emblema del cientificismo y el pragmatismo modernos triunfantes sea el medicamento antidepresivo. Con el antidepresivo, aparentemente, la ciencia ha triunfado sobre las fronteras del alma logrando hacer desaparecer el dolor. Vemos a diario como, a cada persona «normal» que sufre los golpes de alguna penosa pérdida, abandono, desempleo, accidente, se le receta en cada caso la combinación necesaria de ansiolíticos o antidepresivos para sobrellevar su dolor. ¿Sobrellevar su dolor? o ¿acallar su dolor?

Vemos hoy como los hombres y mujeres de nuestra cultura, afectados por las enfermedades del humor, son medicados con la misma gama de medicamentos frente a cualquier cosa. Por un lado se encomiendan a la medicina científica, y por otro aspiran a una terapia que reconociendo su identidad de lugar a la palabra. El psicoanálisis, paradigma revolucionario desde hace ya cien años, parecería haber perdido algo de su fuerza revolucionaria, cediendo el terreno en lo que a la «cura a través de la palabra» se refiere.

Como lo dice Élisabeth Roudinesco, «asistimos en las sociedades occidentales a un increíble auge de ensalmadores, hechiceros, videntes y magnetizadores. Frente al cientificismo erigido religión y frente a las ciencias cognitivas, que valorizan al hombre – máquina en detrimento del hombre deseante, vemos florecer, como consecuencia, toda una clase de prácticas surgidas, ya de la prehistoria del freudismo, ya de una concepción ocultista del cuerpo y el espíritu: magnetismo, sofrología, naturopatía, iriología, auriculoterapia, energética transpersonal, prácticas medúmnicas y de sugestión, etc. Contrariamente a lo que podríamos creer, estas prácticas seducen más a las clases medias (empleados, profesionales liberales y ejecutivos) que a los medios populares». Intentaremos reflexionar sobre esto último.

La pseudoterapias «New Age»

Daremos unas breves pinceladas acerca del fenómeno de la Nueva Era, y luego pasaremos a exponer el tema de las «terapias» New Age intentado brindar una comprensión psicoanalítica de lo que, en la mayoría de los casos, sucede a la interna de esos vínculos terapéuticos. Bajo el término «New Age» se engloba un conglomerado de ideas que hace difícil su concreción: hay quienes sostienen que es una nueva forma de afrontar la vida y de expresarla, para otros es un sincretismo tan enorme que lo único que pretende es confundir y recoger el fruto de tal confusión.

Para algunos empezó en la década de los 60, principalmente en California, intentando propagar una «nueva conciencia», un movimiento de contracultura, donde miles de jóvenes decían no al sistema y se enfrentaban a la autoridad. Para otros, el nombre fue divulgado por la teosofista A. Bailey (1880-1949) y por el esoterista Paul le Cour (1871-1954). Finalmente el consumo de drogas alucinógenas, como el LSD, permitió a aquellos jóvenes del movimiento contracultura, poder experimentar con estados alterados de conciencia para así poder alcanzar nuevos «niveles de conciencia».

Hoy ya no se trata de cambiar el sistema, antes de hacerlo hay que cambiarse a sí mismo. Se encuentra que en esa búsqueda del yo, las religiones orientales están más cerca que las occidentales. Se argumenta que las religiones asiáticas valoran más la experiencia interior que los logros externos, la armonía con la naturaleza más que su explotación. Y, en muchos, casos se ha pasado del «prohibido prohibir» a un «sí, maestro».

Nuestro momento actual dista mucho de desconocer la fascinación por lo sagrado, que irrumpe por caminos que parecían ya poco transitados o reservados a los marginados de la religión. Quién se sorprende ya por ciertos programas de televisión, ciertos programas de radio, ciertos avisos en diarios y revistas en donde aparecen «ofertas religiosas» mezcladas con «ciencia»: radiestesia, control mental, reiki, budismo, meditación trascendental, viajes astrales, Jesús cósmico, Iglesias neopentecostales, grupos gnósticos, etc. Pero, ¿qué es lo que está ocurriendo? los intentos de explicación son varios. Una explicación sociocultural coloca este fenómeno dentro de un movimiento sociocultural solamente, otra explicación proviene desde la crítica religiosa y afirma que las religiones históricas se han vuelto acartonadas no sabiendo dar respuestas a la nueva sensibilidad postmoderna. La tercera explicación nos introduce de lleno en ese mundo de la «New Age», o sensibilidad mística de nuestro tiempo. Nos hallaríamos ante el inicio de una nueva época (la de Acuario) que supone una sensibilidad diferente de la que ha predominado hasta hoy (era de Piscis), más belicosa, delimitativa, institucionalizada y racionalista.

