VARSOVIA, miércoles 12 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Monseñor Józef Kowalczyk, primado de Polonia desde el sábado pasado, es una persona que conoce la situación política y eclesiástica, así como los problemas de la sociedad y la mentalidad de su país de origen, Polonia. Pero a la vez conoce bien la Curia romana.
Así se lo recordó Juan Pablo II un día de verano de 1989 cuando, comiendo juntos en Castel Gandolfo, el papa polaco le dijo: “Irás a Varsovia como nuncio”.
Más de veinte años después, el prelado recuerda la historia de la diplomacia vaticana en Polonia y comparte sus reflexiones sobre el sacerdocio en la siguiente entrevista concedida (poco antes de hacerse público su nombramiento) a ZENIT, cuya primera parte se publicó ayer martes.
– Excelencia, algunos medios de comunicación le presentaban como “arzobispo polaco”, ignorando u olvidando que usted era ciudadano vaticano y representaba a la Santa Sede en un país exterior. De hecho, usted llevaba 40 años al servicio de los papas. ¿En qué circunstancias comenzó su trabajo en la curia romana?
Mons. Kowalczyk: Tras el Concilio Vaticano II, Pablo VI quería internacionalizar la Curia romana.
En esas circunstancias, el cardenal Stefan Wyszyński –en nombre del episcopado polaco- me propuso para el trabajo en la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos.
El cardenal Antonio Samorè, entonces prefecto, aceptó mi candidatura y así, el 19 de diciembre de 1969, comencé mi servicio.
– No todos se dan cuenta de que Polonia tiene una larga historia de relaciones diplomáticas con la Santa Sede. ¿Podría explicar algo en este sentido?
Mons. Kowalczyk: El primer acuerdo concordatario entre el papa León X y el Sejm (el Parlamento polaco) se firmó hace casi quinientos años.
Desde entonces, en Polonia se han sucedido los distintos representantes de los papas: el primero fue un tal Girolamo Lando, mientras que el primer representante con el rango de nuncio, Alois Lippomano, comenzó su misión en 1555.
El Estado polaco dejó de existir durante 123 años, cuando fue repartido entre las tres potencias vecinas: Prusia, Rusia y el Imperio Austro-Húngaro.
Polonia renació tras la Primera Guerra Mundial en 1917. Poco después, en abril de 1918, llegó a Polonia el visitador apostólico monseñor Achille Ratti, que al año siguiente se convirtió en nuncio apostólico.
Como curiosidad, querría decir que monseñor Ratti recibió la consagración episcopal en la catedral de Varsovia de manos de monseñor Aleksander Kakowski, arzobispo de la capital, por lo que se le consideraba “obispo polaco”.
El nuncio Ratti estuvo muy vinculado a Polonia y realizó una gran contribución al renacimiento de la Iglesia polaca y de su jerarquía, tras las divisiones.
Además, Benedicto XV, teniendo en cuenta la importancia del catolicismo polaco, decidió por primera vez reconocer la soberanía de Polonia y organizar en Varsovia una nunciatura de primera clase, es decir de más alto rango, como las de París, Madrid, Viena y Berlín.
Monseñor Ratti, nombrado arzobispo de Milán, dejó Polonia el 4 de junio de 1921. Su sucesor fue el arzobispo Lorenzo Lauri.
De junio a octubre de 1923, como secretario de nunciatura, trabajó en Varsovia monseñor Giovanni Battista Montini.
– Esto quiere decir que en la nunciatura apostólica en Varsovia trabajaron dos futuros papas.
Mons. Kowalczyk: Exacto.
El 5 de septiembre de 1939, unos días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el nuncio en ese momento, Filippo Cortesi, dejó la capital y no volvió.
<b>- No fue hasta el 17 de julio de 1989, que se llegó al intercambio de las Cartas entre el ministro de Asuntos Exteriores polaco y el cardenal Agostino Casaroli que daba inicio a las relaciones diplomáticas entre ambos países. ¿Usted esperaba ser nombrado nuncio en Varsovia?
Mons. Kowalczyk: En absoluto, pero un día de verano de 1989, Juan Pablo II me invitó a comer a Castel Gandolfo. Después del Ángelus, me dijo: “Irás a Varsovia como nuncio”.
Me sorprendió, pero el Papa me hizo entender que ésta era su decisión personal y me explicó sus motivaciones.
Su razonamiento fue el siguiente: en Polonia no había nuncio desde hacía 50 años, por lo que la Iglesia estaba acostumbrada a una cierta manera de trabajar y de actuar, así que hacía falta una persona capaz de entenderlo; y además, una persona que, como yo, también conociera bien la curia.
El papa me dijo abiertamente que me ayudaría con sus indicaciones y sus sugerencias.
– Mirándolo desde la perspectiva de los años transcurridos, puede decirse que el papa tenía razón…
Mons. Kowalczyk: Creo que sí: siendo de formación polaca, conocía bien la situación política y eclesiástica local, los problemas de la sociedad y la mentalidad polaca.
Para un extranjero, hubiera sido muy difícil afrontar los problemas que se presentaban entonces.
– Después del paréntesis comunista, la historia de la nunciatura recomenzó con su nombramiento en 1989. ¿ Cuáles han sido los mayores desafíos que ha debido afrontar en estos veinte años?
Mons. Kowalczyk: Primero de todo, tenía que organizar y hacer funcionar la misma nunciatura.
