CIUDAD DEL VATICANO, martes 9 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado este lunes, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, por el Papa Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus con los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
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Queridos hermanos y hermanas:
El misterio de la Inmaculada Concepción de María, que hoy celebramos solemnemente, nos recuerda dos verdades fundamentales de nuestra fe: en primer lugar el pecado original, y después la victoria sobre él de la gracia de Cristo, victoria que resplandece de modo sublime en María Santísima. La existencia de lo que la Iglesia llama «pecado original» es por desgracia una verdad aplastante, sólo con mirar alrededor nuestro y sobre todo en nuestro interior. La experiencia del mal es de hecho tan consistente, que se impone por sí misma y nos suscita la pregunta: ¿de dónde procede? Especialmente para un creyente, el interrogante es aún más profundo: si Dios, que es la bondad absoluta, lo ha creado todo, ¿de dónde viene el mal? Las primeras páginas de la Biblia (Gn 1-3) responden precisamente a esta pregunta fundamental, que interpela a cada generación humana, con el relato de la creación y de la caída de los padres: Dios lo ha creado todo para que exista, en particular ha creado al hombre a su propia imagen; no creó la muerte, sino que esta entró en el mundo por envidia del diablo (cfr Sb 1,13-14; 2,23-24) el cual, rebelándose contra Dios, ha atraído con engaños también a los hombres, induciéndoles a la rebelión. Es el drama de la libertad, que Dios acepta totalmente por amor, pero prometiendo que habrá un hijo de mujer que aplastará la cabeza de la antigua serpiente (Gn 3,15).
Desde el principio, por tanto, el «eterno consejo» -como diría Dante- tiene un «término fijo» (Paraíso, XXXIII, 3): la Mujer predestinada a ser madre del Redentor, madre de Aquel que se humilló hasta el extremo para reconducirnos a nuestra dignidad original. Esta Mujer, a los ojos de Dios, tiene desde siempre un rostro y un nombre: «llena de gracia» (Lc 1,28), como la llamó el Ángel visitándola en Nazaret. Es la nueva Eva, esposa del nuevo Adán, destinada a ser madre de todos los redimidos. Así escribía san Andrés de Creta: «La Theotókos María, el refugio común de todos los cristianos, fue la primera en ser liberada de la primitiva caída de nuestros padres» (Homilía IV sobre la Navidad, PG 97, 880 A). Y la liturgia de hoy afirma que Dios ha «preparado una digna morada para su Hijo y, en previsión de Su muerte, la preservó de toda mancha de pecado» (Oración Colecta).
Queridísimos, en María Inmaculada contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. En María esta belleza es totalmente pura, humilde, liberada de toda soberbia y presunción. Así la Virgen se mostró a santa Bernardette, hace 150 años, en Lourdes, y así se la venera en tantos santuarios. Hoy por la tarde, según la tradición, también yo Le rendiré homenaje ante el monumento dedicado a Ella en la Plaza de España. Invocamos ahora con confianza a la Virgen Inmaculada, recordando con el Ángelus las palabras del Evangelio, que la liturgia de hoy propone para nuestra meditación.
[Después del Ángelus]
Estoy contento de saludar a la Pontificia Academia de la Inmaculada y a su presidente, el cardenal Andrea Maria Deskur. Queridos amigos, 20 años después de la aprobación del nuevo Estatuto de la Academia, invoco a la Virgen Santa para que vele siempre sobre vosotros y sobre vuestra actividad.
[A los peregrinos en lengua española]
Saludo a los peregrinos de lengua española en esta solemnidad de la Inmaculada Concepción, tan hondamente arraigada en España y en los países latinoamericanos. Confío a la Santísima Virgen María, la llena de gracia, los gozos y las preocupaciones de todos los discípulos de su divino Hijo, para que, acogiendo la Palabra de Dios con un corazón generoso y humilde, la pongan en práctica con constancia y sean fieles testigos y misioneros de Jesucristo en todos los ámbitos de la vida. Muchas gracias.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
© Libreria Editrice Vaticana]