La New Age hunde sus raíces en el intento de encontrar puntos de contacto entre ciencia y religión, entre la razón y la magia, entre Oriente y Occidente. Se pretende crear un nuevo paradigma. Se trata de una huída de lo tradicional hacia lo alternativo. Una de las principales divulgadoras del pensamiento New Age, Marilyn Ferguson en el que seguramente es su libro más famoso, La conspiración de Acuario, habla de las principales psicotécnicas que hay que emplear para alcanzar la transformación de la conciencia, entre ellas incluye: la hipnosis, la meditación, grupos de ayuda, técnicas de biofeedback, técnicas chamánicas, seminarios para el desarrollo del potencial humano, la teosofía
, terapias corporales, bioenergética, disciplinas orientales, etc.

Según ella, para que se de esta transformación habría que recorrer cuatro etapas:

–Habría un despertar que se produciría en un momento determinado por un estímulo adecuado, como ver una película, leer un libro, tener una alucinación producida por una droga, por la recitación de un mantra, etc.

–Luego, gracias a técnicas cono el zen, el yoga, la bioenergética, etc. llegará el momento de explorar el cuerpo y la mente. De esta exploración resultaría la integración y «unificación de las energías».

–La integración de las energías suele traer consigo el «encuentro con ángeles», realizar un «viaje astral» en donde se percibe la «memoria del Universo», donde se llega a tener un conocimiento superior que no está limitado por el espacio y el tiempo, donde uno es capaz de realizar lo que desee con solo pensarlo. Una vez culminada la etapa de integración con el todo, donde todo es Dios, y por lo tanto «yo soy» Dios, se pasa a la cuarta etapa.

–Llega la conspiración, donde se irradia el estado de alcanzado hacia todo lo que le rodea, hasta conseguir la transformación que él ha experimentado.

Hay que aclarar qué es lo que en la New Age se entiende por «Dios». Dios sería la «Energía» que en un momento determinado descendió sobre Jesucristo, Buda, Mahoma, y más cerca en la historia sobre el Conde Saint Germain. Los nueverinos interpretan la crucifixión, resurrección y ascensión de Jesucristo dentro de un contexto esotérico, como un símbolo de la liberación de la Energía crística y su difusión a modo de gas vivificador del cielo nuevo y la tierra nueva, manifestación esta que se manifestará en todo su esplendor cuando ocurra el advenimiento de la «Nueva Era» o «Era de Acuario». Mientras que el Cristo interior en inmanente a cada uno es la «chispa» interior, desprendida de la Energía o Cristo cósmico. Cualquiera puede llegar a ser «Cristo», para ello hay que recurrir a las técnicas New Age y sobretodo provocar estados alterados de conciencia (trances místicos, fenómenos de channeling, etc.) al mismo tiempo que hay que conectarse con la ecología, conducto de la Energía cósmica.

A partir de la práctica del «channeling» (canalismo), se puede invocar la asistencia de los llamados «Maestros Ascendidos» o «Avatares», estos verdaderos guías de la humanidad le dictarían en la conciencia a las personas sobre qué hacer, sentir, pensar, de manera que cada uno invocando a su Maestro Ascendido de turno, puede llegar a justificar cualquier decisión por irracional que parezca. En palabras de Miguel Pastorino, «estos ‘maestros ascendidos’, avatares, son hermanados y yuxtapuestos unos a otros en una perpleja y solidaria enumeración: Henoc, Elías, Moisés, Paracelso, El Morya, Noé, Mahachohan, Pitágoras, Confucio, Jesús de Nazareth, Hermes Trismégisto, Elohim, Buda, Nichiren, Mahoma, Krishna, Melquisedec, Maitreya, El Rey Arturo, Minerva, Nabucodonosor, Serapis Bei, Lady Rowena, San Juan Bautista, Eliphas Lévi, Sanat Kumara, El Arcángel Miguel, M. Eckhart, Nanak, Francis Bacon, La Virgen de Fátima, El Conde de Saint Germain… y también algún E.T. Todos ellos serían manifestaciones del único ‘Cristo cósmico'».