Lo hice teniendo siempre en cuenta las indicaciones de Pablo VI, que decía: el representante de la Santa Sede es el signo visible de la Iglesia particular con Pedro, añadiendo que la Iglesia local actúa siempre cum Petro et sub Petro [con Pedro y bajo Pedro, n.d.t.]
Dos grandes desafíos que debí afrontar como nuncio en Polonia fueron el Concordato y la nueva organización administrativa de la Iglesia católica en Polonia, y después la ampliación adecuada y digna de la sede de la nunciatura apostólica en Polonia.
La llegada de la democracia a Polonia permitió preparar un documento de carácter internacional -justamente el Concordato- que comprometía tanto al Estado como a la Iglesia.
Hoy, desde la perspectiva de los años transcurridos, se puede decir que este Concordato moderno funcionó bien, tanto como para ser apreciado también por las demás Iglesias en Polonia, que lo usan como modelo para sus relaciones con el Estado.
Juan Pablo II consideraba tan importante la reestructuración administrativa de la Iglesia polaca porque era algo necesario, aunque muy difícil.
Creo que lo logramos gracias a las oraciones del papa y a la colaboración de la Conferencia Episcopal Polaca.
-Hablábamos de su misión de cuarenta años en la curia romana y en la diplomacia de la Santa Sede, pero usted, primero de todo, es un sacerdote que en 2012 celebrará el 50º aniversario de su ordenación sacerdotal. Querría pedirle unas reflexiones sobre el sacerdocio en el año que Benedicto XVI ha querido dedicar precisamente a los sacerdotes.
Mons. Kowalczyk: Juan Pablo II, reflexionando sobre su sacerdocio, escribió que el sacerdote es sobre todo “administrador de los misterios de Dios”, que está llamado a distribuir los bienes de la fe, los bienes de la salvación, a las personas a las cuales es enviado.
Es, por tanto, hombre de la Palabra de Dios, del sacramento, del “misterio de la fe”. La vocación sacerdotal, para Juan Pablo II, es un misterio, un misterio de “un maravilloso intercambio” entre Dios y el hombre.
Es un misterio y un don: el hombre da a Cristo su humanidad, para que Él pueda utilizarla como instrumento de salvación.
Por tanto, debe estar disponible para todos los que le rodean y piden ayuda sacerdotal, independientemente de la pertenencia política.
Sin embargo, no debe mezclarse en los asuntos políticos de manera activa porque esa actividad no es su vocación y el pueblo de Dios no acepta una a
ctividad así por parte de un sacerdote. ¡Qué importante es recordar estas cosas en el Año sacerdotal que vivimos!
Benedicto XVI, durante su viaje apostólico a Polonia, dijo a los sacerdotes polacos lo que verdaderamente cuenta en la vida sacerdotal y lo que en cambio puede distraer a un sacerdote -especialmente el que viva bajo un régimen totalitario- de su auténtica vocación.
“De los sacerdotes y fieles espero sólo una cosa: que sean especialistas en promover el encuentro de la persona con Dios. Al sacerdote no se le pide ser experto en economía, en construcción o en política. De él se espera que sea experto en la vida espiritual. Con ese objetivo, cuando un joven sacerdote da sus primeros pasos, debe poder referirse a un maestro experimentado, que le ayude a no perderse entre las numerosas propuestas de la cultura del momento. Frente a las tentaciones del relativismo o del permisivismo, no es necesario, de hecho, que el sacerdote conozca todas las actuales, múltiples corrientes de pensamiento: lo que los fieles esperan de él es que sea testigo de la eterna sabiduría, contenida en la palabra revelada. La solicitud por la calidad de la oración personal y por una buena formación teológica trae frutos en la vida”.
El Papa ha tocado también el problema relacionado con nuestra precedente situación política: “Vivir bajo la influencia del totalitarismo puede haber generado una tendencia inconsciente a esconderse bajo una máscara exterior, con la consecuencia de ceder a un cierto tipo de hipocresía. Está claro que eso no fomenta la autenticidad de las relaciones fraternas y puede conducir a una exagerada concentración sobre sí mismo. En realidad, se crece en la madurez afectiva cuando el corazón se adhiere a Dios. Cristo necesita sacerdotes que sean maduros, viriles, capaces de cultivar una auténtica paternidad espiritual. Para que esto se dé, hace falta la honestidad con uno mismo, la apertura al director espiritual y la confianza en la divina misericordia” (Encuentro con el clero en la catedral de Varsovia, 25 de mayo de 2006).
Para vivir el propio sacerdocio como lo señala el Papa Benedicto XVI, es necesario un continuo examen de conciencia y un compromiso formativo de cada uno de los sacerdotes.
Los desafíos de los tiempos de hoy piden a los sacerdotes un testimonio dado no tanto de palabras como de obras que a veces deben aparecer como signo de contradicción respecto al mundo lleno de mentalidad laicista y laicizante y de relativismo moral.
Por eso el Papa ha instituido este Año Sacerdotal presentando a san Juan María Vianney como ejemplo del sacerdote que se dedica totalmente a servir a las almas y acercarlas a Dios.
Sólo con esa actitud un sacerdote puede afrontar los desafíos del mundo contemporáneo.
[Por Wlodzimierz Redzioch, traducción del italiano por Patricia Navas]