Como casi siempre, cuando se mezclan tantas cosas al final no tenemos nada, al menos nada positivo o que realmente sirva para algo. Podemos decir que de cada área se entresaca lo que se quiera, sin profundizar en nada, y lo utilizan como recetas, aplicables para todo el mundo. El mayor problema con todo esto es la utilización perversa de estas creencias y técnicas. Cada uno es libre de pensar y creer en lo que le parezca más oportuno. Lo malo es cuando sin aviso previo se le van introduciendo creencias que no compartía en primera instancia, aprovechando circunstancias poco éticas a través de un proceso de manipulación psicológica.

Muchas de las ofertas terapéuticas que aparecen en los anuncios que podemos ver en las paradas de ómnibus, en la radio, en revistas y en programas de televisión van desde la terapia reikista, angeológica, terapia floral, curación con cristales, yoga, chamanismo, regresiones a vidas pasadas, el Instituto Nefrú del Maestro Rolland, la Metafísica New Age de Mario Olivero Troise… la lista es interminable. En la mayoría de estos casos no hay al frente de este tipo de ofertas terapéuticas un profesional idóneo, es decir un Psicólogo o un Psicoterapeuta formado para el ejercicio de tal función. Cuando lo hay se dan fenómenos de intrusismo profesional y abuso terapéutico.

Carmen Rodríguez y Carmen Almendros, en un estudio publicado en el año 2005 afirman que el 97% de las personas que habían estado en pseudoterapias afirmaba haber sufrido abusos verbales por parte del «terapeuta»; el 86% se sintieron dañados por la experiencia; el 78% recibieron malos tratos; el 50% sufrieron depresión; el 25% tuvieron relaciones sexuales con el «terapeuta». La clínica con pacientes que han vivido este tipo de experiencias y con sus familiares nos muestra que estos «terapeutas» terminan siendo verdaderos manipuladores ya que con su forma de actuar denotan un desconocimiento de la ética profesional trasgrediendo los límites de la misma, hacen un mal uso de las técnicas psicoterapéuticas y llevan a cabo un manejo de la relación terapéutica en su beneficio personal.

El funcionamiento más común de este tipo de terapeutas, como lo afirma Miguel Perlado, es de tipo dominante, con fuertes tendencias narcisistas, aspectos de grandiosidad y paranoidismo, mostrándose como personas muy hábiles verbalmente. En Psicoanálisis la «situación analítica» está definida por el encuadre. El encuadre con sus reglas, posibilita el desarrollo del proceso, son los carriles por donde transcurre el tratamiento y, en general, toda ruptura del encuadre puede llegar a significar una alteración de la situación analítica y del tratamiento. Si hay algo que no hay en las «terapias» New Age es un encuadre. En general en este tipo de «terapias», los límites terapéuticos se diluyen y los pacientes terminan por transformarse en verdaderos creyentes o adeptos, se establece una co-dependencia donde el «terapeuta» y sus pacientes transforman la experiencia terapéutica en un sistema cerrado donde predomina la perversión, de esta manera los pacientes llegan a ser amigos de sus «terapeutas», empleados, colegas, aprendices; en las situaciones de grupo llegan a convertirse en hermanos que están agrupados con el fin de admirar y dar apoyo a su «terapeuta». Como se podrá ver se despliega una dinámica similar a la de los grupos dogmáticos.

No vamos a ingresar, porque no es el objetivo de este trabajo, en el difícil terreno de definir qué es una secta. El «problema de la definición» como lo llaman los especialistas en la materia, es un problema harto difícil y que suele levantar ampollas. Solamente vamos a tomar la llamada «definición psicológica» de la Dra. Margaret Singer a fin de aclarar un poco en lo que a la pregunta que motiva nuestro trabajo respecta. Singer afirma: «prefiero emplear la expresión ‘relaciones sectarias’ para significar de manera más precisa los procesos e interacciones que se dan en una secta. Una relación sectaria es aquella en la que una persona induce intencionalmente a otras a volverse total o casi solamente dependientes de ella respecto de casi todas las decisiones importantes de la vida e inculca en esos seguidores la creencia de que ella posee algún talento, don o conocimiento especial». Más adelante esta autora afirma que el rótulo «secta» refiere a tres factores: a) el origen del grupo y el rol del líder; b) la estructura de poder o relación del líder y los seguidores y c) el uso de un programa coordinado de manipulación psicológica (de aquí en adelante MP) o lo que más comúnmente se denomina «lavado de cerebro».

¿Cómo se llega a esta situación? Desde una comprensión psicoanalítica, podemos afirmar junto con Perlado que se produce la
perversión de una relación transferencial. Una forma de entender esto es tomándolo como una inversión del diálogo analítico. En la práctica psicoanalítica atendemos al paciente para conducirle por un camino desconocido de antemano que va orientado, entre otras cosas, a disolver la dependencia derivada de la transferencia para incrementar la autonomía del paciente. El propósito del terapeuta no es el lucro personal a costa de un tratamiento interminable, sino ayudar al paciente a alcanzar un mayor bienestar personal, familiar y social. En momentos del proceso puede ser que aparezca una transferencia idealizante y adhesiva que se mantiene rígida. Este fenómeno se acerca bastante a lo que pasa en la relación entre el adepto y su líder, pero al contrario de lo que sucede en el discurso dogmático que asume como cierta esa transferencia, en nuestro trabajo no asumimos esa proyección y la tomamos como producto de una fantasía inconciente. Es en este último punto en donde radica, a nuestro entender, lo que podemos entender como manipulación, es decir, una perversión del vínculo transferencial encaminada a alimentar el yo narcisista del líder.

En los testimonios de personas afectadas por este fenómeno, podemos ver como a poco de iniciar el «tratamiento» se comienza a llevar a cabo el proceso de MP. Todo comienza con lo que llamamos «proselitismo engañoso», es decir, a la persona que consulta a este tipo de «terapeutas» nunca se le dice el verdadero trasfondo sectario que este tipo de prácticas terapéuticas tienen. A poco de comenzar el tratamiento, y gracias a procesos fundamentalmente inconcientes, se le irán inculcando todo un nuevo sistema de creencias que, de haberlo sabido antes, seguramente la persona no los hubiese aceptado. Poco a poco se ira incrementando la asimetría, el «terapeuta» se auto impondrá títulos como «Maestro», «Gurú», «Apóstol». A partir de este «estatus de superioridad» junto con una actitud «paternalista benevolente» irá buscando que el paciente haga «confesiones íntimas», iniciándose así la espiral de la captación manipulatoria. El proceso de MP termina siendo una violenta intrusión en el mundo interno del paciente, implantando objetos internos nuevos, llegándose incluso a negar la parentalidad y el discurso social. Es un proceso de violencia psicológica que genera fuertes estados regresivos y una gran dependencia. Esta gran dependencia está enfocada a transformar al sujeto en objeto, en instrumento del «terapeuta», esto explica en parte, el por qué de la gran dificultad de abandonar este tipo de relaciones. Termina por darse una lógica dual, maniquea, escindida, clivada, en donde todo lo bueno está dentro de la relación fusional con el «terapeuta» y todo lo malo fuera.

El compromiso del adepto se apoya sobre un lazo transferencial muy intenso, podemos decir que es una verdadera «realización» de la transferencia, favoreciendo la regresión para incrementar la dependencia y explotado al máximo por el «terapeuta» para su beneficio personal. Todo comienza como una seducción, a partir de esta seducción comienza una forma sutil e insidiosa de violencia, de presión emocional sobre la base del poder destinada a transformar al sujeto en objeto. Las personas tienden a consultar estos «terapeutas» generalmente en situaciones de crisis. No es tan importante el contenido de la crisis (económica, afectiva, existencial, etc.) como el hecho mismo de la crisis, el hundimiento de las convicciones básicas del sujeto y el incremento de vulnerabilidad consecuente. En un momento de crisis, la confianza en objetos internos buenos y continentes se pierde y es entonces cuando el «terapeuta» se introduce en el mundo interno del sujeto para llevarlo a la condición de adepto. Bastará con que el «terapeuta» tome un conocimiento del sujeto que alcance como para que desnude sus grietas narcisistas, estas grietas narcisistas se hacen más visibles en los momentos de crisis vitales en los que solemos todos ser más vulnerables. Así también decae la confianza en los objetos buenos continentes; el «bombardeo de amor», el otorgamiento de «padres espirituales», el «sobredimensionamiento de los conflictos», sobre todo los familiares, será la manera de comenzar un ataque a los objetos parentales (de hecho, este tipo de «terapeutas» se presentan generalmente como padres o madres perfectos), para luego ser sustituidos por verdaderos «objetos internos implantados mediante un proceso de infiltración masiva en la mente del sujeto que terminara por despojarlo de su mundo simbólico llevándolo a un estado de no – pensamiento», como señala Perlado.

La seducción sectaria es una forma de seducción narcisista en tanto que despliega un proceso tendiente a envolver y enredar cada vez más al sujeto en la espiral del grupo, prometiéndole un ideal a través de una adhesión pasional y radical que se supone que operará como una suerte de transformación personal radical y trascendente a través de rupturas en las relaciones («renunciamientos» a los amigos, trabajo, estudios, familia). Lo que se ofrece es una convicción totalizante a través de experiencias afectivas oceánicas que llevan a una inflación yoica (a la búsqueda del «yo ideal» infantil), de esta manera el narcisismo dañado por la crisis del sujeto es sustituido por una convicción dogmática que recubre el daño con la apariencia de bienestar. Una vez seducido el sujeto y atacado su equilibrio narcisista se ponen en marcha prácticas destinadas a desmantelar el yo («atrofiamiento de identidad, memoria y pautas de vida»), a desmantelar el aparato mental, lo que luego encontraremos en la clínica como pacientes con una importante «hemorragia narcisista».

Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), nos brinda algunas claves para comprender lo que sucede en algunos grupos terapéuticos New Age. La noción de superyo todavía no era utilizada por Freud cuando escribe esta obra, a esta altura utiliza el término «ideal del yo», dice Freud: «llamamos el «ideal del yo», y le atribuimos las funciones de la observación de sí, la conciencia moral, la censura onírica y el ejercicio de la principal influencia en la represión» (Freud, 1921, 103). Podemos llegar a sostener que el superyo es sustituido por un superyo externo, en el caso de los grupos dogmáticos por la figura del líder, este objeto implantado a través del proceso de MP se ha puesto en el lugar del ideal del yo, calla la crítica operada por esta instancia y todo lo que el objeto hace y pide es considerado justo e intachable. La conciencia moral no se aplica a nada de lo que acontece a favor de este objeto. Freud en relación a esto termina definiendo a la masa como un grupo de individuos que han colocado un objeto en el mismo lugar, en el lugar de su «ideal del yo» y que por lo tanto se identifican entre sí en su yo. Esto ha traído a colación hechos trágicos como lo que recientemente sucediera en la región de Penza en Rusia.

Pero más allá de este tipo de hechos vemos familias fracturadas por este fenómeno, personas explotadas al extremo, graves trastornos psiquiátricos, suicidios, son las consecuencias de este tipo de «terapeutas» perversos.

En Uruguay este tema de las pseudoterapias, el tema de los grupos sectarios, no está presente en los curricula de la formación de los futuros profesionales de la Salud Mental. Ni en la Universidad de la República, ni en la Universidad Católica ni en el Universitario Francisco de Asís se estudian ni se investigan estos temas. A partir de la investigación bibliográfica y gracias al contacto con investigadores de primer nivel a nivel mundial, como es el caso del psicoanalista catalán Miguel Perlado o la doctora Carmen Almendros de la Universidad Autónoma de Madrid, y el ya fallecido José María Baamonde, hemos podido profundizar mucho a nivel teórico en este tema que nos apasiona desde hace ya muchos años. Queda pendiente el poder realizar en nuestro medio investigaciones empíricas que nos permitan cuantificar el impacto de este tipo de prácticas a nivel
de nuestra realidad, llevar a cabo investigaciones de este tipo sin el apoyo de una institución es imposible.  

Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }